Mascarillas para el alma
Voy a preguntar al doctor Simón -qué paciencia y qué saber estar la de este hombre- si para combatir la pandemia, además de las mascarillas para boca y nariz, sería recomendable el uso de mascarillas para el alma. Si las primeras ayudan a evitar el contagio de la enfermedad física, las segundas podrían mitigar una enfermedad, tan grave o más que la anterior, como es la propagación del odio, la mentira, la toxicidad y el encanallamiento, que están haciendo que muchos españoles enfermen del espíritu. No sé cómo sería esa mascarilla, pero sí que su uso generalizado es urgente, si no queremos que la fractura que se está viviendo en nuestra sociedad, sea poco menos que irrecuperable.
El coronavirus ha colocado a nuestra sociedad ante su prueba más difícil desde la Guerra Civil. Entonces fracasamos y aquel fracaso se cobró medio millón de vidas, decenas de miles de represaliados y cuarenta años de una de las dictaduras más infames sufridas en Europa y ahora me temo que estamos volviendo a fracasar y ya veremos hasta donde llegan las consecuencias de este fracaso. De momento a un cisma social y a un encanallamiento tan feroz, que habría que remontarse a aquel quinquenio trágico de 1931-1936, para encontrar un ambiente tan crispado en lo político y lo ciudadano, como el que estamos viviendo ahora.
La pandemia nos brindaba la oportunidad de medir nuestra grandeza como sociedad. Muchos pensábamos que era el momento de superar diferencias y luchar todos juntos, contra un enemigo terrible, e inesperado. Creíamos que de esta prueba íbamos a salir mejores … ¡Qué decepción!
Salvo colectivos como los de los sanitarios y aquellos considerados como trabajadores esenciales, ni salimos mejores, ni salimos más fuertes, ni salimos más unidos. El virus nos ha puesto ante el espejo como sociedad, y la imagen que nos ha devuelto ha sido descorazonadora.
Incapaces de superar nuestras mezquinas diferencias, hemos vuelto a colocar los intereses particulares, ya sean políticos o de cualquier otro tipo, por encima del único interés legítimo en una crisis tan brutal como esta, que no debería ser otro que el de salvar la salud de millones de personas y la economía de todo un país. Hemos preferido arrojarnos los muertos a la cara, resucitar dolorosos fantasmas del pasado, enarbolar los símbolos de todos para la defensa de los privilegios de unos pocos, buscar réditos electorales por encima de fortalecer nuestra imagen como país, e intentar derribar a toda costa a un Gobierno, antes incluso que derrotar la pandemia.
El panorama que nos deja esta prueba es absolutamente devastador y no solo en el aspecto humano y económico, sino en el de nuestra autoestima como pueblo.
Todos hemos cometido errores, porque créanme que el coronavirus no traía un libro de instrucciones debajo del brazo. El Gobierno ha trufado de torpezas absolutamente evitables su gestión, pero algunos han aprovechado la situación de fragilidad en que nos colocaba la pandemia, para desplegar el arsenal de actuaciones, sociales, políticas y parlamentarias más miserable, que se hayan visto en estos 43 años de democracia.
Añadan a ese escenario un elemento tan novedoso como potente, que ha entrado en nuestros smartphones y en nuestros portátiles como un auténtico caballo de Troya. Me refiero a la guerra de la desinformación, la manipulación y la intoxicación que nos bombardea durante las 24 horas al día, sepultando la verdad bajo toneladas de basura, en forma de cadenas de wahtshapp, télegrams tuits o post de facebook.
La extrema derecha y la derecha extrema han demostrado un auténtico virtuosismo en esas técnicas mafiosas, que solo persiguen derribar un gobierno legal y legítimo sin pasar por las urnas, en las que han sido derrotados reiteradamente en los últimos años. Les da igual que estemos atravesando nuestro peor momento del último siglo, y les da igual todo lo que no sea conseguir el poder por los medios que sean, porque han demostrado que para ellos el poder, es algo de su propiedad y cuando no lo tienen, no dudan en recuperarlo por lo civil, o lo criminal.
Durante muchos años hemos presumido de haber conseguido en España una derecha civilizada, de no tener formaciones ultras como sí existían en Francia, Italia o Alemania, pero la aparición de Vox, nos ha colocado ante la durísima realidad de comprobar, que no solo existía esa ultraderecha -cobijada balo las alas de la gaviota del PP-, sino que es mucho más numerosa de lo que podíamos imaginar.
Ya nos lo advirtió el viejo profesor y alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, cuando dijo aquello de que: «el problema de España, es que los hijos de los fascistas, son más fascistas que sus padres». También nos dio pistas un franquista de pro como Ruiz Gallardón padre, cuando hablando de su hijo Alberto, se preguntaba «¿Conservador yo? Tendríais que conocer a mi hijo, ese sí que es de derechas?.
Las reflexiones de ambos personajes nos colocan ante una realidad, hasta ahora oculta, pero que ha aflorado con una virulencia insospechada, la de un auténtico fascismo 5.0, que no se resigna a que se cuestionen sus privilegios, ni a ostentar un poder que ellos creen es suyo por «la gracia de Dios», como se leía en las monedas de Franco.
Algo hemos hecho muy mal en estas más de cuatro décadas, para que gente con 20, 30 ó 40 años, en lugar de ser demócratas convencidos, sean unos nostálgicos del franquismo y protagonicen mascaradas como las que vivimos el pasado domingo en este país. De ese ambiente inflamable nos llegaron las brutales agresiones ultras, como las reportadas en Granada y Málaga, que no se pueden dejar pasar, so pena de envalentonar a quienes parecen dispuestos a resucitar la joseantoniana dialéctica de «los puños y las pistolas».
Comprenderá ahora, mi querido Fernando Simón, que además de mascarillas para bloquear el virus, le pida mascarillas que bloqueen el odio, la intransigencia y la intolerancia y sirvan para evitar que enfermemos del alma.
Una vez más, lo importante de un mensaje no es su contenido o intención inítrnseca, sino la exposicin, y ésta ha sido totalmente lúcida e impecable.
Gracias Agustín.
Palabras acertadas, dolor compartido por este desatino al que está derecha zafia y con resabios del pasado nos quiere llevar.
Por suerte somos muchos y muchas los que pensamos como tu. Gracias por tus palabras…
Sr. Agustin: es mucho de lo escrito en lo que estoy de acuerdo, una democracia en la que la mayoría de parlamentarios nacieron en democracia, hablando constantemente del franquismo que muchos queremos olvidar, otros de los millones de asesinatos por el comunismo, es lo que ahí y tenemos que convivir con ello y aceptarlo (lo votado) votamos al menos malo, en esta ocasión nos hemos equivocado y tenemos que tragar con el error hasta las próximas elecciones, pero que sea así en votaciones, no por acoso y derribo. He empezado diciendo que es mucho lo escrito por lo que le comparto, solo que usted se ha decantado por un color y, yo no tengo colores políticos y por lo cual, me es más fácil ver lo de unos o de otros sin ningún ápice de pasión, errores en los dos bandos, pero claro en estos 40 años han gobernado más la izquierda, en alguna autonomías durante casi los cuarenta años. La verdad solo es una y es que no tenemos políticos de altura, votamos al menos malo.
Totalmente de acuerdo con Rogelio Serrano, el narrador se decanta descaradamente por un color y es el primero q descalifica al contrario. Usted sr Agustín hace lo contrario de lo q predica, fomenta ese odio q dice aborrecer.
Muy acertadas las palabras de Juana María. Coincido plenamente con ella.
Totalmente de acuerdo con Juana María.