Chófer multiusos
Se suele asociar la figura del chófer a personas de alta posición económica y social que, por comodidad o necesidad, delegan en un profesional la molesta y complicada tarea de conducir y aparcar el coche en que se desplazan. Ejecutivos, aristócratas, militares, toreros, artistas, capos de la mafia o ganadores de la bonoloto suelen tener en plantilla un chófer que, a veces, compagina la conducción con tareas de confidente, terapeuta y/o asistente personal. En ocasiones extremas, la vida del viajero puede depender de este profesional.
La cercanía entre jefe y empleado, poco más de un metro desde el retrovisor, poco menos que ser testigo cómplice de intimidades, exige total confidencialidad y confianza. A menos de un metro, la guantera es un cajón de sastre donde se guardan la documentación del coche y cosas inconfesables que pueden convertir la vida de los pasajeros en un auténtico desastre consciente o inconscientemente. Un chófer mal pagado o de naturaleza codiciosa puede ceder a la tentación si le ofrecen un dineral por airear trapos sucios del jefe o la jefa.
Favor con favor se paga y es habitual que el chófer disfrute de ciertos privilegios que se pueden considerar pago en especies por los servicios prestados. Así, de esta relación íntima y cercana se derivan favores personales y/o familiares que afianzan presuntos lazos, mal trenzados, de amistosa camaradería. El uso particular del coche oficial, la colocación o promoción de algún familiar o la información privilegiada suelen ser prestaciones habituales, más allá de lo estipulado en el contrato, que de alguna manera pagan la fidelidad del chófer.
Es llamativa la relación de los políticos del PP con los chóferes de sus coches oficiales: esperpéntico y clasista el trato que Celia Villalobos dispensó en público sainete a Manolo; surrealista la revelación por Fernández Díaz de que Marcelo, un ángel de la guarda, se encargaba de aparcar su coche; mafioso el ascenso del chófer de Bárcenas a policía nacional como premio por espiar a su jefe por orden del Ministerio del Interior para intentar neutralizar pruebas contra el PP en casos de corrupción en los que estaba implicado.
Debieran preocupar al PSOE los procesos de selección de chóferes y asesores, pues da la sensación de que son imanes y coladeros para personajes del lumpen. Sonado fue el caso de Juan Francisco Trujillo, chófer de un director general de la Junta de Andalucía, quien llegó a gastar hasta 25.000 € al mes de dinero público en cocaína que su jefe y él consumían “a cualquier hora”. Ahora se descubre que Koldo, el chófer de Ábalos, ejerció de Consejero de RENFE a la vez que de estafador sanitario por cuenta propia.
No se sabe qué es mejor, si que la estirpe política cuente con chófer y coche oficial o que conduzcan sus propios vehículos. En este supuesto, alguien corre el riesgo de que le atropelle Miguel Ángel Rodríguez conduciendo con una tasa de alcohol cuatro veces superior al máximo legal. O que Aguirre se lo lleve por delante si se da a la fuga tras ser abordada por la policía municipal por aparcar en sitio prohibido. O que sea Anna González, sustituta de Ábalos en el Congreso, si dimite, quien lo arrolle yendo ebria al volante.
De todos los casos, el del chófer Koldo, traficando con mascarillas en plena crisis sanitaria, se sale de la delincuencia para entrar en la criminalidad. Hay que tener mentalidad dolosa y criminal para aprovecharse del riesgo que corrían millones de personas y echarse al bolsillo millones de euros de dinero público utilizando para ello la información privilegiada obtenida al volante del coche oficial, en una conversación privada durante una comida con alguien de la familia o aprovechando el colegueo interesado con el primo de un alcalde.