Temido septiembre
Habitualmente el mes de septiembre siempre ha sido temido por los malos estudiantes y por los currantes que terminaban sus merecidas vacaciones estivales y veían muy lejano su siguiente periodo de asueto. La COVID ha cambiado el perfil y las razones de esos temores y ahora asistimos al arranque del último mes de verano, con serios temores por nuestra salud, por la de nuestros hijos, por la de sus profesores, por nuestra economía y por nuestro sistema sanitario.
Cuando al final de la primavera emprendimos aquella desquiciada (y cateta) carrera autonómica por ver quien desescalaba antes, sabíamos que podrían producirse rebrotes y sabíamos lo que individual, colectiva e institucionalmente, teníamos que hacer para evitarlos. Tres meses después el virus cabalga desbocado por todo lo largo y ancho de este país, lo que significa que todos hemos fracasado estrepitosamente.
Con ser muy grave la irresponsabilidad individual, es infinitamente peor el esperpento protagonizado por las diferentes administraciones. Desde el Gobierno central que tras levantar el estado de Alarma, se ha convertido en una especie de Poncio Pilatos, lavándose las manos, un día sí y otro también, sobre asuntos tan importantes como el inicio de curso, la ausencia de rastreadores, o el continuo deterioro de nuestro sistema sanitario, hasta la última de las comunidades autónomas, más preocupadas por captar cuantos más turísticas mejor, vinieran de donde vinieran, que de preparar sus territorios para evitar una marcha atrás, en la que la que lamentablemente ya estamos plenamente instalados.
Y así, de esperpento en esperpento, ha llegado septiembre y como los malos estudiantes comprobamos que no hemos hecho los deberes y que estamos a punto de repetir curso, o lo que es lo mismo, de volver a los días amargos de marzo y abril. En muchas comunidades los indicadores sanitarios ya nos sitúan en ese escenario; en casi todas ellas, el caos ante el inicio del curso es monumental, con profesores y padres en punto de ebullición; el colectivo sanitario al completo advirtiendo que están -y con ellos todos nosotros- al borde del precipicio y con una ciudadanía que asiste incrédula e indignada, a la incapacidad, cuando no a la negligencia, de buena parte de sus gobernantes.
Estoy convencido que este país sería capaz de asumir aquello de «sangre, sudor y lágrimas», que ofreció Churchill a su pueblo en plena II Guerra Mundial, siempre y cuando encontrara un liderazgo claro y una hoja de ruta definida. Lamentablemente me temo que, a día de hoy, carecemos de ambas cosas, lo que complica considerablemente la salida a esta diabólica situación.
Y mientras los políticos siguen tirándose nuestros muertos a la cabeza, el personal asiste atónito, a desatinos como los protagonizados ayer por las comunidades de Madrid y Andalucía, con la disparatada cita a sus profesores para someterse a las pruebas previas al inicio del curso, que en ambos casos tuvieron que suspenderse ante el desastre de su convocatoria.
Crece el desconcierto ciudadano, pero también la indignación, ante escenarios tan incomprensibles como el de que seis meses después de su cierre, centenares de centros de salud continúen cerrados a cal y canto, para la angustia de millones de personas que se sienten absolutamente desamparadas, ante citas telemáticas imposibles y llamadas telefónicas sin respuesta.
Las «alegrías» del fin del confinamiento han dejado paso a un panorama otoñal sombrío, en el que aumentan los casos y la presión hospitalaria, en el que el deterioro de la atención primaria está provocando un gravísimo retraso en pruebas diagnósticas, intervenciones quirúrgicas, así como en un aumento desbocado de las listas del espera, lo que se traduce en un incalificable incremento de las mal llamadas víctimas colaterales, que no mueren por «fuego amigo», sino por la incompetencia buena parte de nuestros dirigentes.
Es cierto que el COVID no ha venido con un libro de instrucciones debajo del brazo, que es una situación insólita y de extraordinaria gravedad, pero no lo es menos, que esperábamos más, mucho más de nuestros líderes y que de esta no vamos a salir mejores, sino más debilitados, con menos confianza y más incertidumbres, con una gravísima crisis de liderazgo y sobre todo, con treinta, cuarenta o cincuenta mil compatriotas menos.