Encuestas y propaganda
Cualquier empresa con decidida vocación de crecimiento cuenta con estrategas de ingeniería contable en el puesto de mando, una brigada de publicistas en vanguardia y una batería leguleya en retaguardia. Su éxito se mide por la capacidad para maximizar los ingresos y minimizar los gastos, para lo que, en el mercado, es imprescindible la inversión en propaganda. Pero no toda la riqueza que acumula una empresa proviene del mercado, también ayudan, y no poco, la caja B, la elusión y la evasión fiscal.
El mercado electoral funciona de manera similar. El bipartidismo, desde el albor de la transición, nunca necesitó mostrar el producto que vende para dominar este mercado: Coca Cola o Pepsi, Madrid o Barça, no hay más. Durante la última década, la clientela, hastiada de ambas marcas, ha optado por comprar votos a una competencia emergente. El bipartidismo ha tenido que forzar la legalidad y movilizar a comandos togados y sicarios de las Fuerzas de Seguridad del Estado para afrontar la novedad democrática.
Un ejército invencible ataca a esta competencia día y noche, por tierra, mar, aire y cloacas, un ejército dotado de armas de última generación, financiado con dinero público, con dinero negro y con la impunidad como fiel aliada. Con esta tropa, PSOE y PP han diezmado a Ciudadanos, el rival más cándido, y andan ahora en la misión de minar y laminar a los que restan, Podemos a la izquierda y Vox a la derecha. Para derribar a Podemos sólo les falta empuñar las armas, ganas hay y voluntarios no les faltan.
El llamado Régimen del 78 ha apuntalado su hegemonía con dos herramientas básicas: medios de comunicación y encuestas. En el inicio de la democracia, hubo cierto equilibrio mientras la información vertebró los medios en limpia competencia y las encuestas, entonces, eran sólo un instrumento demoscópico. Y llegó internet, coincidiendo con el sacrificio de la información en los medios clásicos en aras de la creación de opinión, de la propaganda, cuando no del bulo, para manipular del todo al votante.
La prensa, la radio y la televisión se han posicionado ideológicamente, mayormente en la órbita de PP y Vox. Del resto, un alto porcentaje (junto a medios conservadores) se alinea con el PsoE y una minoría residual se aproxima a la izquierda. Los medios son hoy rehenes de la subsistencia, muy alejados del concepto «cuarto poder» con el que se les conoció a lo largo del siglo XX. Su debilidad los ha reconvertido en mercenarios al servicio de los poderes financieros y empresariales que manejan al bipartidismo en su interés.
Hace 40 años que vienen utilizando un arma eficaz y sofisticada que exhiben cubierta con el ropaje científico de la estadística y el aroma intelectual de la sociología. Hablamos de las encuestas. Este instrumento es usado de modo artero para crear titulares a través de los cuales políticos y medios generan estados de opinión propicios en determinados temas. De tal modo, las encuestas muestran un potencial extraordinario para seducir a los votantes indecisos, decisivos para inclinar la balanza, que buscan un caballo ganador.
Como las empresas de comunicación, las demoscópicas, dedicadas a la prospección e investigación de mercados (el electoral es de los que más dinero mueven), se deben al cliente que abona sus honorarios. Igual que los medios, las encuestas son pervertidas a fin de prostituir la política, de adulterar la democracia, para beneficiar a quienes las pagan, a quienes mandan. Bien dosificadas, las encuestas marcan tendencias de subida y bajada de partidos que son decisivas para la formación de gobiernos.