¿Qué es la libertad?
Días atrás, cuando la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, nos sorprendía a todos al anunciar el adelanto electoral, pese a la grave situación que atraviesa su comunidad por el coronavirus (tercera de mayor incidencia a nivel nacional, después de Melilla y Ceuta), me llamó la atención el desparpajo con el que explicó que era para que la gente pudiera decidir entre socialismo o libertad. En ese momento yo estaba acompañado de una de mis nietas y le pregunté qué entendía ella por libertad. Su respuesta no pudo ser más elocuente. Espera abuelo, me dijo, que le pregunto a Siri. Y Siri contestó: “La libertad, en sentido amplio es la capacidad humana de actuar por voluntad propia”.
Pese a que entre ambas hay una diferencia de edad de unos treinta años, el mecanismo para elaborar sus respuestas fue casi el mismo. La primera se limitó a repetir lo que le había dicho su asesor y jefe de gabinete. Mi nieta recurrió a un robot para que fuera él quien respondiera. Aunque, luego, en la distendida conversación que mantuvimos, ya me añadió matices que le había explicado su profe respecto a los límites de la libertad, sin embargo, creo que estas situaciones reflejan con crudeza la realidad actual.
En el diario El País de esta semana, se publicaba un artículo de Enrique Krauze titulado “Kronstadt o la venda en los ojos”. Narra en el mismo, cómo los marinos de la ciudad fortaleza de Kronstadt, en la isla de Kotlin, protagonistas de las revoluciones rusas de 1905 y febrero de 1917, y artífices del triunfo bolchevique en octubre de 1917, fueron masacrados por orden de los mismos líderes que habían ayudado a encumbrar. Mientras que Trotski decía de ellos n 1917, que eran el orgullo y la gloria de la Revolución, en 1921 declaró que los cazarían como a faisanes. Y así fue. Según relataba el sociólogo Daniel Bell, atendiendo las explicaciones del dirigente anarquista alemán, Rudolf Rocker, los bolcheviques se habían adueñado del poder en nombre del pueblo, usando consignas anarquistas, como “la tierra al pueblo” y destruyendo a los auténticos sóviet y consejos libres de trabajadores y soldados.
Aunque el fin último del comunismo, sea la libertad, sin embargo, en determinados periodos de la historia, la “razón de Estado”, los llevó, siempre en nombre de la Revolución y de la Libertad, a aplastar, por ejemplo la Primavera de Praga en 1968, a que se cometieron crímenes durante la Revolución Cultural china, a que se produjera el genocidio de Camboya, o a que se reprimiera al sindicato solidaridad en Polonia. Con estos relatos, nos viene a decir Krauze, que cada generación de izquierdas tiene un momento en el que constata cómo sus ideales son traicionados. El fin parece que justifica todos los medios.
Pero estos crímenes y traiciones no son patrimonio de ninguna ideología en concreto. El nazismo en Alemania, en su búsqueda de la pureza de la raza llevó al exterminio a millones de personas. El franquismo, aparte de alzarse en armas contra el legítimo gobierno de la República española, y provocar una guerra civil de más de tres años, al finalizar, masacró y exterminó a millones de ciudadanos contrarios a su régimen, hasta convertirse en una de las dictaduras que más crímenes contabilizados tiene en su haber. Y si hablamos de la dictadura de Pinochet en Chile, o de la de los militares argentinos, con sus miles de desaparecidos, la cosa no mejora en absoluto.
En la actualidad, el mundo asiste aterrorizado a la peligrosa expansión del coronavirus en el Brasil del Bolsonaro, que amenaza al resto de la humanidad con variantes de este cada vez más letales. Mientras tanto, este dictadorzuelo moderno, que llegó al poder usando la mentira, como se ha demostrado, sigue negando la efectividad de las mascarillas y arrasa millones de hectáreas de la selva amazónica cada día, las cuales favorecen la aparición de nuevos virus. Algo parecido a lo que ocurrió en la América de Trump, que tras su campaña de negacionismo del virus, llevó a su país a situarse a la cabeza en contagios y muertes a nivel mundial.
Y en nuestro país, mientras que en todas las Comunidades se hacen esfuerzos titánicos para frenar la expansión del coronavirus y prevenir el colapso de los hospitales, en Madrid, su presidenta, con una frivolidad que da pavor, promueve viajes de turistas internacionales, que organizan fiestas y bacanales en plena pandemia, decide un adelanto electoral porque las encuestas le favorecen y se adueña del noble concepto de la libertad, como si su objetivo no fuera el mero asalto al poder, para seguir privatizando servicios públicos y continuar favoreciendo a los grupos empresariales que han financiado las actividades ilegales de su partido.
En el año 2013, cuando se estaba tramitando por parte de la derecha gobernante una reforma de la Ley Orgánica de Seguridad Ciudadana y del Código Penal, escribí un artículo titulado “Libertades públicas en peligro”, en el que relataba que había prendido en la calle el lema de “no nos representan”, al existir una doble crisis de identidad, que el profesor Quim Bruque explicaba diciendo que, mientras que, por un lado, los ciudadanos no tenían confianza en los componentes del sistema político-administrativo, ni en la clase política; por otro construían nuevas alternativas de trabajo comunitario y cooperativismo, o recuperaban bienes comunes. Frente a ello, mientras que a la derecha gobernante no se le ocurrían más que nuevas formas para reprimir la protesta social, algunos expertos hablaban de profundización democrática y de gobierno abierto.
La denominación de Gobierno Abierto, decía entonces, debería contar entre sus principales características con la de gobernar bajo un prisma de radical transparencia, en la que el acceso a la información de los ciudadanos fuese fundamental; hacer una verdadera apuesta por la calidad democrática de las políticas públicas, relacionado con la involucración de la ciudadanía en el diseño e implementación de las mismas; reorientar el diálogo para favorecer la Administración inteligente, para que las políticas públicas se diseñaran y desarrollaran de forma transversal y multinivel, y buscando siempre la innovación; y por último, redefinir el ejercicio de la representación pública en el sentido de recuperar el valor de lo público, que es incompatible con políticos que se limiten a gestionar su “asalto al poder”, como ocurre cuando se adoptan decisiones en clave electoral.
He recuperado estos conceptos, unos años después, porque creo que siguen siendo válidos en la actualidad. Que políticos y grupos que no creen en la libertad, hayan conseguido apropiarse de este concepto, como antes hicieron con la bandera y con otros símbolos comunes, a través de mentiras y falsedades, da cuenta del deterioro al que está llegando nuestra democracia. Y del peligro que corremos. Pues, si no conseguimos desenmascarar semejando impostura, acabaremos gobernados por los que no anhelan más que la opresión y la persecución de los y las diferentes. Y, de esta forma se estará dando carta de naturaleza a la corrupción. Aún podemos evitarlo.