Bochorno
Cuando estamos a punto de cumplir los cincuenta días de esta anormalidad en que se ha convertido nuestra vida, por obra y desgracia de esta plaga llamada coronavirus, hay pocas cosas menos discutibles, que la necesidad que tiene una sociedad golpeada, desconcertada y atemorizada, de contar con referentes fiables -políticos, científicos, sanitarios, religiosos, mediáticos y sociales- hacia los que girar la vista en busca de consuelo, esperanza y certezas.
En estos tiempos de zozobra es cuando la ciudadanía espera lo mejor de sus líderes y cuando a quienes se les supone ese liderazgo se ponen a prueba, para emerger de la crisis con su figura agrandada o destruida, porque cuando un país se enfrenta a una amenaza tan colosal como esta pandemia, lo mínimo que cabe esperar, es una respuesta colectiva unitaria y sin fisuras, porque por las grietas de la división, el virus encuentra una auténtica autopista para seguir matándonos y acabando con nuestra forma de vida.
Lamentablemente la sociedad española no ha encontrado el amparo que necesitaba más que nunca, en quienes están en la obligación de brindárselo. Tan solo el golpeado sector sanitario, el esquilmado colectivo científico y los trabajadores esenciales -mal pagados y no hace tanto tiempo menospreciados socialmente- han estado a la altura, pagando por ello un alto precio en vidas y contagios. Salvo honrosísimas excepciones, nuestros líderes políticos, mediáticos, sindicales, o eclesiásticos no han estado a la altura. Parece claro que de esta crisis no emergerá ninguna figura que haya sido capaz de infundirnos confianza, tejer unidad y brindar ilusión en un futuro incierto y oscuro, por el que deberíamos transitar juntos, aunque no parece que vaya a ser así.
La pandemia provocada por un virus desconocido, no ha llegado con libro de instrucciones y por lo tanto en su combate era, es y será muy fácil cometer errores. Estoy convencido que la sociedad española habría perdonado muchos de esos errores, si hubiera existido la responsabilidad suficiente entre nuestros líderes y si, en lugar de tirarse nuestros muertos a la cabeza, intoxicado y mentido de una forma inimaginable, hubieran trabajado por el interés general, en lugar de por el de su partido, o el de sus líderes.
Es cierto que se han cometido errores. Todos los países los han cometido en mayor, o menor medida y cualquier otro Gobierno, fuera del color que fuera, hubiera incurrido en ellos. Es cierto que con la perspectiva que nos da el tiempo, el confinamiento debió declararse antes, se debieron evitar concentraciones masivas como las del 8M y debimos aprovisionarnos antes, del material sanitario necesario, para hacer frente a lo que se nos venía encima. Es cierto que el Gobierno debería dialogar con más frecuencia y lealtad, tanto con la oposición, como con las autonomías, o los agentes sociales. Es cierto que se ha comunicado tarde y con poco acierto … Es cierto, en suma, que se podía haber hecho mejor, pero lo que también lo es, que este Gobierno se está dejando la piel y la salud (al menos cuatro miembros del gabinete han contraído el COVID-19) en la lucha contra este cataclismo, por lo que escuchar las barbaridades que se les están imputando desde tribunas de todo pelaje, es de todo punto injusto, además de enormemente grave para nuestro país.
Lo que ayer se escuchó en el Congreso de los Diputados, con motivo del debate para la prórroga del estado de alarma, fue sencillamente bochornoso, además de impropio de aquellos a quienes hemos dado nuestros votos, no precisamente para que nos pongan de los nervios y saquen lo peor de cada uno de nosotros.
Para cualquiera que ayer se sentara frente a la pantalla para seguir el debate, podría pensar que estaba asistiendo a la peor pesadilla de alguno de los debates previos a la infausta guerra civil. Mentiras, medias verdades, intoxicaciones, manipulaciones y descalificaciones gravísimas, que ponen en el punto de mira de miles de personas, a Gobierno, adversarios políticos e incluso a expertos, cuyo único «pecado» es dar la cara cada día para trasladarnos las malas noticias y que se han convertido en víctimas de la crueldad de la extrema derecha, (el último de estos ataques con el hashtag «#SimonMataPerros», se difundía ayer por twitter a gran velocidad) .
Nadie resumió mejor este ambiente que el ultra Abascal, cuando dijo aquello de que “millones de españoles ven que sólo hay odio, violencia y obsesiones patológicas de los años 30”. Es verdad que él lo decía en otro sentido, pero no lo es menos que su discurso y el de Pablo Casado (30 insultos dirigidos al Gobierno en solo 15 minutos), bien pudieran haber formado parte de los empleados por Gil Robles o José Calvo Sotelo, en los debates previos al golpe de Estado que provocó nuestra guerra incivil.
Cuando esta pesadilla comenzó, fui de los que pensaba que de esta prueba saldríamos mejor como sociedad, dos meses después creo que no será así, en buena medida porque quienes deberían haber contribuido a ello, se han encargado de fomentar el peor cainismo y los más bajos instintos, de un pueblo propicio a destrozarse por un quítame allá esas pajas.
Gracias por tus columna. Ojalá te escuche quien puede hacee algo. Ojalá!