Ayusismo andaluz
La indeseable omnipresencia de Madrid en la actualidad diaria, las astracanadas de la Puerta del Sol que copan los titulares de todos los medios y la insumisión del Gobierno regional declarado en rebeldía, como si fueran discípulos aventajados de Torra, están actuando como una perfecta cortina de humo que oculta casi todo lo que ocurre más allá de Guadarrama y más acá de Aranjuez. Enorme favor el que están haciendo Ayuso y sus mariachis, a la ¿gestión? que de la pandemia está haciendo el Gobierno de Moreno Bonilla.
Si no fuera por el caos en que nos instala Madrid, un día sí y otro también, la situación en Granada, con trasmisión comunitaria declarada, como demuestran los casi 850 casos por 100.000 habitantes, sería un auténtico escándalo. Con esos números uno ya no sabe si Moreno Bonilla es un presidente pusilánime, que no se atreve a confinar severamente una ciudad cogobernada por su partido, o un incompetente de manual a quien esta segunda, o tercera ola de la COVID, se le ha ido de las manos y espera a que sea el Gobierno de Pedro Sánchez, el que tome una decisión que él no se atreve a adoptar. Ayer ya apuntó en esa dirección, en la segunda jornada del debate sobre el estado de la Comunidad.
El caso es que mientras solo se habla de las chaladuras de Ayuso, Bonilla pasa de puntillas por un desastre de gestión, en la que además de los ciudadanos, las principales víctimas son los sanitarios y la comunidad educativa, porque no se nos olvide que los colegios andaluces y las plantillas de profesores, prácticamente siguen en octubre como estaban en marzo, los centros de salud continúan semicerrados, la actividad quirúrgica ha comenzado a desprogramarse y seguimos con una falta alarmante de profesionales médicos y de enfermería.
En Andalucía no deberíamos dejar que la toxicidad que genera la actuación diaria del Gobierno de Madrid, permita a Moreno Bonilla hacerse el sueco, porque, aunque que sus asesores estén consiguiendo construirle un perfil próximo al de Fray Leopoldo, el principal responsable de la calamidad de gestión que nos llega desde San Telmo, se llama Juan Manuel y se apellida Moreno. Es cierto que ese trío calavera integrado por Bendodo, Aguirre e Imbroda, son cooperadores necesarios de su presidente, pero solo eso, cooperadores.
Si repasamos las actuaciones adoptadas por la Junta de Andalucía en las últimas semanas de esta crisis, podríamos llegar a la conclusión de que Ayuso ha hecho escuela y que a pesar de sus formas de apóstol de la concordia, el presidente de la Junta, está siguiendo sus pasos uno tras otro. Sin tanto ridículo como la Juana de Arco madrileña y por supuesto sin tanto foco mediático, pero con los mismos resultados.
Al igual que Madrid, en Andalucía no se aprovecharon los meses de «nueva normalidad» para pertrecharnos de cara a las siguientes olas que sabíamos iban a llegar. Recuerden si no como este verano, Bonilla y Bendodo, prefirieron contratar -de aquella manera- a vigilantes de la playa (a dos mil euros por cabeza), antes que a sanitarios o profesores; recuerden también que, al igual que en Madrid, cuando el bicho se les ha ido de las manos, han optado por confinar pueblos y ciudades pequeñas, antes que capitales como Sevilla o Granada, cuyos datos lo justificaban más que sobradamente; no olviden tampoco de que, también como en Madrid, el Gobierno andaluz, negó cualquier error propio, prefiriendo criminalizar a todo lo ajeno, como en el caso de la Universidad de Granada, cuya Rectora había cometido el enorme «pecado» de sacarle varias veces los colores a la Junta.
Qué decir de esa «joyita» de consejero de Salud, paradigma de la incompetencia y de la incontinencia verbal que ya ha avergonzado en varias ocasiones a los andaluces con sus salidas de pata de banco y que sería para descojonarse, si no fuera porque las lamentables decisiones de semejante calamidad, cuestan vidas, como ya costaron con la listeriosis, cuya gestión hubiera supuesto el cese fulminante como máximo responsable sanitario en cualquier administración pública medianamente seria. Jesús Aguirre presumía el lunes de «haber cerrado» Granada, cuando las medidas adoptadas la semana pasada por su consejería, fueron una cobardía política y puro maquillaje, como lo demuestra el hecho de que todos los indicadores hayan ido a peor.
«Richelieu» Bendodo también se ha sumado a la fiesta asegurando el lunes, que todo estaba controlado y que estuviéramos tranquilos. Curiosos mensajes cuando el COVID campaba ya por sus respetos por media Andalucía. Decía el Virrey malagueño que la sanidad andaluza tenía holgada capacidad de aguante y que sus profesionales están preparados. Ninguna duda de lo segundo, pero embuste total en lo primero, como lo demuestra el hecho de que los datos de Sevilla, Granada y Jaén, obliguen a activar el plan de contingencia y que el mismísimo presidente de la Junta, dijera el martes «por lo bajini» que la cosa se les había ido de las manos y que mañana viernes se anunciarían medidas muy estrictas, para intentar atajar el desastre.
Ayuso llegó una vez más al rescate, con la astracanada de su particular toque de queda, ahora lo pido, ahora no lo pido y Juanma vio el cielo abierto, para sumarse al pandemonium y echarle el muerto del posible confinamiento al Gobierno de Pedro Sánchez.
El Gobierno andaluz no se atrevió a actuar antes del Puente del 12 de octubre con la contundencia que exigía la gravedad de la situación, aunque debió de hacerlo a la luz de todos los datos que se han disparado luego por su estulticia. Es lo que tiene seguir a ojos cerrados la doctrina de la derecha de poner la hostelería y el turismo por delante de la salud.
Y de aquellos polvos nos llegan estos estos lodos que nos sitúan a ocho días de un nuevo puente, con la pandemia disparada y con una alarmante sensación de orfandad, tanto por parte de quienes tienen la responsabilidad autonómica, como en los que la detentan en la municipal, porque lo del Alcalde de esta ciudad sí que es para declarar el estado de alarma.