Como ser mujer y no morir en el intento
Como estoy plenamente de acuerdo en que, para que según que debates, ser hombre nos dificulta enormemente a la hora de opinar sobre cuerpos que no son los nuestros, dolores que no son los nuestros y sensaciones que nunca hemos sentido, pensé que una vez más tenía que recurrir a mi amiga Marga, para que me echara una mano a la hora de intentar arrojar luz sobre un debate que, si afectara a los hombres, sería sin duda un elemento nuclear de legislaciones e investigaciones médicas.
El debate que se ha despertado en los medios y redes sociales en esta última semana a colación de la filtración de la propuesta para regular las bajas por menstruación dolorosa dentro de la reforma de la Ley del Aborto, nos ponía los pelos de punta, a más de uno y de una, al observar atónitos los planteamientos y conceptos estereotipados y erróneos que aún tiene la sociedad en este país de lo qué es ser mujer.
Son muchos los desatinos que han coexistido a este respecto. Primero, a la hora de filtrar esta información, sin explicarla y justificarla con la precisión y atención que merece, como si se tratara de un globo sonda que juega más al despiste que al tiento. Y, segundo, a la hora de recibirla por parte de la población, en donde una vez más los “unga-unga” de este país se lanzaron cual miuras a atacar gratuitamente a todas las mujeres para aumentar la desinformación con una veleidad y misoginia que, en ocasiones, daba hasta miedo tomar consciencia de lo lejos que estamos como sociedad de poder captar a la mujer en toda su dimensión e integridad como tal.
Las mujeres no son máquinas ni robots de naturaleza programable, y ni mucho menos a las que haya que estar diciéndoles constantemente lo que tienen que pensar, sentir, decir o callar, desconfiando, día sí, día también, de sus percepciones, capacidades, responsabilidades y toma de decisiones, como si se tratase siempre de seres menores de edad, creando unos estereotipos imposibles de mantener por más tiempo y llegando, incluso, a unos extremos de negacionismo ya patológicos de más. Cómo si no llevaran ya demostrando sobradamente de lo que todo lo que son capaces a lo largo de toda la Historia de la Humanidad, aun nadando a contracorriente.
Si cada cuerpo es un mundo, el de la mujer es todo un universo, a la par que una maravilla de la Naturaleza. Y debemos ser conscientes que nada más en lo referente a lo que meramente pudiéramos considerar fundamentos biológicos de la mujer, hablamos de un hándicap físico y fisiológico abrumador que tienen que estar constantemente conciliando a lo largo de todo su ciclo vital, y no sólo en edad fértil, con sus vidas, devenires y entornos. Si a esto le añadimos datos que han ofrecido algunos medios como que casi un tercio de la población femenina trabajadora se ha visto al menos en alguna ocasión imposibilitada para asistir a su puesto de trabajo a lo largo de su vida laboral por dolores incapacitantes en sus periodos, o que se estima, por ejemplo, que alrededor de la mitad de la población femenina padece dismenorrea, o lo que es igual, reglas muy dolorosas acompañadas de mareos, cefaleas o vómitos, quizás, empecemos a entender de qué se está hablando. Y lo que deberíamos preguntarnos, en primer lugar, es si como sociedad moderna, queremos y podemos entender, asumir y facilitar el desarrollo y realización personal de estas ciudadanas y solidarizar nuestros recursos públicos para que esto sea posible, como un logro social hecho derecho, o por el contrario, queremos seguir añadiéndoles más obstáculos de los que ya tienen que superar para sobrevivir. Y una vez cada cual tengamos clara nuestra posición en cuanto a esta cuestión, podremos quizás entrar en análisis más profundos y proactivos para el bien común. O no.
Partiendo de la base de que ser o nacer mujer no es un problema en sí mismo, ni su naturaleza biológica tampoco, sino una realidad fehaciente e innegable, debemos ver también que existe dentro de esta misma realidad, otra que forma parte de ella a su vez, proporcionalmente muy importante, que imposibilita física y ocasionalmente a unas ciudadanas a desarrollar, no sólo sus tareas laborales, sino su vida cotidiana. Y es a esta parte de la población femenina de graves padecimientos menstruales y no a toda ella, a las que se les considera la posibilidad en el concepto de inclusión de baja laboral por menstruación dolorosa, como se haría como cualquier otra persona con esos síntomas derivados de otros padecimientos no importando tanto la causa, ya que se entiende desde el Gobierno que hay que atender y cubrir como tal esta dolencia, corriendo a cuenta en su totalidad de la Seguridad Social, y no de la empresa, porque se trata de una casuística elevada, de carácter médico, que le resta calidad de vida y oportunidades a un porcentaje muy serio de la población femenina en edad laboral.
También es cierto, que no resulte disparatado, en absoluto, que surjan muchísimas dudas y recelos sobre cómo se va a llevar a cabo su materialización y aplicación a la realidad laboral. Y lo que más preocupa, cómo se van a eliminar o minimizar las posibles consecuencias derivadas de todo esto para que no supongan otro techo más para todas a la hora ser contratadas, o tratadas socialmente, en algo tan íntimo, personal y vital para ellas como son sus propios cuerpos, sus dolencias y recursos internos para hacer frente a sus vidas y trabajos con su condición biológica, por enésima vez, en contra.
Y es lógico también que se sospeche que se pueda tratar de un derecho a medias que sólo podrán disfrutar aquellas trabajadoras bien situadas laboralmente, básicamente funcionarias y laborales indefinidas, quedando muy lejos de dicho derecho las mujeres autónomas, o las blue collar que suelen ser precisamente las que más trabajan con contratos parciales o temporales susceptibles de no ser renovados por los empresarios y empresarias temerosos de tan impredecible, mal explicada, mal entendida y despersonalizada variable médica, o junto también a las mujeres más jóvenes, cuya probabilidad de padecer estos indeseados síntomas puede ser mayor, y a la hora de incorporarse al mundo laboral, tendrían que afrontar posiblemente un comienzo profesional con más desconfianzas aún sobre sus capacidades, estableciéndose, ya de partida, una especie de clasismo residual en el mundo laboral femenino en el que una gran cantidad de ellas, las más pobres, como siempre, se pueden ver desfavorecidas y desprotegidas, y a las que también, para ser justos, habría que echarle números, porcentajes y medidas de protección para no aumentar aún más la brecha social ya existente.
No es tarea fácil. Más, si cabe, si no se acompaña a este logro social de otro tipo de medidas desde la inversión en Sanidad Pública, Investigación Científica y formación de profesionales de la Medicina y de terapias de la Salud dirigidas a la mujer, que permitan vislumbrar también mejoras médicas en cuanto a la obtención diagnósticos precoces adecuados y tratamientos eficientes para estas mujeres que, podemos estar totalmente seguros, preferirían estar trabajando esos días tan críticos, a padecer aisladas, en cama, terribles dolores y dolencias, por un acontecimiento orgánico ineludible para ellas.
Lo que sí está claro es que, con o sin regla dolorosa, tienen que estar ya todas hasta los ovarios de tener que bregar con las opiniones de unos y otros, en un mundo que las atosiga constantemente con prejuicios y etiquetas de lo más fantasioso, que las arrinconan y las silencian, a unas por temor a ser juzgadas, a otras porque nos dan ya, a todas y todos, por caso perdido, y que lejos de enriquecer nuestras vidas personales y colectivas dejándolas ser la persona que quieran ser con confianza plena en sus capacidades, elecciones, deseos y sentido de la responsabilidad, para acompañarnos los unos a los otros con verdadera vocación colaboradora, no reparamos en matar, con tantas y absurdas suspicacias, la excelencia, sabiduría y espectacular creatividad que son capaces de desarrollar todas ellas para poder ser mujer y morir en el intento, durante siglos y siglos, ante tanta desazón, sinsabor y pesadumbre que se les regala de balde desde nuestra ingrata sociedad.