Puesto que lo paga el vulgo

Se contaba por los pasillos de la Movida —aunque la anécdota no sea totalmente cierta— que Germán Coppini tuvo que dejar el grupo ‘Siniestro total’ en 1983 porque «sabía de música» y entró a formar parte de ‘Golpes bajos’. Se han dado casaos que a alguien lo han rechazado en un trabajo por exceso de currículum, es decir, por sobrepasar con creces la formación exigida. En otros tiempos se contaba que había un camionero con el título de Derecho grapado en la cabina, lo cual ahora no extraña y vemos ingenieros dirigiendo el tráfico y psicólogos sirviendo mesas, pero el conductor al que aludo actuaba voluntariamente.

Lope de Vega publicaba en 1602, en ‘Arte nuevo de hacer comedias’, los versos: «Escribo por el arte que inventaron / los que el vulgar aplauso pretendieron / porque, como las paga el vulgo, es justo / hablarle en necio para darle gusto». Comentado por Néstor Luján en ‘Cuento de cuentos’ (1996), explica: «quienes pretenden el aplauso popular en el teatro han de hablar en necio al vulgo, que es el que paga». Fernán Gómez irá más allá y dirá: «Al teatro le sobra el público», tal vez siguiendo la preceptiva del poeta latino Ho¬racio: «Odi profanum vulgum». Francisco Umbral lo lleva a su terreno y afirma: «Casi todos los escritores estorban a su obra».)

Cervantes disiente de Lope y, en la primera parte del Don Quijote, afirma que «la falta no está en el vulgo que pide disparates, sino en aquellos que no sa¬ben representar otra cosa». Fray Antonio de Guevara igualmente, en su ‘Menospre¬cio de corte y alabanza de aldea’ (1539) ya exaltaba las virtudes naturales del pueblo, del vulgo y de la lengua vulgar ante el culto latín.

D’Alembert por su parte escribía en el siglo XVIII: «El público es un animal de orejas largas que se atraca de cardos, de los que se cansa poco a poco, pero que los defiende a bocados cuando se quiere quitárselos por fuerza; sus opiniones borreguiles y el respeto que quiere que se le guarde parecen decir a los autores: puede ser que yo sea tonto, pero no quiero que me lo digan».

Pero no nos vayamos por las ramas, la idea primigenia radicaba en el desprecio por la excelencia. Antonio Machado poetizaba: «Todo necio confunde valor y precio». Cervantes recrimina a quienes eligen dejar lo mejor que se les presenta para quedarse con lo peor, por no saber apreciar su valor y escribe en la primera parte de ‘El Quijote’ (1605): «No es la miel para la boca del asno»; refrán antiguo que entronca con el dicho: «Echar margaritas a los cerdos», o sea, ofrecer sabiduría, generosidad o delicadeza a quien sabe apreciarlos. Esta frase la podemos encontrar en el ‘Sermón de la montaña’ recogido en el Evangelio según san Mateo: «No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen». Gregorio Doval, en ‘Del hecho al dicho’ (1995), especifica que «en la traducción de este pasaje bíblico, a veces, se suele sustituir la palabra ‘margaritas’ por ‘perlas’, al entender que ésta es más acordé al sentido del texto bíblico y que, además, en aquellos tiempos se llamaba ‘margarita’ a cierto tipo especial del engarce de perlas».

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COMENTARIOS

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    Ángel 2 años

    Gracias por señalar el recorrido largo y jugoso de una idea.

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