Libertad (de contagiar y de contagiarse)

En el mundo nuestro todo el mundo invoca la libertad. Por tanto, la pelea política consiste en descifrar el sentido de la libertad. Lo estamos viendo estos días. La libertad consiste en promover falsedades, a menudo con cuatro pantallazos de gráficas mal comprendidas, e insultar a quien te cuestiona como enemigo del libre debate, o amigo censor del gobierno. Libertad es reclamar apoyo estatal para mis explotaciones agrícolas y luego contratar y albergar en condiciones infames: ¡qué sorpresa que así se contagien en mitad de una pandemia! Libertad es, como buen irresponsable, irte de jarana sin autocontrol alguno que luego ya se hará cargo de ti una sanidad pública empobrecida –ya que muchos como tú ni sabéis de los impuestos: ¡se detraen de tu jarana y te quitan la libertad de que sea muy intensa y más larga! Por supuesto, está la libertad de vestirse de etiqueta e irse de discotecas, sin mascarillas opresivas, quizá para celebrar ceremonias de graduación a la americana -ahora, precisamente ahora- o, en cualquier caso, para posar como la beautiful people. ¡Qué es la vida sin un simulacro hollywoodiense, sin trajes de raso y corbata, sin millones de fotos que muestren que todos somos en potencia, al menos cuando nos vestimos para la fiesta, príncipes y princesas o brókeres de Wall Street! ¡Ese día tú eres el protagonista! ¿Te lo quieren quitar? ¡El mundo será puro comunismo triste!

Esta es la libertad que desde el siglo XIX consideraba opresiva la legislación laboral, la que considera infernal que en clase se te pida que no uses el móvil o la que considera que quien no le considere un genio es un mediocre –la palabra fetiche de los libres: todos mediocres menos yo y los que me crean un genio.

Pero hay otra libertad, la que reclama objetivos comunes compartidos. Estos solo se pueden establecer renunciando a mi libertad como condición de una libertad mayor. Renuncio al móvil pero así me entero de lo que me cuentan –y de camino permito que ejerzan su libertad de escuchar aquellos que me acompañan. Libertad es respetar las normas de alojamiento medias en la sociedad en que vivimos y, por tanto, incluso sin pandemia, no hacinar a los trabajadores y trabajadoras. Libertad es entender que tus actos repercuten en el trabajo de sanitarios y sanitarias, a las que le vas a quitar vacaciones porque te has arrejuntado -masivamente y sin protección- para un rito de paso que se podía aplazar. Quien no entiende ese sentido de la libertad, de la libertad común, seguramente juega a ser un dios. O, añadía Aristóteles, una bestia. De hecho yo creo que da igual: detrás de quien se cree un dios solo hay una bestia.

Libertad, por parte del gobierno, también es entender que necesitamos un lugar donde se debata públicamente sobre qué sucede y qué alternativas hay. Ese escenario colectivo debe construirse, dársele publicidad y permitir que incluso los de los pantallazos argumenten -cuando puedan. Una sociedad con un enorme capital cultural no se puede gobernar con ruedas de prensa y sin criterios claros y nítidos. No se puede porque le dejas espacio a los del pantallazo para sus disparates alambicados. Y además no se debe porque el primer mandato del rigor y de la razón es saber que nadie ocupa el lugar de la verdad en mayúscula.

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