Apropiaciones indebidas y otras glorias

Apropiaciones indebidas y otras glorias

En la ‘Gran enciclopedia del mundo’, que la editorial Durvan comenzó a publicar en 1965, se puede leer en el apartado referente a la ciudad de Granada que un teleférico sube al Veleta y que allí, en la cumbre de uno de los picos más altos de la Península, espera al visitante un restaurante giratorio con vistas exclusivas. Tal entrada recoge también que un tren baja desde la capital hasta la costa, con su término en Motril para mayor exactitud. Eran proyectos, de cuando Manuel Fraga era Ministro de Cultura y —según propaganda dubitable— se bañó en Palomares; superestructuras que como es obvio nunca se llegaron a realizar (ni lo uno ni lo otro). Noticias fraudulentas, llevadas a cabo más por un espíritu de visionaria esperanza y proselitismo político que de fehaciente realidad. Mucho peor son algunos ‘timos’ cometidos en la historia generalmente para medrar en la sociedad —mundana o científica— o por puro envanecimiento. Exponemos algunos casos:

Hiparco, astrónomo alejandrino del siglo II antes de nuestra era, se ganó un puesto entre los más eminentes científicos griegos de su época dando a conocer determinadas teorías astronómicas originales que, al pasar el tiempo, se demostró que las había copiado de manuscritos babilónicos (probablemente Pitágoras también conocería su «Teorema» durante una estancia en dicha ciudad mesopotámica).

El matemático suizo Johann Bernoulli, en 1738, publicó ‘Las Ecuaciones de Bernoulli’ (cierto desarrollo matemático) con fecha anterior a la real. Cuando su hijo Daniel, pasado el tiempo, publicó las mismas ecuaciones quedó ante la opinión científica internacional como vulgar plagiador de su padre, aunque poco tiempo después se demostró que en realidad el padre era el que había plagiado a su hijo.

Charles Dawson, en un artículo publicado el 21 de noviembre de 1912 en el periódico británico ‘Manchester Guardian’, hizo público el descubrimiento del ‘hombre de Piltdown’, el cráneo humano más antiguo hallado hasta la fecha, que la comunidad científica recibió con alborozo pues representaba el eslabón perdido que demostraba definitivamente la teoría de la evolución. Pero en 1953, expertos del Museo Británico descubrieron que el cráneo era en realidad un híbrido de huesos fósiles auténticos, hábilmente montados sobre la mandíbula de un mono. Estos restos, según el antropólogo estadounidense Frank Spencer, fueron compuestos y enterrados por el prestigioso paleontólogo Arthur Keith, allegado a Dawson, deseoso de que alguna prueba ratificase definitivamente sus teorías evolutivas.

El astrónomo inglés Anthony Hewish (1924) recibió en 1974 el Premio Nobel de Física por su descubrimiento de los pulsares. En realidad dicho descubrimiento había sido realizadopor Jocelyn Bell, una joven doctoranda de su equipo. Lo que ocurrió fue que el descubrimiento fue dado a conocer en un artículo firmado en primer lugar por Hewish, en segundo lugar por Bell y después por otros dos colaboradores, generándose la impresión de que estos tres últimos sólo habían ayudado al profesor que dirigía sus tesis doctorales.

Último ítem (aunque estos timos son abundantísimos). Se pude ser tramposo, pero no cutre. En 1973, William T. Summerlin, jefe de inmunología de trasplantes del Instituto Sloan-Kettering de Nueva York, aseguró haber conseguido injertar sin rechazo alguno un trozo de piel de ratón negro en un ratón blanco, lo que significaba un gran avance en el campo de su especialidad. Tras recibir los parabienes de toda la comunidad científica, alguien pudo revisar de cerca su éxito, llevándose la sorpresa de que el trozo de piel de ratón negro supuestamente injertado en el ratón blanco había sido pintado con rotulador negro.

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