Ni en agosto ha habido tregua
La verdad es que agosto ya no es lo que era, ciertamente. Ya no es ese mes en que España se paraba, como quien dice. La vida, la actividad, incluso la política, parecían tomarse un descanso (merecido o no), una pausa, una especie de parón, más o menos asumido por la generalidad, que pausaban su ritmo de acción, en espera de que la llegada de Septiembre, nos cogiera a todas y todos con ganas de retomar las rutinas.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte se ha ido instalando en el imaginario colectivo, adecuadamente adobado por las redes sociales, que esas sí que no paran nunca, la necesidad de mantener en agosto la actividad. Cómo si hubiera urgencia en que todo ha de seguir. La playa, la montaña, el pueblo, el chiringuito, el lugar nuevo por descubrir ya no parecen ser incompatibles con mantener el ritmo de los negocios, los trabajos, las ocupaciones, la frenética actualidad. Y, por supuesto, la política. Parecen imágenes de un pasado muy anterior, aquel o aquella política “de guardia” que, esporádicamente aparecía en los medios de comunicación nacionales, regionales o locales para dar testimonio de su existencia, recordando algún asunto ya tratado o anunciando algún propósito de enmienda para el venidero periodo otoñal. Y poco más.
Esas apariciones, hoy en día, ya no son la excepción mediática entre viajes, playas, monumentos, recetas veraniegas (casi siempre las mismas) o torneos amistosos de fútbol (¡qué gran pérdida!). Más bien constituyen el grueso de la información que, en Agosto, hoy se consume. Y, digámoslo ya, es exactamente lo mismo que se dijo en Julio y lo que se dirá en Septiembre. Quizá ahí habría que establecer la necesidad de una tregua, básicamente por consideración a la inteligencia media de las españolas y los españoles, que es bastante. Y mucho más elevada de lo que creen voceros y voceras, columnistas varios, tertulianos y tertulianas insoportablemente pagados y pagadas de sí mismos y toda especie de cantamañanas que insisten en intentar colocar en agosto la misma mercancía que en otra época del año ya tiene el cupo de comparadores y compradoras más que agotado.
Un buen amigo, liberal, me surte este verano de todos los medios de comunicación nacionales y ahí es donde he podido constatar que las letanías permanecen, hablemos de lo que hablemos. Los argumentarios antigubernamentales se reproducen, sea el asunto que sea. La felonía, falta de escrúpulos, inmoralidad, afán de comer niños y niñas crudos al amanecer de la que, según ellos y ellas, siempre ha hecho gala el Gobierno, se acrecienta en agosto. Cómo si el calor aumentara exponencialmente la congénita maldad gubernamental hasta hacerla alcanzar sus más altas cotas. Y lo hacen, además, cómo si la ciudadanía estuviera esperando, desde el amanecer, la dosis diaria de bilis que esparcen por doquier. Cómo si españolas y españoles no tuvieran otra cosa que hacer que leerlos y escucharlos, en agosto.
La ciudadanía, sabia, si que ha establecido una tregua. Y este humilde opinador se pregunta, con toda sinceridad y sin el menor afán de facilitar la labor opositora al gobierno, tanto política como mediática, si de verdad nadie con dos dedos de luces en el amplio universo centrista-conservador-derechista (o cómo se quieran denominar), ha caído en la cuenta de cuáles son las preocupaciones generales de la gente, a qué dedican su tiempo los millones de personas que pueblan hoy nuestras playas y montañas, nuestros pueblos y ciudades, y que asuntos ocupan su mente.
Si no sería menester que también en ese espectro político se decretara una tregua, aprovechando el mes de agosto, se reflexionara a donde nos lleva tanta inquina, tanto odio desaforado al gobierno, tanta animadversión indiscriminada, tanto trazo grueso que impide la existencia, no ya de claroscuros, sino siquiera de matices sustentadores de algún mínimo debate o contraste. Que estoy por asegurar es lo que desea la inmensa mayoría. Que quiere huir de esa constante, cansina, obscena y permanente autoafirmación en sus propias verdades inmutables hasta el infinito. Digo yo.