Día Mundial Contra el Acoso Escolar
Ayer, 2 de mayo, se celebró el Día mundial contra el acoso escolar y como articulista sobre educación, no podía dejar pasar la fecha sin hacer un parón en el asunto.
Desde hace unos años, el término “acoso escolar” o su anglicismo, bullying, se instaló en nuestro vocabulario emocional tras varios episodios de ellos que, volviéndose mediáticos, abrieron los ojos de muchos escolares y sus familias. No es para menos, es un tema tremendamente serio. Una situación de acoso escolar deja marcados a los escolares de por vida y hay que erradicarlo.
Es importante que diferenciemos un conflicto relacional puntual, que se da en cualquier ámbito de la vida, incluido el escolar, de realmente un caso de bullying. Para que se considere un caso de bullying se necesitan varias premisas: continuado en el tiempo, que se produzca en tres o más ocasiones, que se tome como un “juego”, burlar, excluir o agredir al acosado, mostrar un desequilibrio de poder… Como comprenderán, este asunto es prioritario tanto para los docentes, como para las administraciones públicas. Trabajamos constantemente en la concienciación y la prevención de estas conductas y tenemos protocolos claros y concisos para tratar de evitarlos y, en su defecto, actuar.
No voy a profundizar en el sexting, compras, adicciones a su uso… porque sobre eso ya hay diversa literatura. Hoy quiero hacerles reflexionar sobre la lacra que está suponiendo el uso sin supervisión del adulto, de las redes sociales, ya que gran parte de los conflictos de esta índole, se producen en ese entorno, muy lejos del control que cualquier docente pueda tener.
La pandemia trató de digitalizar las aulas con un éxito más que dudoso. Fue el modo de mantener la socialización de nuestros menores durante el confinamiento, haciendo videollamadas o participando en chats con sus compañeros y compañeras y, como teníamos más tiempo “libre”, estábamos más pendientes de lo que hacían y lo que escribían. Una vez que volvimos a las aulas, nuestros menores continuaron con sus dispositivos, y nosotros nos quedamos sin ese tiempo de supervisión, por lo que se han convertido en el caldo de cultivo para cualquier tipo de incidente de esta índole.
Nuestros menores se creen impunes con un móvil en su poder. Piensan que, con borrar una conversación inadecuada, quien está al otro lado no le ha hecho un pantallazo que puede compartirlo con otra persona. Un móvil en un menor es un arma de destrucción masiva, si no controlamos que les den un buen uso y esa es la responsabilidad de sus familias. En la inocencia de nuestras casas, no sabemos que esa pantalla es capaz de sacar lo peor de ellos, incluso facetas que ni sospechábamos que tendrían.
Con el paso de los años, he comprobado que este tipo de situaciones se están multiplicando de una manera exponencial. Cuando un conflicto en redes sociales salta a conocimiento del docente, han pasado varios días o semanas, por lo que la bola de nieve está tomando dimensiones considerables. A partir de ahí, se nos presentan multitud de reuniones con alumnado, familias, jefatura de estudios, directivo… amén de la multitud de momentos que, ensimismados en la tranquilidad de nuestras casas, nos “roban” atando cabos, suposiciones y teorías judeo-masónicas que bien darían para una serie de Netflix.
Con todo esto solo quiero hacerles reflexionar si están siendo familias coherentes con el control del uso de los móviles por parte de sus menores. Si realmente están colaborando con su sociabilidad o, todo lo contrario. Si luego pueden, con la conciencia tranquila, exigirles a los docentes que solucionen un problema que se ha originado fuera del centro por su dejadez.
La lucha por erradicar el bullying de las aulas es una lucha compartida por toda la sociedad. Todos somos actores de una misma película en la que, los beneficiados, son nuestros menores. No existe el paternalismo ni los paños calientes. Hay que cortarlo de raíz. Desde los centros educativos hacemos todo lo posible para que no se produzcan, pero ¿desde casa tenemos el mismo compromiso? Seamos consecuentes y evitemos lamentos.