Breve
Breve fue el encuentro entre Pedro Sánchez y Joe Biden y, sin embargo, ha hecho correr ríos de tinta en toda la prensa escrita de nuestro país, por no decir lo que le han dedicado el resto de medios de comunicación, jamás 49 segundos, o 29, o 30, habían dado para tanto. Pero si nos centramos solo en los periódicos y según tendencias, podemos leer cualquier cosa, ya sea un fiasco, un logro, un acercamiento, una humillación… Eso sí, muy poco sobre la esencia pura de la noticia: la cumbre internacional de la OTAN. Para eso ya están, digo yo, los medios de comunicación extranjeros, esos que en España casi nadie lee, Bueno, la verdad es que aquí no lee ni el Tato, más allá de un titular, un post o un meme.
Los líderes de la Oposición, antes que preguntarle a Pedro Sánchez por el desarrollo de la cumbre y resultado de la misma, sospecho se han servido de los destacados titulares para burlarse de él, sin observar en absoluto, a mi juicio, ese arranque de osadía y humildad, que es lo que necesita cualquiera que pretenda dirigirse al gobernante más poderoso de la Tierra. Pero en fin, esta es la altura de miras a la que nos tiene acostumbrados, por ejemplo, un tal Pablo Casado, que acusó al presidente del Gobierno de hundirnos en la irrelevancia internacional. Quién sabe si él en su lugar hubiera pedido antes consejo a su admirado homo antecesor, aquel que se reunió en Azores y que emulando a su soberbio homónimo, el que lo llamaba Ansar, dejaba los pies encima de la mesa para decidir sobre los destinos de Irak y de su anónimos habitantes.
Aquellos encuentros sí que fueron prolongados, e incluso hubo quien los consideró fructíferos, no sé muy bien para qué, pero seguro que alguien se benefició de ellos; no olvidemos que sirvieron para propiciar una guerra, lo cual es, en sí mismo, un negociado para generar nuevas actividades comerciales. Y si aquella cumbre y todavía más su resultado, fueron causa de indignación y rechazo por parte de la población mundial, la fugaz charla de Sánchez con Biden, dice Casado, que le provoca vergüenza ajena. Ahora bien, si le preguntan sobre las infinitas tramas de corrupción de su partido responde con el mutismo y una forzada sonrisa. Y es que creo, deben haber hecho voto de silencio en la todavía sede del PP en Madrid, que el segundo de a bordo, el campeón de lanzamiento de huesos de aceituna, García Egea, alega ante la misma pregunta que ellos no hablan sobre delincuentes. Otra cosa será, digo yo, tratar con ellos; me refiero a los delincuentes, quiero aclarar. También se mofaba el alcalde de Madrid, que ante la pregunta sobre el efímero encuentro realizó un gag digno de un gran mimo, con miradas a su cronómetro envueltas en muecas, mohines y arqueamientos de cejas. Otra cosa, sin embargo, es su repuesta ante la colocación de Toni Cantó en la recién creada Oficina del Español, lo que califica de muy acertado para impulsar nuestra lengua, la cual ha catalogado como industria. Y es que el negocio es como Dios, omnipresente, e inherente a esa política que tan lejos está de su sentido original y verdadero, tal y como yo lo entiendo. Si no, observemos de las 12 acepciones que la RAE recoge en su Diccionario, tan solo la 8 y la 9: 8. f. Actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos. 9. f. Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo.
Evidentemente, me quedo con la 9, además de desechar las otras diez por estar con el tiempo ligadas a la hipocresía humana. Y no digo más, corríjanme los académicos que ando profanando el lenguaje, o mejor, que me acuse Toni Cantó, así comenzará a ganarse el pingue salario que le han adjudicado. Aunque le recomendaría empezara por escudriñar el origen de palabras como: chiringuito, mamandurria, prebenda… Y por supuesto, que lea a los autores clásicos españoles; Martínez Almeida también, así sabrán el sentido que Cervantes concebía para la palabra industria, los dichos y refranes que encierra el Quijote; la habilidad literaria de Quevedo, su humor y su sátira, y uno de mis aforismos favoritos, que pertenece, o al menos fue el primero en plasmarlo sobre el papel, a Baltasar Gracián, ese que reza: Lo bueno, si breve, dos veces bueno.