El punto diez
Baudelaire escribió el 15 de abril de 1846, en ‘Consejo a los Jóvenes Literatos’ (traducido por Alfonso Salazar en Celeste Ediciones, en el año 2000): «Todo hombre sano puede pasarse dos días sin comer, pero nunca sin poesía». Cita que da pie para hablar, ya no de la poesía ni de la escritura en sí ni de los jóvenes siquiera, sino de los «consejos» a los jóvenes que desean escribir.
Son muchos los autores consagrados que se han reflexionado sobre su oficio, dando recomendaciones o advirtiendo de los escollos que se pueden encontrar, para que vayamos preparados, como Odiseo y sus compañeros al cruzar incólumes el arrecife de las sirenas.
Algunas observaciones las encontramos sueltas en alguna obra de difusión general o incluso de ficción, pero lo genérico es hallar textos exprofeso sobre el tema.
Así, en ‘Gramática de la fantasía’, de 1973 (una obra que pretende convertir al lector en un hacedor de cuentos), Gianni Rodari argumenta: «Los cuentos sirven a la poesía, a la música, a la utopía, al compromiso político…, en una palabra: al hombre. Sirven porque, justamente, en apariencia no sirven para nada: como la poesía y la música, como el teatro y el deporte (excepto cuando se convierten en un negocio)».
«Joven, si quiere ser artista —escribía Hermann Hesse en ‘El último verano de Klingsor’ (1920) son imprescindibles tres cosas: comer bien, evacuar adecuadamente y estar siempre cerca de una chica bonita». Ruiz Zafón nos dirá (la cita no me consta dónde la recogí): «Un relato es una carta que el autor se escribe a sí mismo para contarse cosas que de otro modo no podría averiguar».
Son multitud los autores dados a mostrarnos un ‘decálogo’ que no es imprescindible que sean diez puntos), a veces algo extenso, reuniendo estas advertencias para quien esté tentado de empuñar la pluma. No voy a reproducir todos los listados que he ido recogiendo de los diferentes autores, me limitaré a la conclusión vertida de algunos suramericanos en su punto diez.
El uruguayo Horacio Quiroga puede que comenzara la tradición con su ‘Decálogo del perfecto cuentista’. En su punto diez, nos dice: «No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento». Desde Lima, Julio Ramón Ribeyro, concluye: «El cuento debe conducir necesaria, inexorablemente a un solo desenlace, por sorpresivo que sea. Si el lector no acepta el desenlace es que el cuento ha fallado». Juan Carlos Onetti, desde Montevideo, escribe un ‘Decálogo para cuentistas’, en el que nos invita a la fábula, diciendo: «Mentir siempre». Lo que recuerda a la opinión que sobre fray Antonio de Guevara vertió Nestror Luján en un prologo a ‘Fábulas y leyendas de la mar’ (1982) de Álvaro Cunqueiro tildándolo de «alegre y soberano mentiroso, del mentir por el placer de mentir bello». ¡Ay!
Roberto Bolaño, a sus 44 años, nos dicta esta vez una docena de ‘Consejos sobre el arte de escribir cuentos’. Su décimo aviso reza: «Piensen en el punto número nueve. Uno debe pensar en el nueve. De ser posible: de rodillas». Lo que nos obliga a copiar el consejo nono: «La verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra», que a su vez deriva de la sugerencia octava que dice: «Bueno: lleguemos a un acuerdo. Lean a Petrus Borel, vístanse como Petrus Borel, pero lean también a Jules Renard y a Marcel Schwob, sobre todo lean a Marcel Schwob y de éste pasen a Alfonso Reyes y de ahí a Borges». A Poe también lo mencionó Quiroga en su primer consejo: «Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chejov— como en Dios mismo».
El peruano Mario Vargas Llosa, que, al ser su prosa más ancha, en vez de diez esculpe quince recomendaciones en sus ‘Cartas a un joven novelista’, en décimo lugar escribe: «La sinceridad o insinceridad no es, en literatura, un asunto ético sino estético». El guatemalteco Monterroso, en un decálogo de doce ítems, llega al punto diez recomendando: «Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea; pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él».
Por último, la Academia de Escritores Latinoamérica también lanza diez recomendaciones en las que termina aconsejando sobre la mítica ‘hoja en blanco’: «Todos los expertos concluyen que frente a una hoja en blanco, lo mejor es lanzarse a escribir, plasmar esas primeras ideas y no darle mucha importancia a los resultados iniciales, ya que ante un primer borrador siempre será más fácil perfeccionar el documento».
Aunque leyendo los precedentes y los que faltan diría que el consejo supremo es el estudio, o sea, la lectura (y la relectura) de todos los autores que nos lleguen a las manos y, por supuesto, la constancia. Recuerden: «¡Que las musas me encuentren trabajando!».