8M, feminismo dividido

Tan solo unas horas después de las marchas reivindicativas del 8 de marzo, que durante dos años no ha arrebatado la pandemia, de los programas especiales, de las entrevistas y de la marea morada en las redes sociales, la fecha más emblemática de la lucha de la mujer por su participación dentro de la sociedad en pie de  igualdad con el hombre; la fecha más simbólica en la senda y las conquistas de las mujeres, la fecha que encarna el feminismo como concepto y conjunto de movimientos políticos, culturales, económicos y sociales que han tenido y tienen como objetivo la búsqueda de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres y la fecha que consagra la eliminación de la dominación y violencia de los unos sobre las otras, la sociedad española asiste con profunda tristeza, a como el movimiento «feminista» se tira los trastos a la cabeza entre sus dos almas, a cuenta de la abolición o penalización de la prostitución, o de si la ley Trans es corta, o más que suficiente

Sin entrar en en el fondo de estas diferencias, flaco favor se hace a las mujeres, a la igualdad y al feminismo, con esta especie de gymkana para ver quién es más feminista, si Unidas Podemos o el PSOE, o quién más riguroso, porque mientras unas y otras se tiran los trastos feministas a la cabeza, dentro y fuera de la sala del Consejo de Ministros, quienes no creen en la igualdad y quienes la combaten desde trincheras ideológicas y partidistas, se frotan las manos ante semejante espectáculo que está sirviendo como auténtica cortina de humo, para no dejarnos ver lo esencial, algo con lo que están encantados quienes quieren que todo siga igual.

Lo cierto es que seis mujeres han sido asesinadas en los 68 días que llevamos de año, que 44 mujeres lo fueron el año pasado, que el 100% de los condenados por violencia sexual son hombres, que el 95% de las condenas por violencia entre miembros de la pareja son varones, que siete de cada diez mujeres sufren violencia física o sexual en algún momento de su vida; que las españolas siguen teniendo una de las menores tasas de empleo femenino de la Unión Europea, por debajo de un 60% para la población entre 20 y 64 años; que cobran casi un 22% menos que los hombres , que al ritmo actual, esa diferencia tardará más de un siglo en eliminarse; que tan solo un 8% de los cargos de presidencia y un 9% de las posiciones de alta dirección están ocupados por mujeres, o que únicamente un 26% de mujeres se sientan en los consejos de las empresas del IBEX .

Es verdad que hay pocas revoluciones equiparables a las que han protagonizado las mujeres a lo largo del siglo XX y las dos primeras décadas del XXI, logrando desde el derecho al voto, al acceso a la educación y al empleo,  consiguiendo forzar el desarrollo de sistemas legales que garantizan la igualdad formal.

También es verdad que las mujeres en nuestro país, han experimentado un cambio muy significativo en estas últimas décadas, pero no lo es menos, que aún estamos lejos de alcanzar la igualdad real. Y lo que es más grave, no podemos pensar que el camino de la igualdad será siempre hacia delante, porque estamos asistiendo a tendencias y discursos que pueden hacer peligrar los avances en igualdad de género y que, aunque pueda parecer increíble, han conseguido situarse como tercera fuerza política de este país, además de alcanzar puestos muy notables en la segunda.

Como hace ya 111 años hemos celebrado el Día Internacional de la Mujer, porque lamentablemente sigue siendo necesario. A pesar de los avances, que los ha habido, de la concienciación social, que se está produciendo y de la asunción de que la igualdad es una premisa imprescindible para una sociedad moderna, lo cierto es que nos siguen llegando señales preocupantes que nos indican que continua siendo imprescindible que estemos alerta y vigilantes, para que esa igualdad, por la que tantas mujeres y hombres, luchan y han luchado, sea por fin una realidad completa.

Para la consecución de ese objetivo debemos comenzar por el compromiso conjunto para erradicar la violencia machista, seguir por la consecución de la igualdad salarial, alcanzar una presencia equilibrada de hombres y mujeres en puestos de responsabilidad, aplicar medidas de conciliación que permitan armonizar la vida personal, familiar y profesional, educar en igualdad como herramienta clave para transformar las desigualdades de genero y por último potenciar la visibilidad y valoración de las aportaciones de las mujeres a la vida intelectual, cultural, social y económica.

Son tan de justicia elemental todas esas reivindicaciones que parecería innecesario tener que plantearlas como tales. Sin embargo, la realidad nos demuestra que aunque hemos avanzado mucho, aún estamos lejos de llegar a la meta.

Hace siete años Naciones Unidas nos propuso que celebráramos el 8 de marzo, bajo el lema “Por un planeta 50-50 en 2030: Demos el paso por la igualdad de género”. Solo nos quedan ocho años para esa fecha y aunque parezca mentira, tenemos aún muchas barreras que superar para conseguir hacer realidad esa consigna.

Quiero recordar aquí la conclusión final del informe de Naciones Unidas sobre la situación de las mujeres en nuestro país que señala lo siguiente: «Los esfuerzos de España para integrar a las mujeres en la vida pública, política y económica, así como para erradicar la violencia machista son inquebrantables. Sin embargo, el enraizamiento de una cultura machista y las actitudes patriarcales, siguen recluyendo a las mujeres en roles tradicionalmente domésticos que allanan el camino a la violencia y no son apropiadamente diagnosticados y resueltos. Además falta voluntad política para asegurar la equidad de género a nivel educativo, informativo, de servicios sociales o de justicia, necesarios para una sociedad más igualitaria».

Es cierto que hemos avanzado mucho, que ya hay más mujeres que hombres en la Universidad, que consiguen mejores expedientes académicos, que ganan más oposiciones en la medicina, la enseñanza, o la judicatura, pero a pesar de todo, ¿Cuántos días más tiene que trabajar una mujer para cobrar lo mismo que un hombre? La respuesta, en todos los casos, debería ser ninguno y sin embargo, la brecha salarial, la diferencia entre el salario de hombres y mujeres, no ha parado de aumentar en los últimos años. El pasado 22 de Febrero conmemoramos el Día de la Igualdad Salarial, celebración que desvela una situación absolutamente inaceptable para una sociedad moderna, en la que las mujeres son más del cincuenta por ciento de la población, del alumnado universitario y de los titulados superiores.

Las cifras vuelven a poner de manifiesto las intolerables desigualdades de género que las mujeres siguen padeciendo. A pesar del avance de los últimos años, la Unión Europea recuerda que las mujeres cobran de media un 15% menos que sus compañeros varones, por lo que, para igualar el sueldo anual de un varón europeo, una mujer debe trabajar casi dos meses más.

En España los datos son aún más preocupantes. Según la Encuesta Anual de Estructura Salarial del Instituto Nacional de Estadística, la remuneración anual bruta de las trabajadoras españolas fue un 24% inferior a la de los hombres. Es decir, las mujeres asalariadas en España tendrían que trabajar 79 días más al año para percibir de media las mismas retribuciones que los varones. Esta desigualdad se dispara hasta el 39% si hablamos de las pensiones, porque el impacto de las diferencias salariales sobre las mujeres, además de suponer menos ingresos a lo largo de sus vidas, tiene consecuencia directa en pensiones más bajas y en un mayor riesgo de pobreza para las mayores.

Pero es que además las mujeres también “regalan” trabajo no retribuido. Por cada 100 horas de empleo se necesitan 127 horas de trabajos domésticos y de cuidados para mantener nuestro estado de bienestar que no son pagadas. Horas gratuitas que en su inmensa mayoría (80%) son realizadas por mujeres.

Mientras ellas sigan realizando la mayor parte del trabajo doméstico, mientras sean quienes se acojan a la jornada laboral reducida al tener hijos, o sea suya la responsabilidad del cuidado de las personas mayores de la familia, el poder adquisitivo de las mujeres seguirá siendo inferior al de los hombres.

Ante un panorama en el que el negacionismo, cuando no la involución se muestran cada día más beligerantes, no parece la mejor idea, que quienes consideran el feminismo como un elemento estructural del presente y el futuro de nuestra sociedad, estén a la greña por un quíteme allá esa ley,   por quien es más feminista desde el consejo de ministros y ministras, o desde la calle.

Divisiones como las que tristemente hemos vivido este 8M, cargan de munición a quienes siguen intentando ponerle apellidos al feminismo. Hace solo tres años, fueron el hoy defenestrado, Albert Rivera y su mano derecha y hoy lideresa de la nada, Inés Arrimadas, quienes acuñaron aquello de «feminismo liberal», para hacer uno de los mayores ridículos que se recuerdan y hace dos el turno fue para la arrogante y soberbia marquesa de Casa Fuerte, más conocida en el PP, como Cayetana Álvarez de Toledo, la que nos descubrió el «feminismo amazónico», fundado por alguien que dejó escrito que «gracias a los hombres, las mujeres tenemos lavadoras».

Como sabiamente dice el gran Isaías Lafuente: «Ni radical, ni liberal, ni amazónico … Hay sustantivos que están definidos de manera tan sencilla y precisa que no necesitan adjetivos» y yo añadiría que quienes se definen como «feministas» con cualquier apellido, es que sencillamente no lo son.

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