El fascismo histórico analizado por sus contemporáneos
Hoy que parece que vuelven a sonar de forma insistente los tambores del fascismo quizás fuera conveniente volver a los magistrales análisis que algunos contemporáneos de su surgimiento inicial, como Mariategui, Gramsci o Benjamín, hicieron del fenómeno, que más que meramente político supuso un cambio también cultural y vital, un retroceso histórico provocado por un capitalismo en apuros que encontró insuficiente a un Estado liberal en crisis como salvaguardia frente a la creciente pujanza de los movimientos obreros revolucionarios.
Para Mariategui, uno de los marxistas más lúcidos en lengua castellana de comienzos del siglo XX y que estuvo en Italia en los años de nacimiento del fenómeno fascista, hay en el fascismo algo de místico y de ideal, una defensa de la paz social frente a los leninistas y una recuperación de una noción heroica y belicista de la historia nacional. El fascismo defiende desde sus orígenes el nacionalismo contra el internacionalismo socialista, y se presenta como “una milicia civil anti-revolucionaria”, como una defensa ilegal y preventiva de la clase burguesa contra la ascensión de la clase proletaria, una clase burguesa que no confía ya en las capacidades legales del Estado para atajar la revolución. El fascismo más que un programa es una acción, más que una doctrina es un movimiento .“El liberalismo y la democracia se han dejado desalojar, dominar y absorber por el fascismo”, que es radicalmente antidemocrático. “La victoria fascista, aparece… como una consecuencia de la descomposición y la abdicación del liberalismo”. El fascismo se adapta a las formas que quiere romper, formas que legalizan y regularizan su ascensión al poder. El fascismo, movimiento romántico, antihistórico, voluntarista, tiene sus raíces en la propia historia europea. El fenómeno fascista es ,para el político peruano, efecto y no causa del fracaso de la ofensiva revolucionaria. “La vida, más que pensamiento, quiere ser hoy acción, esto es combate. El hombre contemporáneo tiene necesidad de fe”. “La dulce vida pre-bélica no generó sino escepticismo y nihilismo. Y de la crisis de este escepticismo y de este nihilismo, nace la ruda, la fuerte, la perentoria necesidad de una fe y de un mito que mueva a los hombres a vivir peligrosamente.”
Mariategui denuncia, pues, la abdicación del liberalismo y la democracia ante el fascismo. La burguesía se encuentra ante un dilema: imposibilidad de tornar al pasado, orgánico y medieval, y, a la vez, imposibilidad de aceptar el porvenir, revolucionario, socialista. El fascismo no es un concepto, es una emoción. Los dirigentes fascistas no son teóricos, son retóricos, conductores, agitadores de masas; su lenguaje no es programático, no se basa en principios sino que es pasional, sentimental. El fascismo tiene uno de sus orígenes en la mentalidad bélica, imperial. El fascismo explota el odio de la clase media contra el proletariado y agrupó a todos los conservadores y reaccionarios que querían más un capitán para combatir al socialismo y la revolución que un político inclinado a pactar con el proletariado. El fascismo ,a pesar de su pretendido apoliticismo y su situarse por encima de las clases está, al contrario, al servicio de una de ellas, la clase conservadora. “En épocas normales y quietas la política es un negocio administrativo y burocrático. Pero en esta época de neo-romanticismo, en esta época de renacimiento del Héroe, del Mito y de la Acción, la política cesa de ser oficio sistemático de la burocracia y de la ciencia”. El futurismo (Marinetti) y el esteticismo (D’ Annunzio) son componentes esenciales del fascismo en su apuesta por la vida, por la velocidad, por la técnica, por la máquina. Un nacionalismo visceral cubre todas las contradicciones del programa fascista con su pretensión de monopolizar el patriotismo. El fascismo es esencialmente una combinación de demagogia y oportunismo; una articulación de insurrección y dictadura en el marco del parlamentarismo. Su base es un alma católica, medieval, anti-liberal, anti-renacentista, movimientos y épocas denunciados como disolventes y nihilistas. “¿Qué importa el contenido teórico de un partido? Lo que le da la fuerza y la vida es su tonalidad, es su voluntad, es el ánima de aquéllos que lo constituyen». El fascismo es la anti-revolución. El fascismo no surge de repente , se incuba a lo largo del tiempo y se nutre y expresa las pasiones y la sangre de una espesa capa social. “En la historia del fascismo, en suma, se siente latir activa, compacta y beligerante, la totalidad de las premisas y de los factores históricos y románticos, materiales y espirituales de una anti-revolución. El fascismo se formó en un ambiente de inminencia revolucionaria —ambiente de agitación, de violencia, de demagogia y de delirio— creado física y moralmente por la guerra, alimentado por la crisis post-bélica, excitado por la revolución rusa. En este ambiente tempestuoso, cargado de electricidad y de tragedia, se templaron sus nervios y sus bastones, y de este ambiente recibió la fuerza, la exaltación y el espíritu. El fascismo, por el concurso de estos varios elementos, es un movimiento, una corriente, un proselitismo”. El fascismo no opone a la revolución su criticismo, su escepticismo, su racionalismo como hacen los liberales, sino que al misticismo revolucionario enfrenta un misticismo reaccionario y nacionalista. Es un activismo: “la reacción, arribada al poder, no se conforma con conservar; pretende rehacer. Puesto que reniega el presente, no puede conservarlo ni continuarlo: tiene que tratar de rehacer el pasado”, mediante una combinación de autoritarismo, jerarquía y religión estatal. El fascismo no es un cataclismo monstruoso, algo excepcional y teratológico, sino la consecuencia de la crisis del liberalismo y de la derrota de la revolución socialista. El fascismo pretender ser antes que un fenómeno político, un fenómeno espiritual, en el que el mito sirve como carburante emocional de la praxis. El fascista como tipo humano es un aventurero romántico y antiburgués, típico de la época convulsa abierta tras la gran guerra y basado en la necesidad de una fe y un mito que lleve a los hombres a vivir peligrosamente ante las inseguridades históricas del momento vivido como una crisis radical.
Por su parte, Walter Benjamín interpreta el fascismo como una fase extrema de la lucha de clases y en su análisis tiene en cuenta que los factores culturales expresan pero no reflejan de manera mecánica los factores estructurales, económicos. Benjamín inserta su denuncia del fascismo en sus análisis sobre la modernidad y sus grietas. Al principio su crítica del fascismo está centrada en la figura del Duce como Cagliostro moderno, y en la denuncia de la modernidad por haber rechazado toda relación con la trascendencia a partir de una idea de experiencia centrada en las ciencias naturales. Benjamín destaca la importancia que la sugestión y la fantasía tienen en la política fascista y afirma que una Ilustración ,que ha abandonado la trascendencia religiosa, está mal preparada para combatir al fascismo en este terreno. En estos años Benjamín destaca la importancia del mito y de la fantasía de forma paralela a como lo hacen Bloch y Mariátegui. Que la razón haya disuelto la creencia en lo divino no elimina las necesidades de creencias que tienen los individuos y que el embaucador de turno, ya sea Cagliostro o el Duce, aprovecha para someterlos. Nuestro autor se centra en el papel que los excombatientes licenciados tienen en el surgimiento del fascismo y considera el fascismo como una respuesta al resultado de la Primera Guerra Mundial. Durante los años treinta, la batalla contra el fascismo se da en el ámbito de la estética y Benjamín opone la idea del artista como productor y organizador al monumentalismo fascista que, basado en la idea de la personalidad creadora, de origen romántico y decadentista, busca la sugestión de las masas y propone la idea de eternidad del régimen. El artista revolucionario, como Brecht, busca la colaboración del público al estimular su papel activo en la recepción de la obra artística. En esta época nuestro autor explora la idea de una ‘segunda técnica’ que, más que dominar instrumentalmente la naturaleza y luego el hombre como hace la ‘primera técnica’, despliega sus posibilidades lúdicas y creativas en la línea de Schiller y el ‘primer romanticismo’. La estetización de la política conseguida a través del culto de la técnica y de la guerra permite al fascismo utilizar las nuevas técnicas, la radio y el cine, para fascinar y dominar a las masas. La guerra es la única manera de dar una meta a la movilización de las masas y de desplegar las fuerzas de la técnica sin modificar las condiciones vigentes de la propiedad. La tercera etapa de Benjamin, la de madurez, despliega una visión trágica del fascismo sufrido ya directamente en sus propias carnes como fugitivo ,y considera el fascismo como el punto final de una modernidad cuya prehistoria nuestro autor trata de analizar en la obra de Baudelaire y en la obra de los Pasajes centrada sobre la ciudad de París. Aquí Benjamín analiza las masas fascistas a partir de la categoría de público, como una masa de consumidores e interpreta el estado fascista como un capitalismo de estado en la estela del saintsimonismo en tanto que tecnocracia que sin poner en juego la propiedad pretende organizar a las masas populares y permitirles expresarse sin consentirles, sin embargo, que puedan hacer valer sus derechos políticos y sociales. La expresión de las masas modifica la percepción que tienen de sí mismas y genera un escepticismo sobre la política que fomenta su conformismo. Las masas se exhiben, desfilan, están continuamente movilizadas pero al precio de carecer de protagonismo real en la política, abandonada al Führer y al partido nazi. La idea de modernidad central en esta época es la relacionada con la filosofía de la historia y una idea de tiempo discontinuo que opone el instante a la eternidad, la novedad al reino de ‘lo siempre igual’. En esta época Benjamín analiza las masas fascistas como sometidas a la fantasmagoría de las mercancías que les produce una ensoñación en la que toman las apariencias del mercado como realidades y de la que tienen que despertar . El fascismo explota las posibilidades de la técnica moderna en el arte desplegando las características fantasmales de las mercancías, y considera a las masas como público eliminando su conciencia de clase y sugestionándolas con la magia del cine y la radio basados en el divismo y la idea de la personalidad creadora del político como artista. Benjamín analiza en el fascismo la articulación de la eternidad y el instante: la proyección eterna del milenio fascista y el instante de discontinuidad que le dio origen, rompiendo la continuidad histórica. La apariencia de novedad se proyecta contra el fondo de ‘lo siempre-igual’, dando lugar a un juego fantasmagórico que refleja el juego de la mercancía. Frente a esta fantasmagoría capitalista Benjamín defiende el despertar que supone la razón iluminista. Mediante la razón ilustrada nuestro autor critica la versión fascista de la modernidad que no agota todas las posibilidades de la Ilustración.
Gramsci, por su parte, también destaca la importancia del nacionalismo y la guerra en el surgimiento del fascismo. La guerra mundial fue una consecuencia de la adaptación del capitalismo a su fase imperialista. El estado ha de intervenir cada vez más en la lucha de clases para impedir la toma del poder por el proletariado y eso es el fascismo: “la fase preparatoria de la restauración del Estado”, la legalización de la violencia capitalista. El estado cede el poder de reprimir al proletariado a las bandas privadas fascistas, cuya base es la pequeña burguesía puesta al servicio del capital y los latifundistas, aunque aparentemente representan capas de la población sublevadas contra el estado y contra el capitalismo. Las capas medias aterrorizadas y desesperadas son la base del fascismo. El fascismo a escala internacional es “el intento de resolver los problemas de la producción y del cambio con ametralladoras y revólveres;” es una respuesta a la crisis global del capitalismo mediante la introducción en la lucha de clases de los métodos militares del asalto y el golpe por sorpresa. El fascismo, para el político comunista italiano, es un antipartido que cubre con idealismos vaporosos el desbordamiento salvaje de las pasiones, los odios y los deseos. El fascismo aprovecha la psicología bárbara y antisocial de algunas capas del pueblo aún no modificadas por la modernidad, la escuela y la vida en un estado bien ordenado, y utiliza dichas fuerzas elementales, mal controladas por la civilización, para desplegar una lucha de clases violenta atizada por el carácter de inmadurez cultural de ciertos estratos atrasados de la población. El fascismo, también para Gramsci, aparece como resultado de la crisis del liberalismo. El fascismo toma del blanquismo solo su aspecto militar, la idea del golpe de mano, pero rechaza la inserción de la acción violenta de una minoría en el movimiento de las masas. El fascismo articula un poco de Bergson con mucho Blanqui, el vitalismo irracional con la acción directa, en una ‘revolución sin programa’, que combina la organización militar de una guardia blanca contra la naciente combatividad del proletariado en el medio rural, y la organización política de las clases medias pauperizadas y desclasadas en el medio urbano. La organización política de las clases medias por el fascismo busca establecer una equidistancia entre el socialismo y la plutocracia que pretende resistirse a la proletarización creciente de dichas capas medias. También Gramsci coloca el nacionalismo, el militarismo, y el expansionismo imperialista en la base del fascismo; e igualmente destaca sus raíces románticas: la fantasía, los furores heroicos, la inquietud psicológica difundida por la literatura popular de los folletones, etc. El fascismo es un resultado de la descomposición social que golpea a las capas precapitalistas, en la ciudad y en el campo. En el ámbito rural tiene mucha fuerza debido a la combinación en ese ámbito de los problemas de clase con los problemas territoriales, ya que en muchas regiones campesinas atrasadas el capitalismo y su estado se ven como algo extraño. Pero Gramsci da un paso más que Mariategui y Benjamin, y como dirigente comunista considera que la oposición real al fascismo solo la puede conducir la clase obrera ya que dicho movimiento político, producto de la crisis del estado considerado extraño por amplias capas de la población; de la deficiencia de una clase dirigente burguesa incapaz de obtener la adhesión de las masas al estado; y de un sistema económico incapaz de satisfacer las necesidades de la población, logra sofocar las consecuencias políticas de la crisis del capitalismo pero no puedo solucionar dicha crisis de manera global, ya que la crisis “no desarrolla el capitalismo sino que lo contrae”. Para el análisis clasista de Gramsci el fascismo y la democracia liberal son dos caras de la acción política de la burguesía para detener al proletariado. El fascismo tras disgregar las estructuras de la clase trabajadora devuelve a la democracia burguesa su posibilidad de existir; pero se produce una autonomización no prevista del aparato fascista respecto al régimen burgués que lo ha creado. El fascismo permite a la burguesía mantener su base política aunque vaya perdiendo su base económica y por ello es un instrumento de las oligarquías industrial y agraria lo que produce tensiones en su base pequeño burguesa. El fascismo se apoya en un odio genérico, semifeudal, no moderno, que no expresa conciencia de clase, sino más bien una reacción de los intelectuales y los campesinos de provincias a la americanización de la economía. Precisamente el corporativismo fascista pretende constituir una forma autóctona de americanización de la economía. El fascismo también se puede considerar como un cesarismo , como una intervención exterior que rompe el equilibrio entre dos fuerzas opuestas y equivalentes, la burguesía y el proletariado, imponiéndose sobre ellas. Es un intento de revolución pasiva que pretende instaurar una via de modernización del capitalismo autóctona no democrática que, a pesar de su sedicente anticapitalismo, en realidad al combatir a las organizaciones proletarias se pone al servicio del capital financiero e intenta articular en torno al mismo al conjunto de la burguesía nacional.
En resumen, el fascismo surgió en los años veinte como un elemento reaccionario frente a las conquistas proletarias, que, a pesar de su pretendido apoliticismo, estuvo siempre al servicio del gran capital ,y que se basa en las bajas pasiones y las costumbres atávicas que la modernidad trata de encauzar y domeñar.