Rentistas políticos
En mi último artículo hablé del problema de los dirigentes políticos. Nadie duda de que sean necesarios pero muy a menudo los vemos enfangarse en disputas sobre problemas que solo incumben a ellos. La tendencia a la creación de pequeños grupos restringidos aparece en todos los ámbitos de la participación política. Se encuentran en los partidos pero también en los movimientos sociales y asociaciones. El problema, cuando esto se denuncia, y se denuncia en serio, es que enseguida escuchamos una voz que nos dice: ¡quietos, demagogos! ¡Hace falta gente preparada y comprometida!
La necesidad de lo segundo, de la gente comprometida, parece fuera de toda duda. Ahora bien, la gente no se compromete por azar. Se compromete cuando encuentra útil lo que hace y cuando tiene la sensación de que la escuchan y se toman en serio sus opiniones; al menos para discutirlas y corregírselas. El compromiso se produce cuando las personas encuentran un refuerzo positivo al tiempo que le quitan a sus intereses personales o a aquellos a quienes más quieren. Poca gente participa cuando tienen la sensación de ser considerados como marionetas de lo que otros deciden y de estar al albur de que estos quieran que se participe o se estén quietos, y sobre tal tema sí y sobre el otro punto en boca. El gusto por la participación política nace con el sentimiento de descubrirse como una persona autónoma, capaz de cualidades que hasta entonces se desconocían en sí mismo. Una persona autónoma no es una claque; la experiencia de formar parte de una claque degrada la autoestima de quien desea participar y es normal que se marche sin decir ni adiós.
La necesidad de lo primero, la gente preparada, justifica la desigualdad en todos los planos, no solo en el político. Este año falleció Erik Olin Wright uno de esos intelectuales que consiguió enamorarnos a sus lectores tanto por su rigor científico como por su coherencia personal. (Recomiendo leer el precioso obituario que le dedicó Jorge Sola.) Desde hace mucho tiempo, se interrogó por las relaciones de explotación económicas e insistió en que además de la explotación feudal o capitalista existen dos dimensiones que nos interesan aquí. Una de las posibilidades es explotar a los demás por la posición que uno ocupa en la jerarquía productiva –tal pasa en los países capitalistas pero también en el socialismo burocrático, donde pasa con una extensión enorme. Así un directivo se apropia de beneficios derivados de las funciones que supuestamente desarrolla. Parece evidente mas no siempre lo es. Muchos conocemos personas que ocupan cargos y que, si no los ocupasen, las cosas irían mejor. Incluso las cosas van bien cuando no hacen nada y empiezan a complicarse cuando toman decisiones. Muchas organizaciones funcionan pese a sus directivos, no gracias a ellos. La literatura al respecto es abundante.
Otra de las posibilidades es captar rentas debido a supuestas cualificaciones que otorgan, a quienes las poseen, el papel de expertos. Un experto es mucho más que un directivo: es alguien que realiza tareas que sólo podría realizar quien supiera lo que él. Efectivamente, podríamos prescindir de cargos que más que organizar, desorganizan. Pero difícilmente podríamos prescindir de un ingeniero.
Pueden trasladarse estas dos ideas de Erik Olin Wright a las organizaciones políticas. En ellas los que organizan y los expertos extraen bienes que el resto no extrae. Algunos bienes son económicos aunque otros son de contactos sociales, de relevancia pública, etc. Por lo demás, estos bienes son susceptibles de convertirse en bienes económicos: las puertas giratorias son un ejemplo. No hace falta insistir en que las elites políticas suelen justificarse a sí mismas gracias a su control de los bienes organizativos o al de sus cualificaciones. Y, evidentemente, todo lo hacen por sacrificio en favor de una causa, los pobres.
Debemos sacarlos de tales sufrimientos. Para ello propongamos un test. Por un lado, acerca de los bienes de organización: ¿qué sucedería si los cargos se suprimiesen o se ocupasen de manera rotatoria por quienes así lo deseen? Si hay muchas personas deseosas, ¿qué pasaría si lo sorteamos entre ellas? Si sucede una hecatombe y la organización o institución deja de funcionar, el cargo era necesario o era necesario que lo ocupase esa persona. Pero si al ocuparlo otra persona seleccionada al azar no pasa nada, o no pasa nada tras un corto periodo de aprendizaje, o puede que hasta todo marche mejor, aquello no era un cargo: era una renta derivada del acaparamiento del cargo por ese individuo –o por un conjunto de individuos en conflicto con él–.
Claro, la realidad es más compleja y todo el que ocupa un cargo, si puede, se considera un experto. Si obtiene rentas, ¿quién se quejaría? Solo él sabe. También aquí podría aplicarse un test. Para empezar exigiendo que aclare en qué es experto. Seguidamente, si es que es experto en algo de acceso esotérico, viendo si hay otros con idénticas cualidades. Y preguntándose qué hace que él figure de experto y los otros no. Podrían rotar los expertos y, si hay muchos, ejercer sus cualificaciones esotéricas según les premie el azar.
Solamente cuando pasemos ese test tendremos claro que debe haber privilegios por la posición en el aparato o por las cualificaciones con las que se ampara un cargo. Hasta entonces haremos bien en pensar en ellos como rentistas políticos que se apropian privadamente de los recursos de la democracia. De izquierdas o de derechas, importa poco: son los que hacen que se extienda el cinismo y la atracción por el autoritarismo.