La fiesta nacional
Cuando la fiesta nacional/Yo me quedo en la cama igual,/Que la música militar/Nunca me supo levantar. (Paco Ibáñez)
Unos días antes de la pasada Fiesta Nacional paseaba yo por el centro de Madrid y al llegar mientras anochecía al Círculo de Bellas Artes me sorprendió una música casi inaudible que identifiqué inmediatamente: se trataba del toque de bandera que se entona en las guarniciones militares mientras que se arría la bandera al atardecer, seguido del toque de oración que recuerda a los caídos en batalla. La música venía del cercano Palacio de Buenavista, en Cibeles, sede del Cuartel General del Ejército de Tierra. Me acordé de cuando yo oía esas músicas todos los días en el acuartelamiento de Estella por el ya tan lejano 1977. Siempre me impresionaron esos toques porque se apartan del tono exultante y agresivo propio de la música militar, que tanto denostaban Paco Ibáñez y Georges Brassens, generando un ambiente recogido y nostálgico, muy acorde con el momento en que suenan, el atardecer, el crepúsculo, “hora mía entre todas” , que decía Machado.La música me hizo preguntarme, la bandera, pero ¿qué bandera?, los muertos, pero ¿qué muertos?. ¿Qué bandera y qué muertos podía yo invocar en ese atardecer lánguido y nostálgico? Desde luego no la bandera que veía arriar en Estella todos los días, la bandera monárquica, la rojigualda. Me acordé también de que en aquellos lejanos días previos a la aprobación de la Constitución se discutía el paso que el PCE había dado de reconocerla bandera monárquica y yo, fiel compañero de viaje del PCE en aquellos días, explicaba a mis compañeros en el cuartel que como nuestra bandera era la roja qué nos importaba la bandera que se diera España. Y respecto delos muertos al plantear esa pregunta a una buena amiga unos días después me dio la respuesta evidente: todos. Hay que recordar a todos los muertos, porque como muy bien nos recordaba Bertold Brecht en versos inmortales:“Al final de la última [guerra]/hubo vencedores y vencidos./Entre los vencidos,/el pueblo llano pasaba hambre./Entre los vencedores/el pueblo llano la pasaba también”. En las guerras siempre sufre y muere el pueblo.
Y esto nos lleva a reflexionar sobre la Fiesta nacional del 12 de octubre. ¿Qué se conmemora y cómo en dicha fiesta? Se recuerda el descubrimiento de América y de paso la conquista de Granada como culminación de la Reconquista y el comienzo de España como nación. Antes se denominaba este día, Día de la Raza y Día de la Hispanidad, es decir se exaltaba la consagración del predominio del cristianismo sobre el islamismo y el judaísmo y el pasado imperial hispano. No deja de ser triste que el surgimiento de España como nación moderna vaya unido a la sumisión de los últimos musulmanes y a la expulsión de los judíos. Algo enfermo ha de haber en una nación cuyo origen supone la exclusión de gran parte de sus miembros y precisamente de los más laboriosos y cultos. Fenómeno que se ha repetido de forma recurrente a lo largo de nuestra historia en la que se ha producido un proceso constante de selección negativa que excluía, expulsaba o simplemente destruía a todas las minorías dinámicas y modernizadoras: judíos, musulmanes, erasmistas, protestantes, moriscos, ilustrados, liberales, socialistas, comunistas, etc.
Y luego la gesta americana, últimamente muy controvertida. Pienso que ante la historia lo primero que hay que hacer es reconocerla: lo que ha pasado ha sido por algo y ha tenido y tiene consecuencias que impiden borrarlo de un plumazo. Lo anterior no imposibilita que podamos enjuiciar los hechos históricos desde el presente, aunque hay que tener cuidado para no caer en fáciles y estériles anacronismos. Si se admite, y veo difícil no admitirlo, que ha existido un progreso a lo largo del tiempo, y no solo científico y técnico sino también moral y político, hay que contextualizar nuestros juicios históricos. Es muy difícil juzgar a partir de presupuestos igualitarios y democráticos épocas o culturas basadas en principios jerárquicos y excluyentes. Para evaluar dicho progreso se me ocurren dos criterios: uno, hegeliano, el desarrollo y despliegue de la libertad; el otro, marxista, el desarrollo de las fuerzas productivas. En los juicios históricos, pues, habría que aplicar dichos criterios y preguntar en esta coyuntura específica, qué grupos o individuos contribuyeron al desarrollo de la libertad o al desarrollo de las fuerzas productivas y cuáles entorpecieron dichos desarrollos. Aplicando estos criterios es difícil no considerar que la conquista de América, a pesar de las catástrofes que produjo, se puede considerar como un progreso para la humanidad en su conjunto. Lo que distingue nuestra posición del progresismo ingenuo y ciego reside en que la aceptación de la existencia del progreso se acompaña del reconocimiento de los costes que conllevó, así como dela conciencia de que no es inexorable, que pueden producirse retrocesos, ni tampoco global, es decir, progresos en un campo pueden conllevar retrocesos en otros campos.
En este sentido, es difícil desligar la idea del patriotismo de la consideración de la historia , y en ese cometido la reflexión sobre la historia y la memoria histórica como base del patriotismo pueden ser utilizadas tanto para la construcción de un pasado mítico inmemorial que se proyecta sobre la continuidad histórica, como para establecer el espacio de una reconstrucción continua de dicho pasado en cada momento histórico. La memoria histórica puede ser un foco de regresión si solidifica y condensa el pasado de forma mítica, o puede ser un elemento de redención de pasados posibles destruidos y de recuerdo y conmemoración de las víctimas.
Pasemos a cómo se conmemora la Fiesta Nacional: se hace mediante un desfile militar presidido por el monarca y las principales autoridades del Estado, lo que evidencia que la idea de patria está ligada a las efemérides militares y que exalta el poder político. Ejército y monarquía, y en menor proporción la iglesia, son los fundamentos de la patria. La historia de nuestros siglos XIX y XX han contemplado los ímprobos esfuerzos por conseguir que esto no sea así y por buscar un tipo de patriotismo no basado en la conjunción entre el Trono y el Altar, sustentado a su vez en las fuerzas armadas.
Se ha podido decir que la idea de nación española se forja en la Constitución de Cádiz de 1812, frente a los que remontan la idea de España como nación a la dominación romana, al reino visigodo, especialmente después de la conversión de Recaredo al catolicismo, a los Reyes Católicos o a los primeros Borbones. Lo cierto es que dicha Constitución es la consagración de la Nación como un principio superior a la Corona y el primer intento de construir una identidad cívica al margen de las lealtades personales a una dinastía.
A partir de entonces, la titularidad de la soberanía pasa del monarca al pueblo o nación entendida como la nación soberana; como un ‘cuerpo moral’, mientras que la Corona pasa de ser el poder constituyente a ser un poder vicario, constituido. Lo que unía a los españoles ya no era el estamento, o el territorio sino la Constitución proclamada por las Cortes, en nombre de la Nación. La patria era la Constitución. Argüelles en 1812 mostrando la Constitución dijo: “Españoles, ya tenéis patria”. La constitución crea la nación. Este paso es muy importante porque supone un proceso de abstracción y universalización que pasa de considerar la Nación como la ‘tierra de los padres’, como una entidad simplemente histórica, a considerar la Nación como un constructo normativo basado en los ideales de la modernidad. Esta idea nueva de nación y de patria se basa en la existencia de un «nosotros» que se forma fundamentalmente a través no solo de la historia compartida (con sus victorias y derrotas) sino también de la educación, del aprendizaje de todo un conjunto de usos, hábitos, costumbres, prácticas y valores compartidos. La nación es algo a aprender, de ahí el papel clave en su construcción de la educación, las comunicaciones, la unificación de las monedas y unidades de medida, de un ejército popular y no ya dinástico, etc., y no solo a recibir de manera pasiva como una mera herencia histórica.
La nación se presenta más como un proyecto a realizar que como una tradición a conservar. Esta nueva Nación se presenta como una comunidad construida y no simplemente dada y esta unión no se basa tanto en la sangre o el suelo como en la asunción de instituciones y procedimientos libremente adoptados. El amor a la libertad se impone sobre el amor a la tradición de forma paralela a como la soberanía de la nación prevalece sobre la lealtad al rey. La Patria ya no es solo el lugar en el que se ha nacido sino las leyes que convierten dicho territorio en un país de hombres libres, iguales y solidarios.
El liberalismo dela Constitución de Cádiz supone un radical cuestionamiento de la identidad nacional como forma de identidad colectiva basada en la lealtad ala corona y su necesario fundamento en las exigencias morales de autonomía y racionalidad. El fundamento de la soberanía pasa de ser un etnos, una raza, a ser un demos, un pueblo. Se pasa de un sentimiento de pertenencia a una nación entendida como una comunidad étnico-cultural identificada con un destino común a un nuevo tipo de lealtad respecto a la nación entendida como la reunión libre de los ciudadanos. Se pasa de considerarse un pueblo a ser el pueblo, paso de lo étnico a lo demótico, a lo democrático.
Esta es la base precisamente del llamado ‘patriotismo constitucional’, tan mal usado por nuestras derechas últimamente.El patriotismo constitucional se basa en una identificación de carácter reflexivo, no con los contenidos particulares de una tradición cultural determinada, sino con los contenidos universales recogidos en los derechos humanos y los principios fundamentales del Estado democrático de derecho. El objeto de adhesión patriótica no sería tanto el país en el que uno ha nacido por azar, sino aquel que reúne los requisitos exigidos por el constitucionalismo democrático. Esta concepción del patriotismo supone una diferencia radical entre la nación entendida como una mera comunidad histórica dada y la nación entendida como el producto de una cultura política ciudadana como lealtad a los principios e instituciones democráticos. En palabra de Haber mas, la base de este patriotismo constitucional sería una “comunidad política articulada en términos de Estado postnacional”. Este patriotismo sería casi un ‘patriotismo sin nacionalismo’, que solo exigiría la aceptación en el ámbito público de los principios democráticos y de los derechos humanos, dejando libertad para las distintas formas de vida buena que coexisten en el ámbito privado, de manera que se pueda articular la unidad de la cultura política, exigible a todos los ciudadanos, con la multiplicidad de culturas y formas de vida. Como nos recuerda el teórico del republicanismo M. Viroli: el patriotismo republicano no es otra cosa que el amor por una patria libre y por su forma de vida pública.
Este proyecto de patriotismo constitucional trata de conjugar el nacionalismo , particularista, y el patriotismo, universalista, en una manera similar a la que Fichte, a principios del siglo XXIX, proponía en sus ‘Discursos sobre el patriotismo’, para articular el cosmopolitismo ilustrado y el nacionalismo naciente: “El Cosmopolitismo es la voluntad dominante de que el fin dela existencia de la especie humana sea realmente alcanzado porto da la especie. Patriotismo es la voluntad de que este fin sea conseguido antes que nada en aquella nación de la que nosotros mismos somos miembros, y de que a partir de ella el éxito se extienda a toda la especie”.
No se puede negar que este patriotismo constitucional presenta varios problemas. El primero el de la motivación, ya que parecería que el patriotismo es más cuestión de sentimiento y de adhesión incondicional a unos principios concretos históricos que de asentimiento reflexivo y racional a unos principios abstractos y universales. Aun reconociendo el peso de esta objeción, nosotros seguimos apostando por este tipo de patriotismo que con su atención a los aspectos racionales y universalizables de la política puede servir como muro de contención frente a los excesos irracionales y emotivos de la misma. Por otra parte, se puede producir también un conflicto en la autocomprensión de la nación en relación con su pasado, en la reconciliación con la propia historia. Como Álvarez Junco ha apuntado en relación con los proyectos liberales de nación que parten de la Constitución de 1812 se da una incompatibilidad entre la actitud ilustrada y la identidad heredada, ya que existe la dificultad para utilizar en sentido progresista unos mitos identificatorios de la nación española basados en la monarquía, el predominio de la cultura castellana, y un catolicismo de cuño integrista y contrarreformista.
A pesar de todos estos inconvenientes pensamos que se puede ser patriota si se tiene una idea de patria abierta a la universalidad que hace las cuentas de forma crítica con su propia historia, no absolviéndola in toto, pero tampoco denigrándola de forma global sino evaluando cada episodio de la misma intentando comprender el contexto y las posibilidades abiertas ante sus protagonistas. Una patria que, como dice la canción, no es solo “un fusil y una bandera” sino más bien “mis hermanos que están labrando la tierra”. En la historia, como en el ajedrez, cada jugada supone todas las anteriores y no se puede de forma arbitraria tirar el tablero y empezar de nuevo en cada momento, ni tampoco juzgar el pasado solo desde el punto de vista del presente. Cada nación, como cada individuo, ha de asumir su propia historia y jugar con las piezas de las que dispone encada momento. Como nos recordaba Marx : “Hic Rodhus, hic salta”: aquí está Rodas y es aquí donde hay que saltar.