¿Qué ha sido del periodismo?

Responder a la pregunta supone un ímprobo esfuerzo y entraña riesgos. Las respuestas escuchadas al vuelo en cualquier universidad, mancebía mediática o tertulia tabernaria, sugieren que conviene redefinir el concepto. Conviene saber del periodismo qué fue, si aún existe y qué pasó con él, cuándo y cómo ocurrió. De manera inadvertida, el papel de la prensa ha renunciado a la realidad del mismo modo que la realidad ha huido de la prensa. La sociedad anda huérfana de periodismo y repudia la información.

Hasta finales del siglo XX, informar era el negocio de numerosos medios de comunicación y contrastar una noticia en varios de ellos permitía intuir que había algo más que información en ella. Quienes oyeron La Pirenaica, o escucharon hablar de ella, aprendieron a contrastar la prensa patria con la extranjera, a desconfiar, a distinguir información de propaganda. La disparidad en el tratamiento de las noticias por medios diferenciados requiere habilidad para dilucidar cuáles, y cuánto, se apartan del concepto periodismo.

Para la R.A.E., el periodismo es una “Actividad profesional que consiste en la obtención, tratamiento, interpretación y difusión de informaciones a través de cualquier medio escrito, oral, visual o gráfico”. Saltan a la vista dos términos que pervierten el hecho de informar: “tratamiento” e “interpretación”, dos vocablos que lo alejan de la objetividad y del rigor ético y profesional que le conferían dignidad y lo elevaban a la categoría de servicio público en sus orígenes. El periodismo hace tiempo que dejó de ser fiable.

De antiguo viene el hecho de que las noticias afecten tanto al destinatario como al portador. Tigranes II El Grande hizo matar al mensajero que anunció la llegada de tropas enemigas; Sófocles, en “Antígona”: “Nadie ama al mensajero que trae malas noticias”; Shakespeare en “Enrique IV”: “No mates al mensajero”. Quien difunde las noticias ha pasado de reproducirlas a “tratarlas” e “interpretarlas”, con la vista puesta ora en el público objetivo, ora en el objetivo público de explotarlas como manantial de ganancias.

La segunda revolución industrial, el capitalismo y las democracias burguesas empoderaron a la prensa por su capacidad de control social y político. Nació así el cuarto poder, retratado en “Ciudadano Kane” (1941) por Orson Welles, tras la demostración de manipulación sociológica en la radio con “La guerra de los mundos” (1938). El magnate W. R. Hearst (Kane) dijo a un reportero “Ponga usted las fotos que yo pondré la guerra” antes de forzar el conflicto bélico de EE. UU. con España que supuso la pérdida de Cuba.

A partir de Hearst, el periodismo entró en la deriva que prácticamente lo ha devorado. La concentración de la prensa en pocas manos y el asalto a ésta por el capital han laminado la credibilidad de los medios, aplicados en exclusiva al “tratamiento” y la “interpretación” de la información. Se puede decir, sin el menor género de duda, que durante el siglo XX los Consejos de Administración han impuesto a los Consejos de Redacción la manipulación como manual de estilo. Todo ello desde antes de irrumpir internet.

En la actualidad, cuesta encontrar periodismo honesto en un mundo de medios sin decoro. El show business se ha adueñado de la información, la rumía y la regurgita en forma de eslóganes ajustados a los argumentarios económicos y políticos de los amos de esos medios. Identificar a Vallés, Marhuenda, Inda, Ana Rosa, Griso, Herrera, Herrero, Losantos, Sostres, Rojo, a tantos otros y a tantas otras con el periodismo es un desprecio vil a la Democracia. Una sociedad mal informada y manipulada jamás será libre.

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