La crispación o la lógica del golpe de estado

Es un hecho, empíricamente demostrado, que cuando las clases dominantes sienten en peligro sus privilegios; perciben riesgo para su status dominante, activan todos los mecanismos legales o ilegales, decentes o indecentes, para detener o cegar el foco de ese riesgo.

Es cierto que la situación de España hoy, no es la de 1936, ni la de Europa tampoco. Pero no es menos cierto que la derecha española, más o menos reaccionaria, sigue alimentando e incubando el huevo de una serpiente, que día sí, día también amenaza todas y cada una de las conquistas que conforman nuestro sistema democrático.

Hechos como la fabricación sin medida, de bulos, falsas noticias, calumnias etc…dirigidas todas a derrocar al gobierno legítimamente elegido dan prueba de ello. Sin negar los motivos de crítica que sin duda los hay. Pero su gestión, sus comportamientos y las medidas adoptadas son perfectamente homologables con los países europeos y con la mayoría del resto del mundo.

La pregunta entonces seria… ¿qué hay en el fondo de este comportamiento cruel e injustificado de la derecha española contra nuestro gobierno?

Por una parte, la deslegitimación de un gobierno jurídica y democráticamente bien elegido, evidencia el sentido patrimonial del Estado que siempre ha tenido la derecha española. Junto con la idea avalada por la conferencia episcopal, según la cual, todo poder emana de Dios, por tanto solo los señalados por nosotros, sus representantes, son los legitimados para hacerlo. Y obviamente ni los socialistas, ni los comunistas están legitimados, ni tienen derecho a ello.

Y por otra, estamos ante el primer gobierno de coalición, consecuentemente de izquierda, de la historia de nuestra democracia. Y da la impresión de que una parte de los poderes fácticos de nuestro país no lo pueden asimilar; pues siguen considerando a España su propiedad particular.

Esto les lleva, unas veces, de forma más explícita, otras de forma más encubierta a intentar crear las condiciones para acabar del modo que sea, con el orden constitucional y la democracia. O al menos con la lectura, claramente progresista, que de ambas hace este gobierno.

Decía GIL-ROBLES en su libro de 1968 titulado: «No fue posible la paz», a propósito del sentimiento que le generaba el actuar en un sistema como el republicano: «Mi formación doctrinal, mis antecedentes familiares, mi sensibilidad se rebelaban a diario ante el sistema en el que me veía obligado a actuar. Cuanto más intervenía en el parlamento, más firme era mi convicción de lo difícil que sería remediar, por ese camino los males de la patria, pero se me ofrecía como el único camino en que poder luchar. Aunque sin haber contribuido a implantar el sistema me veía obligado a utilizarlo».

Hoy aparece con bastante claridad, ante los ojos de los españoles, que por formación doctrinal, por antecedentes familiares o por sensibilidad antidemocrática las derechas de nuestro país se ven obligadas a actuar y utilizar el sistema democrático parlamentario, pero sin creer en él, o solo muy parcialmente.

Si descartamos la primera parte de los gobiernos de Felipe González, como consecuencia del descuartizamiento de las derechas ante la derrota de 1982, hasta su reagrupamiento en AP, ningún otro gobierno que no fuese de derecha ha tenido un recorrido medianamente tranquilo, desde el punto de vista de su gestión parlamentaria. La segunda etapa de González, con Aznar padre de la crispación enarbolando él “váyase señor González”; la acusación sobre el talante de Rodríguez Zapatero, Dios hasta de la virtud hacen causa; bien es verdad que en esta pelea contra Zapatero, también ayudo a la derecha algún «ínclito» socialista.

Hasta llegar a nuestros días con la campaña de deslegitimación del presidente Sánchez y su gobierno «social-comunista», la estrategia de la crispación, el insulto, cuando no el puro filibusterismo parlamentario ha sido el comportamiento de una derecha que ha utilizado a la Patria como el último refugio de su canalla actitud.

En la forma casposa, entre rancia y antidemocrática que dan a la crispación se esconde algo mucho más preocupante: la negativa a aceptar, en la práctica todas las reformas que para un desarrollo moderno de España se encuentran en nuestro ordenamiento jurídico.

El desarrollo consecuentemente federal del título octavo de la Constitución; la reforma laboral (derogación de la del PP), que aporte calidad y dignidad a la función de los trabajadores; la garantía de calidad y suficiencia financiera de los servicios públicos; la reforma y democratización de nuestro sistema judicial; la democratización de las fuerzas del orden y la seguridad que acabe con los «de los Cobos» de turno y toda la caterva de nacional-católicos que anidan en su seno; el fortalecimiento y recuperación del papel contractual de los sindicatos en la relación empresa-trabajador; la puesta en práctica del principio de laicidad del estado en relación con la Iglesia y en el sistema educativo. Una reforma fiscal justa y progresiva que garantice una buena financiación de las pensiones, ley de igualdad, sanidad y educación.

En esencia este debiera ser el programa de modernización de España que asumiese una derecha heredera de la ilustración y firmemente comprometida con el desarrollo democrático de nuestro país. Lejos de esto, cada vez que España se propuso abordar en serio la solución de las causas de nuestro atraso histórico surge del seno de la España negra, algún espadón que con las bendiciones de la jerarquía eclesiástica y de sectores firmemente vinculados con el alma más negra de nuestro país, nos proponen salvarnos al grito de Santiago y cierra España. Hoy lo vemos de forma más o menos explícita en cada una de las declaraciones de ínclitos representante de Vox y del PP.

Ocurrió en algunas ocasiones en el siglo XIX y también en siglo XX. La ultima en 1936 de la que todavía no nos hemos recuperado, a tenor del comportamiento de las derechas, no solo en su papel parlamentario, que como GIL-ROBLES se ven obligados a soportar, sino en sus postulados , ideológicos, morales y económicos.

Esta derecha que sigue viviendo todavía del soplo espiritual de “la gloriosa cruzada» y que califica de socializador el impulso igualitario de las políticas del gobierno; no ve, no quiere ver, que si de alguien está cerca el programa de este gobierno, no es desde luego, del programa de Octubre del 17, ni de los 10 días que conmovieron el mundo, y si de los postulados defendidos por todas las burguesías democráticas de Europa. O sea, no es un programa social-comunista como nos pretenden hacer creer, para justificar su táctica golpista, y si una propuesta democrático-burguesa para la superación de nuestro atraso.

Pero esta derecha que sufrimos en cualquier iniciativa democrática, ve una agresión en cualquier propuesta solidaria el comunismo, y en cualquier ley de justicia social una agresión al principio sacrosanto de la propiedad privada y contra sus intereses de clase.

Sin posibilidad de resolver el problema por la fuerza, pues ahora no cuentan con la ayuda de alemanes, ni de italianos, no les queda más vía que crear en el país un ambiente irrespirable y aprovechar las grietas de nuestro sistema, todavía habitado por ciénagas de franquismo sociológico, que vive parasitariamente en los pliegues del estado y esperar el advenimiento de algún salvador. Estos días hemos visto un ejemplo, a raíz del cese de un funcionario que ha falseado un informe, pedido por un juez y que ha servido para abrir las puertas del infierno contra el ministro del interior. O en la acusación de terrorista al vicepresidente del gobierno por ser hijo de un luchador por las libertades en nuestro país. Cuantos luchadores por la libertad en España después de ser asesinados no recibieron también la acusación de terroristas para justificar esas muertes de cara a un pueblo indiferente.

Sin afán más que de defender la democracia, al gobierno legítimo y las propuestas de justicia social que le animan; los sindicatos, las organizaciones sociales y empresariales democráticas, los ciudadanos de bien respetuosos con la legalidad vigente, deberíamos salir a las calles a gritar nuestra lealtad a la democracia, la constitución en todo su articulado y el cumplimiento del ordenamiento jurídico vigente, para bien de España y de los pueblos que la componen. Siempre que las condiciones sanitarias lo permitan. Y hacerlo ya. Antes que anochezca.

Se creen el país, ellos son España, suya es la bandera y todo el que no comulgue con ellos es ilegitimo. A veces no debemos olvidar la historia sino queremos volver a repetirla. Debemos estar ojo avizor. En el 36, el primer gran intento de modernización de España, dieron seis meses al gobierno de la república.

Las derechas españolas nunca fueron muy sobradas de paciencia.

CATEGORÍAS

COMENTARIOS

Wordpress (0)
Disqus ( )