La demolición del centro
Como si fuese una gran metáfora, el centro urbano de Granada ha sido este otoño un gran decorado sin personajes, un plató vacío, una demolición de comercio y hostelería. Digo metáfora, porque de la misma manera el centro político granadino camino va de convertirse en un solar, en un desierto, un lugar no lugar, donde si alguien transita no es para quedarse.
Esa cuestión del centro político ha sido una pieza codiciada en la política española desde la caída al vacío de Suárez. Por entonces, los dos partidos mayoritarios despedazaron el centro y mantuvieron con pulso la zona de nadie. Excepto la posición de los partidos periféricos (sí, los nacionalistas: PNV, aquella CiU…) que siempre remaron para ambas corrientes y negociaban lo mismo con su izquierda que con su derecha. Los inventos del centro salían rana: Roca i Junyent, Suárez redivivo, UPyD… Hasta que el retoño Rivera se hizo mayor y la fiebre naranja se extendió por el país, y aquellos que habían buscado refugio a izquierda y derecha, o aquellos que no eran ni profetas ni salvadores en su partido, se agruparon bajo la bandera del centro y marcharon todos juntos a la Plaza del Carmen, a San Telmo y a la Carrera de San Jerónimo. Y sobre todo, al Palau del Parlament de Catalunya, porque ese centro surgió de la periferia donde nadie se entiende para tomar el país que no entiende nadie.
Cuando le fue propuesto a Rivera alcanzar la Moncloa (aquella vez, recuerden, en que contaba con tantos diputados) y pudo apoyarse en el PSOE para ser un vicepresidente hasta el infinito y más allá, quiso tomar la derecha al asalto. Prefirió ser presidente de la derecha que vicepresidente de un país. Ese es el problema del centro, que se suele tragar la derecha o la derecha se les mete en el cuerpo y los posee.
Ahora estamos en esa involución. Ahora que las izquierdas parecen entenderse, que incluso hablan con quien hasta hace bien poco queríamos (todos) que se pudiera hablar -habla, pueblo, habla: porque son aquellos a quienes pedíamos que enfundasen el jaleo a los pistoleros y enarbolasen la virtud de la palabra en el templo democrático-, es ahora cuando la derecha, que piensa que ha perdido dos brazos y solo mantiene una cabeza, recluta a los resistentes diputados de la aldea centrista, corteja a los consejeros imprescindibles de las comunidades, galantea con los alcaldes y ediles de cuando molaba el naranja.
Lo dijo Aznar, cuando vio que su legado monolítico, que lindaba en el centro con el PSOE de centro, estaba «troceado en tres, y eso es muy mala noticia»… Ahora que Ciudadanos puede convertirse en absoluta derecha, también conocido como “centroderecha” en su casa a la hora de comer, ahora que las coaliciones electorales se tornarán partidos unidos, ahora que los partidos naranjas y verdes serán solo corrientes en el gran mar azul de la derecha, hay que señalar que el centro es necesario para la salud democrática.
El retorno de VOX al tronco común es cuestión de tiempo: se trata de un contrapeso ahora poderoso que hace que el PP no olvide que hay un electorado que quiere trazo grueso, le gusta el brochazo de los mensajes populistas y el bailoteo en el filo de la navaja democrática.
Mucho se le debe a Catalunya, a los rebeldes oportunistas, a la desafección de la izquierda, capaz de convertirse en nacionalista por encima de socialista. El diálogo es el camino, pero el diálogo no encuentra su momento cuando se vive en campaña electoral y Catalunya está en continua campaña electoral. A Catalunya se le debe también la eclosión del centro, el hallazgo de Ciudadanos; quizá ese fue su losa: cargar con una bandera en vez de levantar el europeísmo, rechazar el fascismo, encarnar el motor de la reconciliación. Eso da votos, muchos votos a la larga, pero no es un rédito inmediato.
Así que, adiós al centro, adiós a las multitudes naranjas, adiós a los alcaldes que pueden negociar con unos y con otros, adiós a la derechita cobarde. Rebienvenidos al mundo del blanco o negro.