Algunos alunizajes antes de la llegada a la Luna
Tenía yo siete años cuando el 20 de julio de 1969 en un bar de la carretera de la Cabra cogido de la mano de mi abuelo vi sin saber bien de lo que se trataba la llegada del hombre a la luna. Subíamos de haber pasado la familia el día en Almuñécar y, cuando entramos en la venta, el único sonido que se imponía era el de un Jesús Hermida en blanco y negro narrando el acontecimiento. Todos los parroquianos estaban atentos a la pantalla que reposaba en un estante en alto al fondo del local. Mi abuelo apretó mi mano y dijo: «eso es mentira». Es de los pocos recuerdos nítidos que tengo de mi infancia.
No es mi intención debatir si subió o no subió el hombre a la luna, si dejó su huella, puso una banderola de estrellas y barras o se tomó un refresco de cola en rojo y blanco. Lo que sí es verdad que —como en todo— hay negacionistas. En 1926, cuarenta y tres años antes de que Neil Armstrong pisara el satélite, el astrónomo inglés Alexander Bickerton declaraba: «Esta estúpida idea de querer alcanzar la luna es un ejemplo de los extremos absurdos a que lleva una insana especialización a aquellos científicos que trabajan en compartimientos estancos… La idea resulta básicamente imposible».
Pues de un posible alunizaje o, con mayor verosimilitud, la habitabilidad de la luna se está hablando seguramente desde que el hombre la contempló con mayor interés de contemplar una estrella gorda o parte de un queso (según las culturas).
Selene en la mitología griega es la luna o la diosa de la luna; verosímilmente selenitas son sus habitantes, pero también las piedras lunares, tanto las que se encuentran en el astro como las caídas desde él hacia la Tierra que, según los antiguos, crecen y menguan al par que el astro lunar.
Luciano de Samotracia en el siglo segundo, en sus ‘Relatos verídicos’, ya narró un fantástico viaje a la luna influido, según reconoce el mismo autor, por Antonio Diógenes (casi contemporáneo suyo).
El conocido Cyrano de Bergerac (h. 1620-1655) —narigudo, duelista y poeta— escribió sobre viajes espaciales en ‘Historia cómica de los Estados e imperios de la luna’ (1662) y otros relatos. Curiosamente fue la primera persona en la historia que sugirió que un cohete era el único método que podía llevarnos al espacio.
En 1865 Julio Verne publicó ‘De la Tierra a la Luna’, llevado al cine en 1902 por Georges Méliès y en 1958 por Byron Haskin (la célebre luna con el cohete en el ojo).
La película muda alemana ‘Metrópolis’, de 1929, de Fritz Lang se inspiró en la novela de Thea von Harbou (1926), quien firma el guión junto al director.
Georges Remi, más conocido como Hergé, publicó a principios de los años 50, ‘Objetivo: la Luna’ y ‘Aterrizaje en la Luna’, donde el dibujante Hergé, con su héroe de cómic Tintín, se anticipaba en casi dos décadas a la aventura espacial.
No pretendo ser exhaustivo, simplemente hacerme eco de algunos lunáticos a lo largo de la historia antes de la aventura del Apolo 11