El pequeño Almeida y la gran Almudena Grandes

Algunos impostores son fáciles de desenmascarar: les preguntas cuántos libros han leído y se quedan en blanco.

Dice el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, que Almudena Grandes no merece ser Hija Predilecta de la ciudad, pero que accedió a darle ese reconocimiento a cambio de pactar los Presupuestos con los ediles tránsfugas de Más Madrid. El pobre creerá que con eso se disfraza de estadista y que su gesto lo legitima como negociador, por poner el bien común por encima de sus propias convicciones, pero claro, debe de ser que no entiende que la mezquindad y la nobleza son incompatibles. O que cuando eres tan extremista como él en tus odios y tus militancias, lo mismo da El corazón helado que El rayo que no cesa, Almudena Grandes que Miguel Hernández, del que también quitó unos versos de un memorial: si la o el autor son de izquierdas, se los ningunea o tacha. Almeida el malo –la buena es Cristina– es un fraude en muchos aspectos y, entre otros, por la falsedad de la imagen cercana y bromista que quiere transmitir y que le aplauden quienes ya sabemos, porque lo cierto es que no es nada de lo que aparenta, sino un verdadero radical. Es un espejismo, o sea, una parte del desierto. Es otro campechano que, seguramente, no se dará cuenta de que cuando en lugar de asistir al entierro de la novelista, como era su obligación institucional, andaba dando saltitos de rana sobre un riachuelo, no resultaba simpático, sino grotesco. Leer más.

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