Querido Luis
Nunca, querido Luis, hubiera imaginado escribirte estas líneas. Tampoco tener que mandarte un whatsapp para unirme a tu dolor, que era el mío y el de todas las buenas personas de este país. Jamás, Luis, sospeché que pudiera sentirme tan huérfano, como me siento desde el sábado.
La noticia me llegó de Isaías Lafuente y ambos nos quedamos mudos después. Fue como una coz en el pecho que te roba el aliento. Como la pesadilla de la que quieres despertar, pero te das cuenta de que no estas soñando, que es la vida real.
Cuando el pasado 19 de octubre te preguntaba por ella a la salida de un acto en el que participaste en Granada, tu respuesta intentó ser tranquilizadora, aunque no pudiste evitar que se te hiciera un nudo en la garganta, pero nada me hizo sospechar que en poco más de un mes, te ibas a quedar sin ella. Nos íbamos todos a quedar sin ella.
Te escribo estas líneas a ti, querido Luis, porque eres tú quien te quedas con nosotros, con tu dolor, sin el amor de tu vida, con esa lacerante ausencia que debe ser no escuchar su torrente de voz, no saberla trasteando en la cocina, mientras la casa se va impregnando de esos aromas de platos maravillosos, no poder leerle tus cosas, ni escuchar como ella te leía las suyas. Te quedas con nosotros, Luis, y créeme que te necesitamos más que nunca, porque desde el domingo, querido amigo, tendrás que cargar sobre tus hombros la responsabilidad, no solo de ser el mejor poeta de este país, sino también de ser un poco Almudena, porque, al menos yo, cada vez que te vea, te lea, o te escuche, siempre atisbaré parte de ella, en cada cosa que hagas.
Por eso, querido Luis, tienes que vencer a ese dolor paralizante, esa angustia demoledora que trasluce tu rostro desde que ella no está y tienes que vencerlos, porque sus amigos, pero sobre todo sus lectores, vamos a reconocer en ti, a una parte de Almudena de la que no puedes privarnos. Tómate tu tiempo, compañero, el que necesites, pero vuelve con nosotros y hazlo con esa parte de ella, que ya siempre va a formar parte de tu aura.
Cuando te entrevisté por primera vez, con motivo de tu Premio Adonáis de poesía, hace ya casi 40 años, tuve la sensación de que había encontrado un ser de luz, una luz que se hizo aún más cálida e intensa, cuando Almudena entró en tu vida. Cuatro décadas después sigo teniendo la misma sensación cada vez que me encuentro contigo.
Te necesitamos amigo. Vital, creativo, contagiador de entusiasmo, como lo eras con poco más de veinte años, cuando fuiste anfitrión de Rafael Alberti en su primera visita a Granada; cuando te vi llevarlo hasta tu casa desde la ventana de la mía, en aquel patio mágico en el que tuve el privilegio de vivir, contigo, con Antonio Muñoz Molina y con los inólvidables, Alfonso Alcalá y Mariano Maresca, como vecinos.
Creo poner voz a los miles de lectores de Almudena, si te digo, querido Luis, que te necesitamos por partida doble. Por tu compromiso, siempre presente en cada acción de tu vida y por el de Almudena, que desde el sábado vive en ti. Necesitamos tu ejemplo, tu honradez y tu bonhomía, porque, ¿Sabes, Luis? No estamos sobrados de ejemplos como el que tú llevas dándonos desde hace muchos años… y no solo desde tu poesía, sino desde cada acción de tu día a día.
En esta era de la imagen, del hagsthag y del trending topic, sé que sin pretenderlo, el lunes convertiste tu despedida a Almudena, en un símbolo de dolor, de la tristeza y del amor. Ese beso a tu libro, que depositaste sobre su féretro, será ya para siempre, el más hermoso gesto de despedida, el más íntimo, el más emocionante y el más compartido. Un beso con el que nos emocionaste, con el que nos encogiste el corazón y con el que nos hiciste llegar, todos esos sentimientos que no se pueden expresar con palabras, aunque sean tan hermosas, como las que tú sueles utilizar.
Tómate tu tiempo, querido amigo, pero vuelve pronto. Hazlo por Ella, por Mauro, por Irene, por Elisa y por todos nosotros, porque claro que sí, «estar hundido es un modo de seguir enamorado y de empezar una nueva vida con el amor de siempre» ¡Como no lo va a ser, si estamos hablando de Almudena!
Sé que podías haber escrito los versos más tristes ese sábado fatídico, pero resulta que ya los habías escrito, nada menos que hace cuatro años, cuando dijiste aquello de:
«Así me duele una noche
con ese mismo invierno de cuando
tú me faltas,
con esa misma nieve que me ha
dejado en blanco,
pues todo se me olvida
si tengo que aprender a recordarte«.
Vuelve pronto querido amigo, aunque por doler, hoy te duela hasta el aliento.