Estamos en los años veinte, esperemos que no vengan los años treinta (del siglo pasado)

Cada época tiene su fascismo (Primo Levi)

¡Recordad que ese Ui estuvo a punto de vencer/Y que los pueblos lo pudieron derrotar!/Pero que nadie cante victoria sin saber/¡Qué el vientre en que nació aún puede engendrar! (B. Brecht, La evitable ascensión de Arturo Ui).

El fascismo a pesar de su derrota en la segunda guerra mundial no ha cesado nunca de estar presente en la política contemporánea y no solamente en los países que padecieron dictaduras hasta los años setenta como España y Portugal sino también en aquellos cuya reconstrucción política posbélica se fundamentó en una alianza antifascista como base moral y programática que en los últimos años se está resquebrajando al establecerse una continuidad preocupante entre partidos de derechas y una extrema derecha renaciente con gran virulencia. Ni qué decir tiene que esta continuidad entre derecha y extrema derecha es indiscutida en  nuestro país, donde el franquismo residual, pero nunca extinto del todo es el sustrato común de los partidos de la derecha estatal. Conviene reflexionar sobre la conveniencia de utilizar el término de fascismo para designar a estas extremas derechas surgentes. Soy partidario de utilizar las designaciones historiográficas limitándolas a las épocas en las que tuvieron vigencia y no ampliar de forma indiscriminada e inexacta estas denominaciones. En ese sentido el fascismo es  un movimiento político que tuvo fin con su derrota en la Segunda Guerra Mundial, aunque hay partidos de extrema derecha que reclaman su legado y se ponen en continuidad con el mismo. Pero solo en sentido figurado y polémico se puede denominar a dichos partidos extremistas de derecha como fascistas. Aunque como dice Primo Levi “cada época tiene su fascismo”, por eso precisamente sería mejor denominar estos partidos como neofascistas en la línea de Enzo Traverso para resaltar su filiación con el fascismo histórico y a la vez sus diferencias con el mismo.

Ya Bloch en su libro esencial Herencia de nuestro tiempo plantea que no hay que dejar a los nazis lo no contemporáneo, es decir aquello que se da en la misma época pero no participa de los ideales de esta por haberse quedado rezagado en el desarrollo histórico. Bloch dice que hay tendencias anticapitalistas también fuera del proletariado y que tienen que ser aprovechadas por el movimiento obrero. Estos elementos no contemporáneos son rechazos, aunque irracionales, de la razón capitalista y por eso no se pueden abandonar al fascismo. Se da un tipo de hombre hastiado frente a la barbarie capitalista pero que no se opone al capitalismo desde los valores proletarios. Un puesto privilegiado en esa crítica no socialista del capitalismo la ocupan los empleados pequeños burgueses  que a pesar de su proletarización creciente, debido a su posición no central en la producción capitalista pueden pensar que pertenecen al centro burgués más que a la periferia proletaria. De igual manera el campo se enfrenta a la ciudad en un rechazo común del capitalismo y de los trabajadores a los que ven como las dos caras de una misma moneda, mecanicista y abstracta frente a sus valores orgánicos y concretos. El proyecto fascista por un lado oprime a los obreros y en eso coincide con los intereses del gran capital pero a la vez se afana en separar en el nivel político a los estratos proletarizados de las clases medias y campesinas de una alianza política con el proletariado. El fascismo es la conjunción de la  máxima irracionalidad en las ideas y la máxima racionalidad en la producción capitalista. El fascismo se basa en  los elementos irracionales del ser humano, en el ímpetu inconsciente frente al impulso consciente de clase que sustenta el movimiento obrero. El fascismo busca adeptos por el amor al programa más que por la comprensión de dicho programa; busca adhesiones emotivas, irracionales, más que aceptación racional y meditada. La fuerza del fascismo reside no en sus teorías que son confusas y contradictorias sino en su energía. El fascismo presenta una apariencia revolucionaria por su anticapitalismo verbal, por su deseo de cambiar la vida mecanizada capitalista, por sus métodos de controlar la calle parecidos a los usados por el movimiento obrero. La clave de su éxito es la retórica, una retórica basada en la sorpresa y el extremismo más que en la verdad de sus afirmaciones. El fascismo critica la vida mecánica propia del capitalismo pero apoya los intereses de la gran industria; se basa en la doctrina de la sangre y el suelo frente al materialismo de la economía capitalista pero capitula ante la misma; defiende la unidad orgánica del pueblo como unidad mística y apoya una autarquía imposible en el mercado capitalista mundial. El fascismo es un irracionalismo en términos plebeyos lo que le permite conectar con la mentalidad de amplias capas de la pequeña burguesía, el campesinado y el lumpemproletariado. El fascismo juega también con imágenes apocalípticas y milenaristas de corte místico-religioso. Por su parte, el capital en su lucha contra el movimiento obrero y socialista hace con el fascismo lo que cuenta Brecht en Ui: “¡pedir la carne a gritos e insultar al cocinero que utiliza el cuchillo!”. Bloch frente al desafío fascista propone una dialéctica múltiple basada en una razón materialista pero capaz de hacer justicia a todos los componentes de la realidad social y cultural incluidos los aspectos imaginarios, irracionales y místicos.

El fascismo tiene su fundamento psicológico en lo que Aby Warburg denominaba el Mito de Orfeo, es decir, la persistencia de la violencia primordial; de un trasfondo dionisiaco que supone el retorno de lo bestial en medio de la cultura más avanzada. Frente a esta base instintiva la cultura se muestra como una dialéctica entre la progresiva diferenciación y una regresiva des-diferenciación. La tecnología moderna está conectada en Warburg con la regresión hacia el mito, (como en La Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkeimer).La separación entre lo mágico y lo lógico puede perderse y podemos recaer en la magia, en lo alógico. Hay una  posibilidad constante de que se produzca la reactivación, la reanimación,  de la antigüedad demónica. El inconsciente sería esa reserva de impulsos y recuerdos reprimidos que subyace en la memoria colectiva. Como rebelión contra la civilización. El fascismo no es solamente la reaparición de lo arcaico, sino su reproducción por la civilización y en el propio seno de esta.La imagen del líder actúa como  ampliación del  ego de cada militante fascista; al hacer del líder su ideal se ama a sí mismo, pero se libera de esta manera de la frustración y descontento que deslucen la imagen de su propio yo empírico. Ya Marcuse subrayaba la base comunitarista, naturalista, existencialista política del estado totalitario. El fascismo es realista, cínico, y a la vez ensalza los valores ideales como lo primero. Frente al idealismo humanista el fascista resucita una actitud heroica y guerrera: “Que la fuerza y la salud del pueblo no sean falseados por el ropaje de la cultura. Seamos bárbaros”.Se apela al deseo inconsciente de catástrofe que se vive a la vez como la destrucción de lo que se odia y como autopunición suicida.La crisis que origina el fascismo libera síntomas reprimidos y a partir de ellos hace actuar a los fantasmas escondidos en nuestra alma.

Ya en los años cuarenta y cincuenta autores como Adorno y Marcuse resaltaron la supervivencia de rasgos fascistas en las democracias de masas posteriores a la derrota militar del fascismo histórico. Adorno participó en una investigación muy amplia sobre la personalidad autoritaria como base del fascismo histórico y a la vez de los resabios fascistas que se podían detectar en las democracias de masas posteriores. La personalidad autoritaria se da en sociedades avanzadas y combina ilustración y superstición, individualismo y sumisión al poder y a la autoridad. Dicho tipo de personalidad se da en individuos potencialmente fascistas proclives a aceptar propaganda antidemocrática. Hay muchos individuos que adoptarían el fascismo si este llega a ser un movimiento fuerte y respetable. Se trata de calibrar el potencial fascista de la población en las democracias. El autoritarismo fascista apela no a los intereses racionales sino a las necesidades emocionales, a los temores y deseos más primitivos e irracionales, subrayando la importancia del estereotipo, la frialdad emocional, la identificación con el poder y el ánimo destructivo.Es práctica habitual del fascista encubrir sus acciones antidemocráticas con una máscara de legalidad.Para Adorno hay una necesidad de ‘elaboración del pasado’ mediante un trabajo de memoria y un trabajo de olvido, de silenciamiento del horror.La memoria social tiene un carácter dual: es a la vez foco de regresión y arma de redención.  “Que el fascismo subsista; que no se haya producido hasta ahora la tan citada asimilación del pasado…, se debe al hecho de que las condiciones objetivas que engendraron el fascismo siguen existiendo”. “La necesidad de esa acomodación, de la identificación con lo existente y dado, con el poder en cuanto tal, crea el potencial del totalitarismo” (Adorno). En nuestra época Sousa Santos habla de un ‘fascismo social’ que surge cuando se combinan una democracia de baja intensidad con baja participación ciudadana y el predominio de minorías oligárquicas consolidadas que actúan como dictaduras sobre las relaciones económicas, sociales o culturales, de manera que sociedades formalmente democráticas son fascistas socialmente. Este fascismo social se configura como un ‘neofeudalismo’ y tiene varias formas: el fascismo ligado a la inseguridad vital y laboral, el fascismo contractual derivado de unos contratos de trabajo leoninos, etc.

En este radicalismo de derechas de corte fascista juega un papel esencial el nacionalismo, así como la lucha del campo contra la ciudad; dela provincia contra la capital. Se juega con el miedo perpetuo por la pérdida de la identidad nacional y cultural. El fascismo se basa en la propaganda, de manera tal que, como decía Horkheimer, las frases en el fascismo no tienen un significado sino un propósito. El radicalismo de derecha es a la vez anticonservador y antirrojo; es la unión de psicosis y perfección tecnológica. Cultiva un anti- intelectualismo visceral que piensa que si alguien es más listo que uno entonces es un sofista. Ponen la verdad al servicio de la falsedad aislando y sacando de contexto afirmaciones verdaderas. El carácter fragmentario de este nuevo fascismo le otorga una gran flexibilidad. Concede una exagerada significación a los símbolos y hace un llamamiento a lo concreto en clave anti-intelectualista. Se basa en la articulación de una constelación de medios racionales y fines irracionales. La defensa del estatus quo falla si no se reconoce que el resurgimiento de la ultraderecha es un resultado de dicho estatus quo.

Para Adorno la propaganda fascista es ilógica, pseudo-emocional, dirigida al inconsciente: 1) personalizada, no objetiva, busca la identificación emocional  con el oyente; 2) sustituye los fines por los medios, y exhibe una gran falta de precisión de los fines 3) la propaganda constituye una satisfacción de deseos. Tratan al individuo no como un ser racional sino como alguien que solo tiene que ser humilde y recibir órdenes. Su meta no es racional, no pretende convencer, se queda siempre en un nivel no argumentativo. La propaganda fascista crítica espectros no seres reales; no usa una lógica discursiva sino “una trayectoria de ideas organizada”, una concatenación de ideas por semejanza; el agitador fascista vende sus propios defectos psicológicos. Funciona como una gratificación. No tienen inhibiciones: dicen y hacen lo que sus oyentes querrían hacer o decir pero no se atreven. Violan los tabúes expresivos de la sociedad burguesa practicando la transgresión. Sus actuaciones tienen un carácter ritual que busca la identificación de los seguidores entre sí y con el líder. Producen una regresión colectiva y la relajación del autocontrol. Se basan en estereotipos dicotómicos que repiten de forma reiterada y en la utilización de remanentes religiosos. Practican un culto de lo existente y un rechazo visceral de cualquier cambio. Utilizan constantemente la insinuación para ocultar sus intenciones; juegan con la inminencia de una catástrofe.

El neofascismo se presenta como una derecha plebeya que rechaza el orden republicano y liberal, así como la democracia, la ilustración y el universalismo, y trata de reconstruir el orden social a partir de la idea de nación. El fascismo es a la vez moderno y antimoderno. Moderno por su defensa de la técnica y el capitalismo, antimoderno por su ideología reaccionaria antiliberal, antidemocrática, anti-renacentista, anti-ilustrada y anti-universalista. Como ya decía WalterBenjamín,en el fascismo se da una correspondencia entre la modernidad y el arcaico mundo del sueño. Este neofascismo suele ser, al contrario que el fascismo histórico, defensor delos valores neoliberales individualistas y burgueses y exalta el valor del dinero. Ya no se basa en la violencia directa, al menos de forma habitual, pero utiliza otros medios de intimidación como la extorsión, la corrupción, las listas negras, etc.

Passolini denunció el fascismo que resurgía en la sociedad italiana de su época, expuso las relaciones que tenía el fascismo con la jerarquía eclesiástica, su articulación con la sociedad de consumo, su utilización masiva de los medios de comunicación y de información, su relación con las cloacas del Estado, su idea de orden pero no para defender la pobreza como en el fascismo clásico sino para defender el desarrollo económico y el bienestar consumista, su utilización perversa del parlamentarismo, su sustitución de la antigua retórica por el pragmatismo americano, la continuidad que se da entre el antiguo fascismo y los nuevos partidos ‘democráticos’ de la derecha, evidente en países como Italia, España y Portugal, dado que comparten los mismos valores:“la Iglesia, la patria, la familia, la obediencia, la disciplina, el orden, el ahorro, la moralidad”, aunque ahora no son los de la sociedad campesina y la época paleo industrial sino los mismos adaptados a la sociedad democrática y de consumo, frente a la superficialidad escenográfica del fascismo clásico que no incidía en el alma delos individuos el nuevo fascismo dela sociedad de consumo ha transformado radicalmente el alma de la gente de forma prepotente.

Para Deleuze los fascismos contemporáneos son neo-arcaísmos. Expresiones perversas del  Caosmos, es decir de la idea de que el caos gruñe siempre por debajo del cosmos, que se muestra frágil, siempre provisional y en peligro de descomposición.  La ilustración muestra su vulnerabilidad y además la conjunción misma de los flujos desterritorializados que la constituyen dibuja neo-territorialidades arcaicas que la ponen en peligro. La modernidad oscila entre los dos polos del deseo: entre las sobrecargas paranoicas reaccionarias y las cargas subterráneas, esquizofrénicas y revolucionarias; entre el significante despótico que adora y las figuras esquizofrénicas que la arrastran. A medida que los territorios existenciales individuales y colectivos se desmoronan barridos por los nevos medios de producción de la subjetividad surgen por todas partes crispaciones reterritorializantes. El racismo, la xenofobia, el delirio nacionalista de las gentes de extrema derecha no son más que la cristalización visible de este fenómeno, la punta de un iceberg que congela el conjunto de nuestrassociedades.La manera de evitar expresiones mortíferas del deseo(como esa de lanzar adoquines como distracción de fin de semana), la manerade evitar el riesgo de acumulación de microfascismos, el riesgo de desarrollode cánceres fascistas no consiste evidentemente en crear más sistemas de controly de sobrecodificación. Consiste en instaurar dispositivos que articulen modos de expresión disidentes a los modos de expresión dominantes, dándoles cierto poder en las relaciones de fuerza reales. Al revés que en una especie de rollo compresor fascista, tendríamos la creación de modos deconexión y de articulación rizomáticas alternativos a lo existente.

 

 

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