La ciudad ahumada
El caso de Granada es muy singular. Aún en el siglo pasado éramos una ciudad “con humos”, que es la manera popular de denominar a las pretensiones de alto alcance heredadas de nuestro pasado: fuimos capital del reino de Granada y ciudad palatina designada por Carlos V, y quizás por eso siempre hemos tenido cierta altanería y hemos creído ser ‘la otra’ capital de Andalucía. Hasta que la pujanza económica de otras ciudades andaluzas nos arrebataron parte de esa ensoñación. Y luego vino lo de Málaga, que se hizo el título de capital cultural, y el de turística también, lo de Córdoba que compite avezadamente en el mismo sector, lo de Almería que destaca sin lugar a dudas en el agrícola, el cierre de la Capitanía General, el cierre ferroviario, que ya acumula más de 4 años, con solo unos famélicos servicios de talgo a Madrid en el último año, y en fin, que para que vamos a seguir con tanto cogotazo histórico, que de lo poco que queda es una universidad que, a pesar de la proliferación de otras muchas en las vecindades, aún mantiene, y aumenta, el peso y la calidad de sus casi cinco siglos de historia.
Y en tan solo las ultimas décadas hemos pasado de ser una ciudad ‘con humos’, a ser una ‘ciudad ahumada’. Ahora el humo, literalmente, nos rodea, estamos en lo más alto en el ranking de contaminación en ciudades españolas, solo por detrás de Madrid y Barcelona, y en el primer puesto, ahora sí, en cuanto a contaminación en las ciudades andaluzas. La situación es grave, las afecciones respiratorias se multiplican, sobre todo en los inviernos con falta de lluvias, como este último, y aquí respira mal hasta el apuntador: los niños que van al colegio, los repartidores con mochila cubica a la espalda (esos, los pobres, los que más), los peatones, los turistas y el hasta el sursuncorda.
Y es una posición de liderazgo inverso que llevamos ya manteniendo muchos años, sin que ningún gobierno municipal haya tomado medidas eficaces al respecto. Los principales responsables son el tráfico y las calefacciones, excesivo y carbonizado uno y obsoletas otras. Algunos alcaldes recientes han sido tan singulares como la ciudad, pero poco eficaces al respecto. Kiki Díaz Berbel llegó inefable con su vespa al ayuntamiento, pero como era director de una afamada concesión automovilística alemana, pues como que no le tiraba tampoco mucho la cosa de limitar el tráfico. Quero llegó montado en el coche oficial, y dicen las malas lenguas que, a pesar que hace casi cinco lustros que dejo el cargo municipal, todavía no se ha bajado del mismo. Pepe Torres llegó en tractor al Ayuntamiento, pero lo abandonó en furgón policial. En fin, que no parece que nuestros alcaldes hayan ejemplarizado con sus transportes respecto al problema del tráfico en Granada. Tampoco con sus medidas, casi inexistentes. De los futuros alcaldes espero que al menos sean recordados por llegar a pié, en bicicleta o en transporte público a la Plaza del Carmen.
Recientemente nuestro actual alcalde ha decidido, como en otras ciudades españolas, limitar la velocidad máxima en la ciudad para intentar amortiguar el efecto ahumado. Esta bien, es la primera vez que se hace algo al respecto desde el ayuntamiento, y es de aplaudir. Pero hay que recordar que son medidas paliativas, de eficacia menor, aspirinas para un elefante, como es la contaminación en Granada. Antes era aún peor, se negaba directamente el problema, pero desde 2010 la normativa europea (bendita Europa) dice que incumplimos las reglas, por mucho. Y mientras Barcelona ha bajado un 78% la emisión de óxidos de nitrógeno y Madrid un 56%, en Granada la cantidad es apenas apreciable. Es necesario un paquete de medidas de verdadero calado: limitar el tráfico privado en el centro y crear zonas de accesos diferenciadas, potenciar los vehículos de emisiones cero (¿cuántos puntos de recarga públicos para vehículos eléctricos hay en nuestra ciudad?), aumentar el trasporte público, la intermodalidad y la peatonalización, hacer una red de carriles-bici sensata y completa, sin que tengas sus usuarios que evitar contenedores o muros en mitad de la ruta, promover un Plan Renove para las calefacciones domésticas, crear muros vegetales que frenen la entrada de partículas y gases desde la circunvalación, vigilar el cumplimiento de emisiones de vehículos, y sobre todo, no permitir el intolerable abuso de la Rober, la empresa concesionaria del servicio de autobuses, que debería por contrato de haber renovado ya buena parte de la flota, en lugar de asfixiarnos cada día con sus negros humos. Debería ya estarse confeccionando un plan municipal con medidas de este o similar calado. Salgamos ya de este liderazgo inverso. Por la salud de los granadinos y también por nuestra propia autoestima. Si no somos capaces de solucionar nuestros problemas de salud de gravedad y que afectan a todos, ¿cómo podremos pretender estar a la cabeza en otras áreas? Dejemos los ahumados para las tablas de las bodegas, y esperemos que nuestros gobernantes municipales sean lo suficientemente valientes como para poner la salud de los granadinos por encima de las (malas) costumbres heredadas y la visiones cortas.