Candidato
La mujer de César no solo ha de ser honesta, sino además parecerlo, arguyó como excusa el rememorado estadista y militar para divorciarse de su última esposa, con la que se casó tiempo atrás solo por soberbia, pues era nieta de un enemigo político.
Tal vez no le faltara razón en ello para de esta manera limpiar, aun sin necesidad, su ascendente y meteórica carrera política, el caso que se deshizo de ella como el que aparta de una patada una piedra del camino.
Salvando las enormes distancias, con no me atrevo a decir qué prócer de nuestro tiempo, en aquellos años, un oscuro y ambicioso Catilina, intentó por todos los medios hacerse con el poder de Roma, lo que no conseguiría ni aun haciendo uso de la mayor osadía y crueldad que fue capaz de concebir, amén de que las circunstancias no le permitieran llevarlo a cabo.
¿Hasta cuándo vas a abusar de nuestra paciencia, Catilina? Escribe uno de los más grandes oradores y filósofos de todos los tiempos: Cicerón, el cual logró que este desistiera y se exiliara; mentira cochina, pues se alejó de Roma solo para organizar un ejército e ir contra la ciudad eterna, y aun sin suerte, caer derrotado y muerto en la batalla.
Redactaba entonces el grandísimo abogado uno de sus discursos más célebres haciendo alusión a la toga cándida, que para el que no lo sepa, simbolizaba entonces, a base de impregnar de blanca tiza el solemne atuendo hasta dejarlo impoluto y reluciente, la pureza de sus intenciones y su incorruptible estado. Es decir, y sin abandonar tiempos ni latines: Excusatio non petita, accusatio manifesta. Y digo yo, ¿qué es lo que ha cambiado desde hace más de dos milenios atrás hasta nuestros días?: nada de nada. Cambian los nombres, pero no los hombres, porque seguimos viviendo en un mundo de hombres. Hombres infames, mentirosos, hipócritas. También célebres, por unas u otras causas, pero todas adaptadas por los cronistas de su tiempo, siempre al servicio del gobernante de turno, para ensalzar las virtudes no probadas de dichos mandatarios, magnificar sus logros y hazañas. Y así seguimos tras el devenir de los siglos, recordando u olvidando en función de sus actos, a todos aquellos jerarcas que hicieron y deshicieron según sus designios y veleidades, caprichos e intereses personales. Pues a nadie escapa, por palpable, notorio y nunca velado, que todos y cada uno de aquellos, de estos y los que vendrán, se subieron al carro de la política para única y exclusivamente enriquecerse. Sirva el espejo de Julio César para acallar dudas, que contrajo deudas astronómicas, impagables para un humilde particular por muy patricio que fuera, y que no solo consiguió saldar, sino además, hacerse con tan cuantiosa fortuna, que en su testamento dejó un buen puñado de sestercios a cada ciudadano romano.
No obstante y puestos a observar, sí que hay cosas que difieren de aquellos tiempos a estos, por ejemplo: Cicerón, que tras salvar a Roma de una tiranía y apartarse honestamente de la política, fue llamado de manera incontestable, padre de la patria, que tras un probado buen gobierno en la provincia que le asignaran y liderar, lejos de radicalismos, la vía de los “hombre buenos”, acabó ajusticiado de manera injusta, lo que asumió con entereza socrática. O Julio César, que fue linchado de manera sumarísima por unos conjurados autodenominados salva patrias, o Catilina, al fin eliminado para alivio de la ciudad eterna y sus ciudadanos…
Qué lejos quedan estos personajes históricos de nuestros paisanos contemporáneos, que tras haber hecho un daño irreparable a España, ya haya sido robando o vendiendo al país, continúan beneficiándose a pesar de ello del erario público y de la contribución ciudadana. Y ya para acabar, qué decir de los candidatos a regir nuestros destinos que se ofrecen como la bondad personificada a pesar de sus consabidos engaños y tretas. Y es que ya importa poco el simbolismo de la toga cándida, pues investidos de embuste y patraña, son elevados a la máxima categoría para al cabo presidir el Gobierno, administrar nuestro peculio y manejar nuestras vidas tal que si ellas les pertenecieran.
Por cierto, ¿a qué candidato fiaréis el próximo domingo vuestros destinos?