Votaciones y elecciones
No sé si le pasa a más gente. No sé si mi salud mental se resiente de los excesos de una juventud cada vez más lejana o si es que en esto consiste lo que llaman normalidad. Yo, desde luego, sospecho, recelo de esta normalidad. Me da yuyu.
Hemos asistido hace escasamente una semana a una pantomima electoral promovida y amañada por RTVE, es decir, con dinero público. En dicha parodia se ha hablado de voto demoscópico (¿como las encuestas de las elecciones?) y de voto popular (¿voto del pueblo?). Otro jurado, el profesional, el que vale, tenía ya una canción ganadora pactada y fabricada ad hoc por la industria que ha sido, ¡¿cómo no?!, la vencedora. Y todo mediante un sistema de valoración y adjudicación de votos pensado para dar apariencia democrática a lo que no pasa de vulgar trile para cautivar audiencias y adormecer a la plebe.
Hasta aquí, ¿todo normal? No parece tan normal, o sí, que el Partido Popular, en la misma semana en que se debate el pucherazo eurovisivo, logre, 30 años después, que «su» Tribunal Supremo reabra el caso Filesa sobre la corrupción del PsoE. El PP, sin pestañear. El PP, el partido más corrupto de Europa. Ambos partidos llevan amañando elecciones con mordidas y repartiéndose gobiernos a nivel nacional, autonómico y local, desde que existe el bipartidismo. Necesitan airear otras corrupciones para que las suyas no apesten tanto y de camino extender la especie de que todos son iguales. Lo de Eurovisión es un juego de niños comparado con lo de estos profesionales de la política con máster y cátedra en manipulación electoral.
Lo de Eurovisión ha sido promovido por una discográfica propiedad de un grupo empresarial. Pero ¿y las elecciones?, ¿hay alguien detrás de los resultados electorales una vez que la ciudadanía ejerce su derecho y su deber introduciendo el voto en las urnas? Quisiera pensar que no, que se respeta el voto popular, que las encuestas demográficas pretenden ser científicas y no un artificio al servicio propagandístico del bipartidismo corrupto, que los medios de comunicación son neutrales, que todas las candidaturas gozan de la igualdad de oportunidades, que no hay amaño… ¿Se debe el bipartidismo a intereses financieros y empresariales por inconfesables mordidas para financiar sus campañas electorales?
No sería normal. Como tampoco lo sería que de quien se supone que debiera velar por la higiene y la salud democrática, la Justicia, se pueda pensar que padece corrupción ideológica, prisionera del dedo nominador del bipartidismo para ocupar escaños en el Consejo Superior del Poder Judicial, el Tribunal Supremo, la Audiencia Nacional o el Tribunal Constitucional. Y, ya que estamos, sospechamos también que la monarquía fugada y su real entorno disfrutan de corruptelas para no ser menos. A todo este conglomerado enfermo, corrupto, terminal, hay quien lo llama Régimen del 78 y hay quien lo llama constitucionalismo. Cuestión de estómagos y conciencias.
Se puede concluir que hay elecciones, que el Ibex 35 tiene sus candidatos, que los medios de comunicación son el jurado profesional, que los titulares mediáticos y las encuestas son mayoritariamente bulos demoscópicos para manipular, que el voto popular opta por una cosa y los ganadores, sean PP o PsoE, hacen otras, las que les dicta el Ibex, no los votos. Y que hay corruptos que ni tan siquiera necesitan pasar por las urnas para forrarse y devolver favores a quienes se mofan de ellos públicamente obsequiándoles prebendas bautizadas como “Bribón” o “Fortuna”.
La tele ofrece un exceso de votaciones en concursos y realities de todo tipo: zafios, machistas, chabacanos, incultos, de cocina, de música, de personas adultas, de niños y niñas… Concursos que aprovechan las ilusiones de unos participantes con poca formación, escaso espíritu crítico y toda la precariedad económica y vital para disparar audiencias y amasar ingresos que jamás compartirán con los concursantes; si acaso una propina y la efímera fama. Concursos, algunos de ellos, con jurados al borde del sadismo que hacen vibrar a millones de espectadores cuando destrozan la autoestima de las personas al ser eliminadas. Concursos en los que los concursantes se desprecian entre sí hasta sangrar como gladiadores romanos… Recomiendo al respecto la novela “¿Acaso no matan a los caballos?” de Horace McCoy, que Sidney Pollack llevó al cine con el título en español de “Danzad, danzad, malditos”.
Concursos y votaciones inocuas son la universidad donde se forma para las elecciones ese populacho que luego vota lo que vota y vota a quien vota.
Para rematar la semana, en el Congreso se ha escenificado, ayer mismo, un compendio de lo expuesto en la votación de la Reforma Laboral. Un esperpento argumental para una novela negra.
Al parecer, todo esto es lo normal… y yo el anormal, el subnormal, el paranormal. ¡Qué vergüenza!