Lorca, la herida abierta
(In memoriam de las más de 100.000 víctimas de la represión fascista, cuyos cuerpos, al igual que el de Lorca, están sepultados en fosas y cunetas de toda España 86 años después)
Hay heridas imposibles de cerrar porque siguen sin limpiarse en profundidad y, por lo tanto, su cicatrización es impracticable. Es lo que ocurre con la profundísima laceración que dejó en Granada, pero también en España, la brutal represión que se inició desde el mismo momento en que se produjo el golpe de estado de 1936 y que tuvo uno de sus máximos exponentes en el vil asesinato de nuestro poeta más universal.
86 años después de aquella fatídica noche, todavía no sabemos si fue en la madrugada del 17, o en la del 18 de agosto, seguimos sin conocer el lugar donde los ojos de Federico se cerraron para siempre y sobre todo, continuamos ignorando los porqués, los quienes y los como, más allá de los centenares de teorías y decenas de bulos que circulan en torno a la madrugada más trágica de Granada… Y es que, mientras esas interrogantes no se cierren, tampoco lo harán las heridas abiertas en aquella negra madrugada que siguen supurando cada mes de agosto.
Ochenta y seis años se cumplieron en la madrugada de ayer, o se cumplirán en la de hoy, del asesinato de uno de los mayores genios que ha dado esta ciudad y este país. 38 años tenía cuando las balas del odio, la envidia y la mediocridad, segaron la vida de quien fuera capaz de deslumbrar a genios como Dalí, Buñuel, Manuel Ángeles Ortiz, Rafael Alberti, Manuel de Falla, o Antonio Machado. Solo 38 años y ya había firmado obras capitales de las letras españolas, como Mariana Pineda, Yerma, Bodas de Sangre, la Casa de Bernarda Alba, Romancero Gitano, el Maleficio de la Mariposa, o Poeta en Nueva York.
Pero Granada, «su» Granada, no le perdonó su brillantez y la mediocridad imperante en esta ciudad, junto a la envidia tan propia de esta tierra, prefirieron segar su vida a seguir «soportando» su éxito. Dicen que le mataron por rencillas familiares, por rojo, por masón y por maricón. Yo creo que acabaron con él por envidia, por no soportar su brillantez, su ingenio y su enorme lucidez. La peor burguesía de España segó de raíz la vida de su hijo más preclaro, sumergiendo de nuevo a esta ciudad en el pantano gris de la vulgaridad que tan familiar nos resulta.
A pesar de que la «buena sociedad» de esta tierra no perdona salirse del rebaño, la herencia de Federico sigue recogiéndose en Granada en los poemas de Javier Egea, Andrés Neuman o García Montero, en las novelas de Muñoz Molina, en las pinturas de Juan Vida y Jesús Conde, en los cantes de Enrique Morente, Marina Heredia, o Juan Pinilla, en los bailes de Eva «Yerbabuena» y Blanca Li, en el rock de Miguel Ríos, en las canciones de los 091, Lagartija Nick, Niños Mutantes, Lori Meyers, o La Guardia, en el teatro de Lavi e Bel, en las viñetas de Paco Martín Morales, o en los reportajes periodísticos de Antonio Ramos. Talento, puro talento en un desierto de envidias y mediocridad. Así nos va.
86 años después de aquella infamia, cualquier otra ciudad del mundo, hace tiempo que habría articulado en torno a tan enorme figura, toda una oferta cultural que la habría hecho imprescindible para cualquier viajero que quisiera acercarse a un personaje de su talla. En Granada y salvo honrosas excepciones como el Patronato Federico García Lorca, no solo no ha sido así, sino que hemos sido incapaces de arrancar como Dios manda el Centro Lorca, llamado a catalizar su legado y convertirlo en lugar de peregrinaje de estudiosos y amantes de su obra repartidos por todo el mundo.
En Granada no tenemos un teatro con su nombre, ni una compañía estable de teatro que represente sus obras cada semana del año. Por no tener no tenemos ni los hitos urbanos que recuerden a los paseantes aquellos lugares frecuentados por Federico; ni su casa en la Acera del Casino, ni la tertulia del Rinconcillo en el café Alameda, hoy restaurante Chikito, solo recordada por el granadinismo de su malogrado propietario, Luis Oruezabal; ni sus múltiples actuaciones en el venido a menos Centro Artístico, en el teatrito del hotel Alhambra Palace; ni la estancia de sus últimas horas en la casa de los Rosales de la calle Angulo y en aquel triste cuarto de la actual facultad de Derecho, entonces siniestro Gobierno Civil. Nada. Casi ni rastro. Lo que habla a las claras, de la mala conciencia que esta ciudad arrastra por el asesinato de su hijo más universal.
El Centro Lorca, buque insignia para el estudio y difusión de la obra del poeta, cuyas obras tardaron casi una década en terminarse, no termina de despegar y no se ha convertido en el referente y agitador cultural que se esperaba. Ni por su programación, ni por su protagonismo. Ni siquiera supone un refuerzo de las aspiraciones de Granada para convertirse en capital cultural europea en 2031.
Mientras los huesos de Lorca y más de tres mil granadinos continúan esparcidos por pozas y barrancos entre Viznar y Alfacar, los del máximo responsable de su asesinato, Gonzalo Queipo de Llano, «reposan» con todos los honores a los pies de la Virgen de la Macarena y para más burla, los
herederos ideológicos de quienes dieron aquel golpe de Estado que acabó con la vida de Federico y de decenas de miles de españoles, niegan la mayor, reivindican su memoria sin sonrojarse y aseguran, sin que se le caiga la cara de vergüenza, que de estar vivo hoy, García Lorca, votaría a Vox.
¿Saben ustedes lo peor?, pues que no tengo nada claro que en esta ciudad y en este país no haya quienes no dudarían en repetir aquella barbarie. Para empezar ya hay quienes matan a golpes a jóvenes por «maricones». Lo mismo que a Federico, pero grabado y difundido por smartphone.