Otra (una más) de impuestos
Pues si, otra más sobre impuestos. Porque el tema creo que lo merece, porque ocupa y preocupa, las más de las veces sin tener ni idea de lo que se dice y por qué se dice, porque la gente habla sobre ello. Y también, porque , digo yo, de alguna manera, medianamente argumentada, hay que contrarrestar la demagógica, indecente, vergonzosa incluso, campaña furibunda de las derechas y sus voceros en favor de una «bajada» de impuestos, dicho así, a lo bruto, sin matices, como un mantra o sonsonete reiterativo y monocorde, que amenaza con eliminar cualquier otro asunto del debate público.
Campaña vergonzante adobada además con mentiras, eso si, dichas con toda la pompa de la que son capaces algunos conspicuos representantes políticos o empresariales, que, como se ha puesto de moda, mienten muy educadamente y con muy buenas formas. Pero mienten con descaro y sin ningún pudor. Nunca se ha demostrado que «dejar el dinero en el bolsillo de sus propietarios» sea más rentable ni eficaz que establecer un sistema fiscal justo y progresivo. Ni siquiera para los detentadores del dinero, cuanto menos para la sociedad en general. El Estado moderno lo es, precisamente, porque, un día ya lejano, algunos antecesores nuestros llegaron a la sabia y evidente conclusión, de que la sociedad funcionaría mejor si se establecía un sistema para allegar recursos de los particulares con la finalidad de repartirlos luego entre el común de la ciudadanía, contribuyendo así a equilibrar a todos y todas en las prestaciones que recibían.
Afirmar, por tanto, que el mejor destino del dinero es dejarlo a cada cual , olvidando que hay quien tenga menos o no tenga, es además de una falacia, una muestra de salvajismo y de incivilización impropias del tiempo en que vivimos. No digamos ya, si la respuesta ante cualquier propuesta fiscal que busque aumentar la solidaridad y la equidad en el reparto de cargas y beneficios, es aludir al «atraco» o a «meter las manos en los bolsillos» como recientemente ha afirmado un destacado líder del PP, que, seguramente, cuando se haya escuchado en soledad, se habrá abochornado de sus palabras.
Tampoco parece un argumento sostenible, además de ser una rotunda mentira, acudir a la comparativa con otros países de Europa, al referirnos a la imposición de las grandes fortunas o los grandes patrimonios. Existen, naturalmente que existen esos impuestos en la mayoría de países de nuestro entorno europeo. Francia, Italia, Noruega, Suiza, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, incluso Hungría. Con diversas denominaciones (impuesto a la riqueza, a la fortuna o a la fortuna inmobiliaria). Con sus sistemas claros de deducciones, cuotas, porcentajes y topes. Es más, Bélgica, que introdujo esta figura fiscal más recientemente, ha demostrado estar a la altura de los tiempos y las circunstancias, al denominarlo Impuesto a la Solidaridad. Ahí es nada, cuanta didáctica en ese simple nombre. Qué inmensa lección a los gritadores de la bajada insolidaria y cruel de impuestos.
Una mentira dicha mil veces, no es una verdad ni a medias, es una mentira dicha mil veces. La diga Agamenón o su porquero, la diga un dirigente de las derechas, un deportista más o menos famoso, el presidente de los empresarios o el taxista de la esquina.
Soy muy consciente de que es mucho más popular y más guay hablar de bajar los impuestos, incluso de eliminarlos. Pero la batalla por convencer a la mayoría de la población de que sin impuestos, sin un sistema fiscal justo y solidario, no hay políticas públicas posibles, y ésto sería una jungla sin ley, o con la ley del más fuerte, que condenaría sus vidas a la inanición, es una batalla que hay que dar. Cada día con más fuerza y más contundencia. Con pruebas, datos y hechos. Pero es una batalla por la decencia social, por la política con mayúsculas, por la seriedad democrática, y contra las infamias y las mentiras frustrantes .
Es terrible el ejemplo, que el otro día pude ver en las redes sociales, de un agricultor que reclamaba ante las cámaras de no se qué medio que «se bajaran los impuestos». Un agricultor que, afortunadamente, puede llegar a sus terrenos en coche, porque «alguien» ha asfaltado y adecentado los antiguos caminos de tierra. Un agricultor que no pierde todas sus cosechas porque «alguien» subvenciona sus productos. Un agricultor que, por su edad, ya va necesitando determinadas medicinas y tratamientos médicos, por los que no paga prácticamente nada. Lo dicho, terrible.
Por eso, escribo y seguiré escribiendo sobre impuestos. Porque nunca va a ser suficiente. Pero no me voy a cansar.