Plumas
Miro al cielo y, sobre el azul, unas estelas blancas de humo escriben con volátiles renglones la historia del progreso. El Hombre, cubierto con plumaje de fibra de carbono, vuela más veloz y más alto que cualquier otra especie de la Naturaleza, superando la barrera del sonido y traspasando la estratosfera con voluntad, no lo duden, de sustituir a los dioses en las alturas celestes. Me inquieta recordar que Georges Méliès plasmó la capacidad destructora humana en Viaje a la luna (1902) alunizando un cohete en un ojo de la luna.
Miro al cielo azul estival y destaca la ausencia de bandadas de vencejos en formación de combate. Hay quien afirma que un vencejo puede comer 40.000 insectos diarios (¿mucho?) y que su población ha menguado un 40% en la última década (una evidencia). El braille urticante de las picadas de mosquito sobre mi piel y la atmósfera asfixiante del salón recién fumigado corroboran que el déficit de plumas se traduce en superávit de cantidad y variedad de mosquitos y dolencias. Es un tremendo error humano, uno más, despreciar con odio las plumas, ¿tal vez porque Platón definió al hombre como animal bípedo implume?
Cuando Plauto (254–184 a.C.), en su comedia Asinaria (Asnos), escribe “Lupus est homo homini” (‘El hombre es un lobo para el hombre’), estaba advirtiendo del peligro que supone el lobo para un mundo de borregos, sonrientes cuando las víctimas son aves desplumadas a dentelladas, ignorantes de que a continuación les tocará a ellos. Veintitrés siglos después, el lobo sigue desplumando hombres en un mundo con menos aves.
La “pluma” es el colmillo de la homofobia que desgarra a quien practica la diversidad afectiva y no sigue la masculinidad impuesta. La expresión “tener pluma” se relaciona con las plumas de las vedetes a finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando Miguel de Molina fue perseguido y torturado por el franquismo por marica y rojo hasta su exilio y un fascista presumió de haber metido a Lorca dos tiros en el culo por maricón. La historia que no se conoce, se tergiversa y se olvida se vuelve a repetir: de hecho, se está repitiendo hoy.
Las manadas de Abascal y Ayuso muestran sus fauces rabiosas para amenazar la libertad afectiva en España. Sus palabras y obras son las empleadas a lo largo de la historia para arengar a la sociedad contra quienes expresan públicamente sus afectos y deseos. Truenan estos días soflamas que reproducen arengas falangistas y sermones clericales cuya traducción más inmediata es el acoso y la violencia contra personas LGTBI. Vuelven a equiparar homosexualidad con enfermedad y vuelven a encerrar banderas en el armario.
Parafraseando a Pío Baroja, a una colectividad (borregos sumisos y cobardes gallinas) se le engaña siempre mejor que a un hombre. Es lo que hacen las extremas derechas sin temer castigo divino por incumplir el octavo mandamiento, ni humano por infringir el código penal. No es descabellado decir que habito un país que lapida a las mujeres utilizando para ello la lengua y el idioma castellano y que cuelga a homosexuales en la pluma de la grúa que edifica un Estado excluyente y teocrático. El que pueda hacer que haga, Aznar dixit.
En tiempos de desequilibrios ecológicos, de especies en peligro de extinción y de especies invasoras, resiste e intenta dominar el mundo, otra vez, la especie facha cavernario, en dura competencia con las cucarachas tras sobrevivir a la extinción de los dinosaurios. Esa especie que definió Pío Baroja, detractor de la república y defensor de la dictadura: El hombre: un milímetro por encima del mono cuando no un centímetro por debajo del cerdo. Es hora de gritar con Averroes: El pensamiento tiene alas y nadie puede detener su vuelo
Bien escrito y bien traído.