Retórica, ma non troppo

La actual coyuntura puede ser una buena ocasión para replantear la cuestión de las nociones de sujeto y de verdad y de las relaciones entre los dos. Partiendo de las antropologías que consideran al ser humano como un animal inacabado, carencial, aún no afirmado, se puede considerar que estas deficiencias naturales se subsanan mediante la cultura , en tanto que segunda naturaleza. La técnica es un elemento constituyente del hombre, apareciendo como un elemento inhumano que se añade a lo humano animal. Platón relata que cuando Prometeo y Epimeteo repartieron las características a los animales al llegar al hombre ya habían repartido todas las características naturales y el hombre se quedó desnudo. Prometeo palió el error de su hermano concediendo a los hombres las técnicas de Atenea y el fuego de Vulcano. Estos auxilios técnicos se vieron reforzados posteriormente por el propio Zeus que les otorgó el pudor, es decir la moral, y la justicia, es decir, la política, y así el ser menos provisto por la naturaleza se vio completado con elementos no naturales, que suplían estas carencias originarias.

El hombre como animal presenta una pobreza instintiva, una reducción de instintos, lo que le convierte en un “ser de carencias”, en un ser que no pertenece al cosmos natural y por ello ha de construirse un cosmos a su medida mediante la cultura y la técnica. La pobreza instintiva del hombre hace que entre el estímulo y la respuesta haya una distancia que elimina el automatismo en la conducta humana y que exige una mediación a través de la cultura. Mientras que los animales solo son sensibles a los estímulos que pueden afectar a su supervivencia el hombre tiene una recepción mucho mayor, y por ello ha de reducir este aluvión de estímulos que sus sentidos no pueden filtrar. Al carecer de instintos específicos que en los animales proceden a dicho filtrado de estímulos exteriores, el hombre ha de reducir la complejidad de su entorno mediante la cultura. Al no tener instintos propiamente dichos en el hombre los estímulos no actúan como desencadenantes automáticos de la acción sino que se produce una distancia, una ruptura, entre los estímulos recibidos y la respuesta conductual. La cultura sustituye lo dado en la naturaleza por una diversidad de formas nuevas artificiales que amplían lo dado de forma natural.

Al no estar protegido por la necesidad y automatismo de las respuestas instintivas el hombre está sometido a la posibilidad y a la contingencia, está abierto a la pregunta. Ya Agustín decía que el hombre se define por sus preguntas. La indeterminación instintiva del ser humano le convierte en un “ser de posibilidades”, en un ser necesariamente libre. Esta apertura a la contingencia y a la posibilidad hace que el hombre sea un ser imaginativo que fantasea más que percibe, que proyecta sobre la realidad sus anhelos y deseos.

La antropología de Hans Blumenberg se sitúa en la estela de los pensadores que han resaltado el carácter incompleto del hombre como animal y su necesidad de desarrollar la técnica como segunda naturaleza pero su novedad radica en destacar el carácter retórico, metafórico, de este cosmos cultural que define al hombre, que lo protege y le ayuda a paliar la desproporción fundamental entre el tiempo del mundo y el tiempo de la vida humana. El ser humano es , en la estela de Cassirer, un ser simbólico que en lugar de enfrentarse directamente a la realidad interpone frente a ella una red de símbolos, mitos, magias, ciencias, que la representan y la hacen más manejable. El símbolo sustituye la realidad y permite su control , reduciendo su absolutismo todopoderoso. Para Cassirer y Blumenberg , que en esto siguen a Kant, se trata de transformar las impresiones del exterior en expresiones del interior.

En la Modernidad con el surgimiento de la ciencia moderna se produce una escisión entre lo que se podría denominar un “modelo del mundo” consistente en la refiguración científica de la realidad basada en relaciones causales y la “imagen del mundo”, la representación humanizada y teleológica de la realidad. Si el primero se relaciona con la verdad, la segunda lo hace con el sentido. Las imágenes del mundo intentan responder las preguntas más fundamentales: las relacionadas con la totalidad, el origen y el fin del universo, preguntas pre-sistémicas o a-sistémicas, ya que los sistemas científicos generan modelos siempre parciales y acotados de parcelas limitadas de la realidad y además referidos a tiempos finitos, porque las ecuaciones suelen divergir en el infinito. Hay cosas que necesitamos saber para poder vivir aunque no las podamos conocer de forma científica. Precisamente la modernidad tiene el proyecto racionalizador de que las imágenes del mundo sean compatibles con los modelos de mundo vigentes en cada época. Ese es el proyecto de la Ilustración, de Las Luces, adecuar la realidad humana a la realidad natural mediante su racionalización. El cientificismo sería sustituir completamente las imágenes del mundo por una única imagen que se fundiera con el modelo del mundo. Precisamente nuestra época postmoderna rechaza esta anulación de las imágenes del mundo plurales frente a un único modelo científico del mundo, pero tampoco se puede echar en saco roto la exigencia ilustrada de ir depurando las imágenes del mundo vigentes para adecuarlas al modelo de mundo que nos ofrecen las ciencias. En esa tensión nos tenemos que mover. Reconocer el papel del mito en la actividad humana no exige rechazar las aportaciones científicas. La vida cotidiana y sus valores y creencias rectoras no tienen por qué cerrarse a ser depuradas y corregidas por las aportaciones de lo que el último Lukács y la Escuela de Budapest denominaban las objetivaciones: las ciencias, la filosofía, el arte, etc.

La Modernidad rehabilita la curiosidad, en tanto que preocupación por el saber mundano, que había sido condenada por Agustín como una distracción que nos separa del objetivo último de la salvación. La modernidad piensa que el conocimiento del mundo puede ayudarnos no solo a controlar dicho mundo sino también a depurar nuestros valores y convicciones en dirección a conseguir la felicidad. El conocimiento moderno se concibe como un proceso infinito que no alcanza la exactitud completa, pero que tiene la capacidad de autocorregirse y de afinarse a lo largo del tiempo. Esa es la ventaja del conocimiento científico: que contiene métodos no solo de verificación experimental sino también de autocorrección, cosa que los otros tipos de saberes no tienen. Precisamente la concepción del conocimiento científico como un proceso infinito vuelve a poner de relieve la disparidad entre el tiempo de la vida y el tiempo del mundo. Solo una sucesión de vidas humanas podrá ir desarrollando el conocimiento de la realidad que nunca será definitivo. La ciencia moderna supone de igual manera el paso de la contemplación a la experimentación, lo que entraña que la simple visión de la realidad natural se ve sustituida por el laboratorio en el que se transforma la realidad inicial dando lugar a una realidad construida, a un mundo como factum. Esto supone que el libro de la naturaleza se amplía con las realizaciones humanas y se convierte en el libro de la historia, y por lo tanto de cerrado y concluso, como era el libro de la Revelación ,se convierte en un libro abierto e inacabado . Por ello, la realidad moderna es una realidad abierta a la posibilidad, una realidad in fieri, y no dada de una vez para siempre.

El carácter retórico del hombre supone que la búsqueda del sentido es una tarea intersubjetiva que busca persuadir al otro. La vida humana presenta una estructura narrativa que pretende tener sentido. La búsqueda de la verdad (científica) también es una tarea intersubjetiva pero en este caso mediada por instrumentos y por procedimientos de verificación y de autocorrección de los datos experimentales que utiliza otros mecanismos de persuasión. El mundo de la vida es el ámbito en el que todavía no hacemos preguntas porque todo está claro y sobrentendido y el mundo de la ciencia es el ámbito en el que ya no hacemos preguntas porque están ya respondidas. Las preguntas ,pues, surgen en el intervalo entre el mundo de la vida y el mundo de la ciencia y la técnica. La diferencia entre el mundo de la vida y el mundo de la técnica es que este último es muy limitado, ofrece la verdad pero sobre cuestiones muy determinadas y parciales: no hay ciencia de la totalidad. El mundo de la vida tampoco invita a preguntar porque es el mundo de lo supuesto, de lo admitido y sobrentendido. Es la filosofía ese ámbito intermedio en el que se puede desplegar la pregunta sobre la totalidad, el origen y el final, cuestiones que no tienen sentido ni en la vida cotidiana ni en el quehacer científico.

En la acción humana predominan elementos cognoscitivos que no siempre se basan en una razón suficiente sino que presentan defectos en su fundamentación, lo que no obsta para que tengan efectos prácticos aceptables. La premura de la vida nos lleva muchas veces a actuar sin poder fundamentar adecuadamente las razones de nuestra acción, lo que supone el reconocimiento de la distancia entre la razón teórica y la razón práctica. En la vida cotidiana nos movemos por la búsqueda del sentido existencial más que por la búsqueda de la verdad objetiva (científica). El tiempo del sentido vital no es el tiempo de la verdad científica y tampoco lo es el ámbito de su aplicabilidad técnica; la ciencia puede esperar pero la vida no. Mientras nos embarcamos en la empresa metódica de búsqueda de la verdad que es la ciencia, tenemos que vivir, y hasta que la ciencia nos pueda proporcionar una base sólida y segura para nuestra actuación necesitamos una moral provisional que nos valga en el mientras tanto. No se trata, pues, de meras opiniones sin fundamento sino de justificar la propia actitud, aunque sea de forma difusa y no regulada de forma metódica. Frente al carácter reposado y precavido de la ciencia la vida entraña una compulsión a la acción para la justificación de la cual nos vale con los procedimientos retóricos, que ofrecen una explicación y una justificación plausible, creíble, verosímil, lo que no significa verdadera, ni tan siquiera probable desde el punto de vista del método científico.

Por otra parte, la acción humana concreta tiene un ámbito de aplicación limitada , determinada, puntual, mientras que la verdad científica es en principio universal e intemporal. Mientras que la verdad pretende tener una validez universal la significatividad se refiere solo a lo que es importante en unas circunstancias determinadas, a lo que tiene sentido en una situación precisa, situada espacial, temporal y culturalmente. El sentido y la significatividad de la vida humana podrían considerarse como “irracionales” en el sentido de “inconceptualizables” desde el punto de vista de la verdad teórica de las ciencias basada en conceptos y categorías. Pero que la acción humana sea inconceptualizable no significa que sea irracional, sino solo que no se ajusta completamente a los cánones de la razón científica, objetiva. La acción humana tiene un principio racional aunque sea insuficiente, se tiene que justificar aunque no se pueda justificar a partir de los conceptos científicos sino solo mediante procedimientos retóricos, especialmente metafóricos. La premura que suele acompañar a la vida humana impide generalmente fundamentar y justificar de forma objetiva y científica las decisiones tomadas, lo que no obsta para nos esforcemos en justificar lo más posible nuestras decisiones y opiniones y que no todas las justificaciones sean igual de racionales.La utilización de la retórica, de las metáforas y analogías, es un medio para no quedar al albur de la irracionalidad completa en aquellos casos en que no podamos acudir a la objetividad y precisión de los conceptos científicos. La retórica se sitúa como una racionalidad intermedia entre el mero decisionismo irracional y la racionalidad autocontrolada de las ciencias. Acudir a la retórica es esencial cuando por la necesidad de actuar rápidamente o porque los temas pertinentes no tienen todavía un tratamiento científico adecuado pretendemos dar razones plausibles y creíbles de nuestras creencias o de nuestras acciones, aunque las mismas no dispongan de una fundamentación adecuada de manera científica. La retórica es el resultado de la compulsión a la acción junto con la conciencia de carencia de reglas fundamentadas científicamente para dicha acción. La retórica, pues, es “una forma de racionalidad , una forma de arreglárselas  racionalmente con la provisionalidad de la razón”. Se trata de que nuestras opiniones y acciones sean, si no racionales en el sentido científico, al menos creíbles o verosímiles. En la vida humana concreta la exigencia de la “verdad desnuda” es muy difícil de cumplir, dado que el hombre es un ser que se oculta, se esconde en la cueva para protegerse de la intemperie y esconde su desnudez mediante el vestido. El ideal de trasparencia total se compagina mal con el animal enfermo y huidizo que es el hombre. El lenguaje cotidiano no es científico. El sentido y la significatividad que dirigen la acción humana se basa más en expectativas y en deseos que en los puros hechos que son, en cambio, la base de la ciencia que busca establecer legalidades, relaciones causales, entre dichos hechos.

Hoy día vemos como ante las inseguridades de la vida se busca una zona de confort en la vuelta a los atavismos: religiosos, nacionalistas, culturales; una zona de seguridad tras las rejas. Estas mitologías se despliegan como Neoarcaísmos antimodernos. Esta necesidad de mitologías protectoras hace palpable que en el hombre suele ser más fuerte el deseo de seguridad y de amparo que el realismo que le lleva a buscar la verdad. El hombre prefiere la oscuridad protectora de la caverna que la radiante y enceguecedora luz de la verdad.Vivir a plena luz, en la pura razón, es costoso e inhóspito, pero recluirse en la caverna mitológica y reconfortadora tiene también costes. Si el hombre se define por su capacidad de hacerse preguntas, como ya decía Agustín, no podemos satisfacernos con las respuestas manidas de la tradición. Si la raíz indoeuropea del hombre coincide con la idea de la sed, si el hombre es el que tiene sed, la caverna generalmente no satisface esa exigencia.

Todo lo anterior supone que no todas las afirmaciones sobre la realidad tienen el mismo valor de verdad. Cada afirmación tiene que justificarse de alguna manera más o menos racional si no quiere limitarse a ser una mera opinión sin ningún apoyo más que los deseos o los prejuicios del que la emite. En conclusión, podemos decir “retórica, ma non troppo”.

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