El arte de la predicción
Es difícil deslindar la diferencia entre los conceptos de profecía y de predicción. En el primer caso, estaríamos hablando de algo cuasi divino. De un “don sobrenatural” para conocer las cosas distantes o futuras. En el segundo caso, según define el Diccionario de la lengua española de la Real Academia de la Lengua, predecir significa «anunciar por revelación, ciencia o conjetura algo que ha de suceder». Es decir, mientras que la profecía se reserva a lo “divino” y “sobrenatural”, en la predicción, aunque también se admite la “revelación”, sin embargo, se deja un espacio para la intervención de la ciencia.
Profecías famosas e históricas, según se recoge en la Wikipedia, serían las de los profetas en el cristianismo primitivo, a los que se les consideraba como hombres de palabra, llamados por Dios, profundamente religiosos, coherentes con sus obras e intercesores por el pueblo delante de Dios. Por esto la Biblia coloca a Moisés a la cabeza de los profetas, al haber conocido al Señor Dios “cara a cara”.
Sin embargo, en un sentido más laxo, una profecía también sería un “juicio o conjetura que se forma de algo por las señales que se observan de ello”. Sería como una afirmación clarividente sobre el futuro. Este fue el caso de las Centurias de Nostradamus, al referirse a Napoleón Bonaparte: “Un emperador nacerá cerca de Italia…”; o a Adolf Hitler: “De lo más profundo del Occidente de Europa…un niño nacerá…con su lengua seducirá a la muchedumbre…su fama crecerá más en el reino de Oriente”. Y así, algunas leyendas urbanas más, como la de los eventos del 11 de septiembre de 2001 del ataque a las Torres Gemelas.
Si nos vamos al campo científico, lo que está claro es que la predicción es un intento de anticipar el futuro. En el área de la economía y la estadística, que es lo que más conozco, esto se incluye en el campo específico de lo que se denomina “econometría”, que no es más que la disciplina científica destinada a la “medición económica”. Aunque hay predicciones en otras áreas, como la meteorología, la psicología…etc.
Ciñéndonos a la econometría, pese a que la misma consiste en la aplicación de la estadística matemática a la información económica (Gerhard Tintner, 1968); o la ciencia social en la cual las herramientas de la teoría económica, las matemáticas y la inferencia estadística se aplican al análisis económico (Samuelson et al, 1954); o la determinación empírica de las leyes económicas (H.Theil, 1971); para otros es un arte que consiste en concentrar el conjunto de supuestos que sean suficientemente específicos y realistas para permitir aprovechar de la mejor manera los datos disponibles (E. Malinvaud, 1966). Es decir, hasta en la ciencia se ha de tener el arte y la pericia necesarias para poder realizar una buena predicción. A pesar de ello, los errores de predicción son frecuentes.
En un artículo que publicábamos días atrás un colega de la Universidad Complutense de Madrid, César Pérez y yo, sobre la investigación realizada con los datos del paro registrado hasta noviembre de 2020, predecíamos que el desempleo en Granada descendería en los tres siguientes meses, fundamentalmente en la Construcción y en los Servicios. Cuando se han publicado los datos reales del mes de diciembre, hemos podido comprobar que nuestras predicciones cuadraban totalmente. Algo parecido ocurría con las predicciones nacionales que realizábamos en octubre para el mes de diciembre. Aunque el modelo estadístico que empleábamos era el correcto, una mala identificación de este hubiera dado al traste con una buena predicción. Y realizar una buena identificación tiene mucho que ver con la pericia y con el arte del investigador, además de con los conocimientos técnicos del mismo. Estas pueden ser algunas de las razones de que organismos tan prestigiosos como la OCDE o el mismo Banco de España en nuestro país, hayan tenido que revisar al alza algunas de sus predicciones sobre la evolución económica, para darle la razón al gobierno.
Durante estos días hemos sido testigos de un hecho insólito. El asalto al Capitolio, sede del poder legislativo en los Estados Unidos de América, por una masa enfervorizada y fanatizada, que previamente había sido azuzada por el propio presidente del país, Donald Trump. Entre los seguidores se han podido identificar a grupos de extrema derecha, de supremacistas blancos, negacionistas del cambio climático, seguidores de sectas que nos hablan de una supuesta conspiración internacional de pederastas. Todos han creído ciegamente a su jefe en lo referente al presunto fraude electoral. Aunque muchos analistas políticos y medios de comunicación habían vaticinado que algo de esto podía suceder, sin embargo, nadie, absolutamente nadie, se podía creer que este personaje podría llegar a superarse a sí mismo en lo que a capacidad de causar daño a su propio país se refiere.
Me vienen a la memoria las palabras del científico ya desaparecido Carl Sagan, en su libro “El mundo y sus demonios”, preguntándose si estamos al borde de una nueva edad oscura de irracionalismo y superstición. Aunque desenmascaró de forma brillante el fraude de los curanderos, sin embargo, no consiguió que la ciencia dejara de ser estigmatizada. Al menos, por personajes ignorantes, a la vez que perversos, pero tremendamente poderosos, que siguen al acecho intentando manipular a las masas para ponerlas al servicio de sus propios intereses. También en nuestro país.
Evidentemente, el camino que tenemos por delante para conseguir un mundo en el que impere la libertad, la ciencia y la razón es larguísimo, pero no imposible. Quizás el “método de detección de camelos” en el pensamiento político, social y religioso que nos enseñó Sagan sea útil para lograrlo.