Por un uso adecuado de las pasiones en política

Lo irracional no puede ser encauzado en ninguna parte y ninguna figura del mundo puede representarse ya como una suma de columnas de cifras racionales. (H. Broch, Huguenau o el realismo, 1932).

El objetivo de la política en las sociedades actuales no sería tanto eliminar las pasiones de la esfera pública para lograr un consenso racional como propugna la democracia deliberativa habermasiana sino más bien tratar de depurar y movilizar dichas pasiones con el objetivo de conseguir objetivos democráticos. Recordando a Espinosa, se trata no de someter las pasiones a la razón eliminándolas, como pretendían Descartes y los neoestoicos, sino en hacer un uso adecuado de ellas, para convertirlas de pasivas, sometidas a la ignorancia, en activas, cada vez más iluminadas por la razón. Esto permitiría al individuo pasar de la ignorancia a la sabiduría, de la pasividad a la actividad y de la esclavitud a la libertad, sin dejar de ser por ello un ser pasional y no meramente racional. El campo de lo social está siempre atravesado por el poder, un poder que no se puede conjugar mediante procedimientos racionales deliberativos porque se basa en antagonismos irreductibles. Por eso la política concebida como un ‘pluralismo agonista’ trata no de eliminar los antagonismos, cosa imposible, sino en convertirlos en agonismos como dice Mouffe, lo que supone trasformar a los enemigos en adversarios, es decir en individuos o grupos con los que se comparten los valores democráticos básicos de igualdad y libertad, aunque se discrepa en el significado de dichos valores y en las formas concretas de llevarlos a cabo. La democracia moderna pluralista exige reconocer y legitimar los conflictos y no intentar resolverlos de manera autoritaria, pero tampoco ha de caer en el idealismo de que dichos conflictos y antagonismos pueden ser resueltos mediante medios puramente racionales, deliberativos. Cualquier consenso obtenido en nuestras sociedades plurales será siempre un ‘consenso conflictivo’ que ha de ser consciente de que se obtiene sin eliminar completamente el antagonismo sino , como mucho, domesticándolo y controlándolo para que no se desate y ponga en peligro el equilibrio social. Todo consenso en las democracias actuales ha de ser consciente de que es el resultado contingente y provisional de una hegemonía política que ha sido capaz de estabilizar momentáneamente el poder y de que se basa en cierto tipo de exclusión.

En este contexto podemos recordar a Heráclito que analizó el logos, el pensamiento-lenguaje-acción, en tanto que capacidad de conectar y de conjugar elementos distintos en el marco de un antagonismo primordial, polemos, que está en la base del universo y especialmente de las sociedades humanas. La apuesta por el acuerdo solo se puede hacer teniendo en cuenta dicho antagonismo. También Heráclito propone la idea de nomos, no tanto con el significado estrecho de la ley sino como la forma de establecer una repartición justa de las cosas, tanto en la naturaleza como en la sociedad. Lo importantes es resaltar la conexión interna entre los tres conceptos: logos como pensamiento actuante, polemos como el antagonismo primordial que hay que gestionar, y el nomos como la manera justa de lidiar mediante el logos con el polemos.

La importancia de las pasiones en la política exige ser consciente de que la legitimidad de las instituciones y la lealtad hacia las mismas no puede ser el resultado de la mera racionalidad deliberativa sino que se basa en elementos afectivos que hay que crear y cultivar mediante prácticas activas. De ahí el hincapié que la tradición republicana ha puesto siempre en la necesidad de desplegar una virtud cívica entre los ciudadanos mediante la educación y prácticas conmemorativas y festivas.

Si se insiste demasiado en establecer un consenso en el centro serán los partidos extremistas y populistas los que se presentarán como críticos del sistema y como exponentes de la voluntad del pueblo, olvidada por los políticos dominantes. Estos partidos pueden aglutinar a las masas de perdedores respecto a las políticas globalizadoras consensuadas por las élites, enfocando la lucha política como un enfrentamientos entre la conjunción de las diversas elites y el conjunto del pueblo. Si el sistema excluye de su seno la posibilidad de alternativas reales, dichas alternativas surgirán fuera del sistema como movimientos antisistema capitalizados por el populismo antipolítico. Si la política es consenso el disenso tendrá que mostrar un cariz antipolítico. De ahí la necesidad de introducir el disenso y los antagonismos en la política, en la confrontación democrática, para evitar que busquen medios antipolíticos de expresión y actuación.

Esta reconsideración del papel de los afectos en la política exige una reevaluación del legado de la Ilustración de forma que en dicha evaluación critica del proyecto ilustrado habría que distinguir entre sus ideales políticos, democráticos y emancipatorios, y su fundamentación epistemológica, racionalista abstracta y universalista vacía, contextualizando de forma histórica y cultural sus diversas formas de implementación y desarrollo. Se puede cuestionar el racionalismo y el universalismo ilustrado mientras se mantienen y desarrollan sus ideales democráticos, basados en la libertad y la igualdad. Mouffe retoma la distinción de Blumenberg entre la autoafirmación ,ética y política, de la modernidad y la autofundamentación epistemológica de la misma, entre las que establece una relación histórica meramente contingente y no necesaria, por lo que se puede separar ambos polos de la modernidad y no aprovechar la justa crítica de uno, el epistemológico, para abandonar el otro, el ético-político.

La política democrática serÍa el arte de debilitar el antagonismo para convertirlo en agonismo, transformando al enemigo en adversario, pero para eso el enemigo ha de estar de acuerdo y eso no sucede siempre. La cuestión es el grado de pluralismo que es admisible sin poner en peligro los principios básicos del orden constitucional. La tradición democrática es abierta, heterogénea, compuesta, indeterminada y esto le posibilita ser muy flexible para desarticular y rearticular las prácticas hegemónicas vigentes en cada momento. Se basa en axiomas flexibles más que en códigos rígidos. La política ,sobre todo la radical, no es tanto la agregación de intereses dados sino más bien la articulación de identidades flexibles que se transforman mediante esa misma articulación. No se trata de componer identidades fijas dadas sino de articular un proceso de modificación y automodificación de las identidades iniciales, de dar lugar a una heterogénesis, como dice Guattari, una combinación de elementos heterogéneos.

En la construcción de esa política radical no hay que apelar tanto a la acción racional en el sentido de una acción instrumental a favor de los propios intereses, sino más bien utilizar una acción razonable permeada éticamente y basada en una idea de justicia común a todos los ciudadanos. El pluralismo de estas sociedades complejas que son las nuestras exige la prevalencia del derecho, una idea de justicia compartida, sobre las diferentes ideas de vida buena y de bien. Pueden admitirse diversas ideas de vida buena pero solo una idea de justicia si se quiere un ordenamiento estable de la sociedad y no la mera coexistencia de una serie de guetos aislados entre sí y en conflicto permanente.

De nada vale hacer buenas leyes si los usos vigentes se oponen a su cumplimiento. El remedio de las “costumbres caídas” no son nuevas leyes impuestas sin consenso sino un proceso pedagógico que trate de convencer de las ventajas de los nuevos usos y valores sociales que se pretende implantar . De nada sirven leyes bien intencionadas si no hay un convencimiento mayoritario y un fundamento de virtud en los súbditos para cumplirlas.

Las relaciones entre los diferentes principios que se articulan para constituir la sociedad no se deben basar tanto en la negociación como en la contaminación, en el sentido de que al final del contacto cada principio ha cambiado la identidad del otro. Y la unidad de la sociedad política ha de basarse más en una unidad emocional, una identificación con los valores democráticos, que en una unidad de razonamiento y de opinión. La sociedad política fundamenta su unidad mediante la participación en formas de vida comunes y en la práctica de juegos de lenguaje que sirven de base a personalidades democráticas. Lo que supone una concepción no racionalista de la teoría política, una teoría que deja un lugar a las pasiones y a la retórica, pero que tampoco sustituye completamente la razón por el juego de las pasiones, y los razonamientos por la mera persuasión retórica. El acuerdo en que se basa la sociedad política no es tanto entre opiniones sino más bien entre formas de vida.

De Sorel se podría retomar la idea de que la sociedad más que una totalidad racional es una mezcla de fuerzas sociales plurales y heterogéneas que pueden ser unificadas por un bloque entendido como el resultado político de la condensación y aglutinación de diversas fuerzas sociales articuladas mediante “soportes expresivos”, es decir, mediante recursos simbólicos, mitos, que expresan la voluntad de ciertos grupos de imponerse.No se trata tanto de ‘representación’ de los distintos grupos por uno dominante sino de la ‘articulación’ de los grupos variados en plano de igualdad. Gramsci presenta los recursos simbólicos que sirven de aglutinante al bloque histórico y que son la base de la hegemonía como un liderazgo intelectual y moral que se basa en un nuevo sentido común y en unos valores compartidos. La articulación supone “ir más allá de la positividad de lo social” y destaca el carácter contingente y precario de la unidad, mientras que la mediación supone la relación de los diferentes fragmentos de una totalidad orgánica. Una es el resultado de un designio, de una voluntad, la otra el reconocimiento de una totalidad ya existente. La primera es un movimiento constituyente , la segunda es el reconocimiento de algo ya constituido. La articulación introduce una cierta regularidad en la dispersión heterogénea que constituye nuestras sociedades.

En conclusión, postulamos una teoría y una práctica política que modula la razón y la deliberación con la consideración de las pasiones y su explotación por la retórica, sin reducir la racionalidad a mera retórica, la razón a la persuasión. Una política radical que conjuga el pluralismo de nuestras sociedades con el republicanismo en el sentido de la defensa de una idea de justicia común articulada con mecanismos para paliar la desigualdad económica entre los ciudadanos. Una política radical situada en la estela del liberalismo y el socialismo que hace de la libertad y la igualdad sus principios rectores. Una política democrática que pretende ampliar la democracia a todos los ámbitos sociales en que se pueda. Una política generadora de nuevos tipos de subjetividad que vayan más allá del individualismo posesivo y de la personalidad massmediática dominantes en nuestras sociedades. Una política en la que la lucha socialista contra la desigualdad se complete con una perspectiva ecofeminista desde la conciencia clara de que la revolución será feminista y ecologista o no será.

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