Sean felices
Pocas veces tiene uno la oportunidad profesional de que el día de publicación de su columna semanal, coincida con una fecha tan señalada como la de hoy. Así pues y antes de nada, vayan por delante mis mejores deseos para todos ustedes, recen al Dios que recen, hablen en el idioma que hablen y sean del color de piel que sean.
En un país teóricamente aconfesional y en un mundo en el que la globalización es moneda de cambio, pretender convertir la Navidad en arma arrojadiza, en base al nacimiento de un Dios que solo lo es de parte de la población y hacerlo en función de una historia, que tiene más de leyenda que de rigor, demuestra hasta que punto la política en país ha perdido el oremus.
Escuchar al líder de la oposición y a su terminal madrileña, criticar al Gobierno, por no felicitar estas fechas «como «Dios manda», es sencillamente un insulto a la inteligencia y demuestra el grado de encanallamiento al que hemos llegado, en el que cualquier cosa, por absurda que sea, sirve como munición para desgastar a un Gobierno, que tampoco se está caracterizando por sus reflejos, a la hora de evitar dar argumentos al adversario.
Se nos va la penúltima semana del año, con la «ínclita» presidenta madrileña, afirmando, entre en sonrojo general, que Madrid es un «socio leal» de la ONU, chorrada que solo podía ser superada con su «fino» análisis del origen de la civilización occidental, que semejante lumbrera sitúa con el nacimiento de Cristo, y por supuesto, con la acusación a Pedro Sánchez, de que el Gobierno va a escamotear las vacunas a Madrid. No le ha ido a la zaga su jefe de filas, con su majadero argumento navideño, o su exigencia al ejecutivo de que ponga orden en el caos que están viviendo los camioneros de media Europa en Dover.
Hay que reconocer que el Gobierno lo pone bastante fácil. Entre los bofetones diarios de los socios del consejo de ministros y los artríticos reflejos a la hora de dar respuesta a crisis, como la del cierre del vuelos con el Reino Unido, tras la aparición de la nueva cepa del virus, quizás no hayamos reparado, que en los últimos días se han aprobado los primeros presupuestos de los últimos años; la LOMLOE, más conocida como ley Celáa, que envía a la papelera de la historia a una de las peores leyes educativas que haya tenido nuestro país; la ley de Eutanasia que regulará con numerosas garantías el derecho a la muerte digna y que nos coloca a la vanguardia internacional en esta delicada materia; por no hablar del decreto que impedirá los desahucios y cortes de suministros básicos, a personas víctimas de la brutal crisis económica derivada de la pandemia, o del inicio de la negociación para una nueva subida del salario mínimo interprofesional, que sería la segunda en el actual mandato. Dejaremos fuera de esta enumeración, por no ser mérito exclusivo de este gobierno bolivariano y socialcomunista, el inminente inicio de la vacunación, o el desbloqueo de los fondos europeos destinados a la reconstrucción postcovid, de los que España recibirá 140.000 millones.
Hemos tenido legislaturas de cuatro años, sin pandemias de por medio, en las que se han aprobado menos leyes trascendentales y transformadoras, de las que han conseguido luz verde en estos últimos días, pero sin embargo, la sensación que la política traslada a la ciudadanía, es la de un encanallamiento permanente, una crispación insoportable y una pérdida de tiempo injustificable. Exactamente lo que pretenden los aventajados discípulos de Trump enrolados en derecha y extrema derecha y los supuestos líderes de opinión que, entre medios fake y redes sociales, están creando un ambiente irrespirable y lo que es peor, haciendo imposible para gran parte de la ciudadanía, acceder a una información fiable y veraz.
Todos esos ingredientes generan el caldo de cultivo apropiado, para el ascenso electoral de formaciones neofascistas y el florecimiento de «yayogenerales» que al grito de «¡Sujétame el cubata!», proponen fusilar a 26 millones de compatriotas y remiten epístolas golpistas a Zarzuela, para sonrojo de propios y extraños.
Con este panorama esta noche Felipe VI tendrá que lidiar al miura más astifino de todo su reinado, en un mensaje navideño, en el que además de «orgullo y satisfacción», deberá hacer alusión al vergonzoso comportamiento económico-fiscal de su señor padre y Rey Emérito, así como a sus admiradores golpistas de uniforme. No me gustaría estar en la piel del monarca, porque malo será que se pase y peor aún que no llegue.
Así pues respetados lectores, con allegados, o sin ellos, disfruten de una noche tan especial como la de hoy, en la seguridad que muy mal se tienen que dar las cosas, para que el futuro nos traiga una Nochebuena más complicada que esta.