Con camisa de cuadros y a lo loco
El atuendo no presagiaba nada bueno, camisa a cuadros y pantalón vaquero en una tarde grave y tediosa, que empezó con un Casado requetesabido, aunque sea, y mucho, de agradecer su bajada de tono electoral y sus maneras más educadas. Rivera chirrió con su cuento del día. Después de lo del silencio, ahora nos contó un relato para menores de 14: la banda de Sánchez, un plan, la habitación del pánico, … . ¿Cómo se pensará este hombre que es la altura narrativa de los votantes de derechas?
Hasta que apareció Iglesias. Subió con andares de pistolero, piernas arqueadas por las rodillas, a la tribuna y dejo ver que iba en traje de faena y que de celebración nanay. Lejos queda aquella imagen de Iglesias con pajarita, levitando sobre la alfombra roja de los Goya, o la mas reciente de la chaqueta con corbata desanudada fingiendo desaliño, como si se la hubieran puesto en casa, pero la molestia al cuello proletario le hubiese hecho dar un tirón en el taxi que le traía de camino a Moncloa.
Ahí ya se presagiaba manteca, y vaya si la hubo. Iglesias reinó sobre el tedio parlamentario y se convirtió en el líder de la oposición que a Rivera le hubiese gustado ser. Dio estopa a siniestro y a siniestro, siguiendo los consejos de Moretti, y empezó a soltar mandobles a un Sánchez que se quedaba estupefacto mientras Iglesias ponía la negociación al descubierto en directo, sin anestesia. No nos lo esperábamos. Después de que hace tan solo tres años, en las negociaciones de 2016, exigiese retransmitir las conversaciones por streaming, como si fuese una conferencia de Hawking, y ahora llevasen tres días de negociaciones ultrasecretas, se esperaba mas discreción. No sé, como un pasar, otra cosa. Quizás un tono ambiguo, una espera enigmática, un cuestionario incómodo todo lo más. Pero no hubo tregua, subió y empezó el baile. Era tan explícito que temí que llegara a confesar alguna intimidad con la pareja Sánchez, algo así como que ni siquiera le acercó el azúcar en el té de la tarde, o que estaba mirando el wassap con desinterés, mientras el le desgranaba apasionado sus pretensiones.
Que si “usted no nos respeta”, que si “sólo nos usa como decorado”, que “no será nunca presidente sin nosotros”, que si “ni siquiera disimula pidiendo la reforma del artículo 99 de la Constitución”, en fin una retahíla que abrumaba y dejaba en pañales el cuento de Rivera. Sánchez entró al envite y no quiso ser menos; que si “forme usted una alternativa con las tres derechas, que suman”, que si “el mundo no empieza y acaba con usted”, y el órdago grande, que si “usted parece un policía jurado”, gancho en la mandíbula definitivo. El asunto empezaba a ser bochornoso, de vergüenza ajena. La retahíla de reproches se reflejaba en las caras de los conmilitones. Calvo sonreía con un ictus de irritación mientras apuntaba por lo bajini a Sánchez. Peorlo tuvo Iglesias, que tuvo de compañero de escaño a un fúnebre Asens, un Don Pésimo de tomo y lomo, que no tiene cara de castañuelas precisamente.
Iglesias, en su cultivada vena teatral, ha escenificado muchas óperas buffas, de esas al estilo italiano, con subidas y bajadas de tono en montaña rusa y declamaciones en falsete de proscenio. Pero lo de ayer le dio un subidón al usual sopor parlamentario. Sánchez es experto en dar esquinazos, pero si tenía en mente un acuerdo para el jueves, no parece que a los posibles socios los haya dejado con buen cuerpo negociador.
Parecería que Sánchez es consciente de que Iglesias no puede frustrar por segunda vez un gobierno de izquierdas, y de que Podemos, una vez echado el resto a entrar en el gobierno tendrá que acabar aceptando lo que se le deje. Iglesias dijo que no, que no aceptaría humillaciones a su partido, pero ambos saben que ese no es un argumento para contar a los electores, que preguntaran aquello de ¿qué hay de lo mío?, si tienen la perspectiva de tener de nuevo la papeleta en la mano. La cara y el cuerpo apesadumbrado de Iglesias al acabar la sesión dejaban ver bien que se le agota el tiempo para mantener el pulso sin lograr avances, y que si juega a vísceras y dignidad pueda acabar por meter a su multipartido en la tumba política, de la que toda esta operación gabinete era un intento de huida, no sabemos hasta que punto personal o colectivo. Sánchez escenificó hasta el límite su disposición a no ceder más de lo ofertado en el gobierno, al invocar que existen otras opciones como un pacto de investidura pero no gobierno de coalición, y al sobreactuar con PP y C’s pidiéndoles su abstención, como si pareciese que finalmente tiene claves que digan que Casado puede dársela (que Rivera ya sabe todo el mundo que no le dará ni las buenas tardes, pero iba en el lote) y que los del Ibex 35 que tanto “temen a Podemos” (sic), están hacienda su callada labor para septiembre.
En fin, una tarde para la gloria de los anales parlamentarios. Todo esto aderezado por un Abascal que por momentos recordaba a Utrera Molina, el bunker del último franquismo, impartiendo doctrina como Secretario General del Movimiento. Para ser honesto, la sesión ha sido animada, el duelo Iglesias-Sánchez antológico y los secundarios y el atrezzo lo han bordado, pero, ¿qué quieren que les diga? esto ya empieza a oler a quemado. Amor, amor, ya sabemos que no había mucho, pero no sospechábamos de esa enconada inquina mutua. A ver si vamos a tener que decir aquello de porque usted y yo sabemos que habrá pacto, que si no parecería que el jueves seguiremos sin gobierno, y desmentir, muy a nuestro pesar, al gran oráculo García Egea.