Elogio del narcisismo
Cada vez que la izquierda saca un mal resultado se escucha hablar de narcisismo. Curiosamente, el narcisismo siempre es el de aquellos que no han actuado según los deseos del que acusa. Retorciendo a un clásico podría decirse que el narcisismo es la cosa mejor repartida del mundo. Lo paradójico es que también lo es la lucha contra el narcisismo.
A veces se invoca que es un narcisismo de pequeñas diferencias y que se ejerce frente a los más próximos. Nadie se pregunta cómo sería un narcisismo basado en grandes diferencias, en diferencias de enorme alcance. Sería como el desdén que siente un dios ante un insecto. La verdad es que yo salgo corriendo cada vez que me encuentro a un narcisista de la gran diferencia. Me supongo que es un tipo que se cree algo así como el doctor Manhattan de Watchmeny prefiero pensar que está más loco que una cabra. Si no lo estuviese querría decir que yo soy un insecto… y sería una verdad que preferiría ignorar .Tampoco se piensa en serio qué sería un narcisismo ante los más lejanos. He conocido gente que me hablaba recordándome que les gustaría estar en Oxford o en Cambridge. Por todos los medios he evitado que sigan perdiendo el tiempo conmigo. Prefiero las amistades, no sin envidias y pequeños rencores, que profeso y me profesan mis amigos realmente existentes. Una amistad se urbaniza siempre con algo de ceguera y con mucho de olvido.
Además se pregunta uno qué podría hacerse de positivo sin una identidad fortalecida. En el caso de los intelectuales o aspirantes –que son quienes suelen hablar de narcisismos– la definición más profunda y divertida que he leído la dio Randall Collins: son como seres perdidos en los paisajes devastados de Dalí o Chirico gritando ¡escuchadme! (y añado: ¡y sobre todo no escuchéis al de al lado!) La imagen ayudaría bien a cualquiera que desee acceder al brillo público. Y no se me ocurre cómo puede sentirse el deseo político sin buscar el brillo público.
Se me dirá que una identidad segura no es narcisista. Me temo que el asunto es de perspectiva dada la verdad que senté al principio: cada uno ve que lo suyo no es narcisismo, lo del otro sí. Sartre escribió que el infierno son los otros que dan una versión en la que no me reconozco. Si hubiera dicho que narcisistas son los otros, resumiría lo que quiero decir.
La historia no enseña casi nada claramente, aunque el siglo XX sí deja alguna lección sobre los enemigos del narcisismo. Los regímenes totalitarios se basaron en intentar destruir a los sujetos, en convertirlos en seres dependientes del veredicto de la organización política y el Estado, en personas sin refugio posible en su familia, amigos o en su orgullo profesional. Las pequeñas sectas, reproducción en miniatura del totalitarismo, suelen dejar entre quienes las abandonan una enorme devastación psicológica, al salir sienten haber escapado de una prisión, ¡y por supuesto, ante los de dentro, todos se van por narcisismo!Esta vinculación de los amigos del totalitarismo y los críticos del narcisismo es antigua. Procede de la idea de que la que la salvación de la humanidad –o de la izquierda–tiene que nacer de una reforma absoluta de los sujetos. La ética de la revolución interior siempre necesita un pastor que la conduzca, un inquisidor que diagnostique el pecado y un sujeto que se entretenga auscultar sus males –y ver al demonio del narcisismo rondando en su interior. Es una pena que la gente no lea ya a Marx y a Engels y sus terribles burlas de quienes desean establecer la virtud sobre la tierra. Las virtudes solo se desarrollan, si lo hacen, de manera prosaica entre intereses, ambigüedades y, añado yo, narcisistas. (No exagero: lean a Marx y Engelsen La sagrada familia, Madrid, Akal, 1981, pp. 138-141.)
Si narcisistas parecen ser los otros –lo mío es seguridad bien calibrada–, si el narcisismo es necesario para lanzarse adelante (en una realidad que tiene mucho de paseo por un paisaje hostil y lunar), si la crítica del narcisismo ha sido siempre el recurso de algo peor (la destrucción inquisitorial del criterio propio), si las virtudes solo pueden desarrollarse entre seres prosaicos (como enseñan los clásicos del materialismo histórico), puede decirse a la izquierda granadina lo siguiente: si queréis hacer política ¡narcisistas de todos los egos, uníos y dejad a los psicólogos dilucidar dónde está el buen o mal narcisismo! La política no se hace con psicología sino con instituciones, de esas que obligarían a portarse bien –medio bien– incluso a un pueblo de demonios. De ello hablaré el mes que viene.
La vanidad es un ingrediente consustancial al ser humano y por tanto al político y a su organización. Es una neurosis en el sentido estricto de las que no solo no impiden vivir, sino que se da como un rasgo de personalidad aprobado por los «media» y reforzado por los actuales hábitos sociales. La vanidad (¿Es lo mismo que el narcisismo?)aleja al individuo de los demás y de sus necesidades, le hace más aislado en su neurosis, incapaz de verse realmente a sí mismo y por tanto con la imposibilidad total de mostrar empatía y comprensión hacia los otros. Creo que los políticos están hechos de vanidad y miedo. Personalmente creo que en la izquierda el problema de la vanidad es secundario. Primero hay que mirarse el miedo.