España marcha atrás
En los textos, discursos y opiniones de los escritores y ensayistas de la Generación del 98, se refleja la crisis moral, política y social que afectó a España a raíz de la derrota en la guerra con EE.UU. y la pérdida de las colonias. No fue para menos. Pero también se barrunta que el problema no era sólo la situación exterior, sino también el irrespirable ambiente interior que llevó a Unamuno a escribir: «Me ahogo, me ahogo, me ahogo en este albañal y me duele España en el cogollo del corazón».
El muermo, la apatía y el hartazgo parecen constantes de la España carpetovetónica que vino a sustituir el acervo que árabes, judíos y cristianos destilaron durante ocho siglos por la rigidez conservadora e inquisitorial impuesta por los Reyes Católicos. Así lo recogió la literatura en épocas de pretendido esplendor como el Siglo de Oro, cuando Quevedo escribió: «Miré los muros de la patria mía, / si un tiempo fuertes ya desmoronados / de la carrera de la edad cansados / por quien caduca ya su valentía».
Si la Historia obedece a la regla de la dialéctica hegeliana, y tiene toda la pinta de hacerlo, la España que hoy viene de un periodo de progreso y avances cívicos vuelve a afrontar otro más de conservadurismo y retroceso social. Tesis y antítesis llamó Hegel a la formulación de una idea y a la negación de la misma, y de ellas ha de salir inevitablemente la síntesis que resuelva la contradicción. Así funciona la Historia, como un movimiento pendular que traslada a la sociedad de un extremo a otro “ad infinitum”.
La negación de la idea progresista, la antítesis conservadora, es global, parece ocurrir en todo el mundo por mor de la ideología neoliberal. Como ocurriera en los años 30 del siglo XX, el neoliberalismo populista del siglo XXI se apoya en la mentira, la propaganda y la violencia, que no por conocidas pierden eficacia. Hemos visto a los perdedores en EE.UU. asaltar el Congreso, en Brasil exigir un golpe de estado y en España amenazar de muerte a políticos electos y a 26 millones de hijoputas.
El ascenso sociológico del populismo, y su acceso al poder, no es posible sin un factor fundamental que germina históricamente en épocas de auge conservador: la incultura, el analfabetismo, o como se le quiera llamar. El caldo de cultivo para la manipulación populista está servido tras un par de generaciones que, a pesar de pasar por la escuela, salieron de ella como entraron, o peor. No es casual que los partidos conservadores elijan líderes de bajo perfil intelectual, como el de sus votantes. Ayuso y Feijóo, por ejemplo.
En España, la mentira y la propaganda son evidentes y constatables a diario en la mayoría de los medios de comunicación, conservadores hoy, y en los argumentarios radicales y extremistas del Partido Popular y Vox. En cuanto a la violencia como factor para el triunfo populista, basta ver que, desde que gran parte del PP y Vox, engendros aznarianos, compiten para cumplir su deseo de una derecha sin complejos, han aumentado el odio y la violencia contra extranjeros, mujeres, colectivo LGTBI, ateos y “rojos”.
Recién sacado el asesino terrorista de la Macarena, se propone como antítesis volver a su época y sus ideas. Evoco a Blas de Otero: «Fuere yo de otro sitio. De otro sitio cualquiera. / A veces pienso así, y golpeo mi frente / y rechazo la noche de un manotazo: España, / aventura truncada, orgullo hecho pedazos». Queipo y la Macarena, progreso y retroceso, fe y razón… Leo a Blas de Otero: «…Te hice pedazos, / chocaste con mi patria, manejada / por conductores torvos: cruz y espada / frenándola…».