Un problema de racismo que no de inmigración
Resulta especialmente doloroso que un país como España, en el que la inmigración, ha sido siempre una salida a nuestras miserias económicas y democráticas, andemos a estas alturas enredados con con esa misma inmigración como elemento central del disenso político.
Incluso desde los tiempos “gloriosos” del Imperio, España ha sido tierra de inmigrantes. Y es que la miseria padecida por las buenas gentes de este país, hasta en los tiempos en que fuéramos una potencia mundial, empujaron a andaluces, extremeños, castellanos, manchegos, asturianos, o gallegos, a buscarse la vida allende los mares, para quitarse el hambre o morir en el intento. Después nos llegó la inmigración política, en la que quedarse en tu tierra no era opción, para quienes se jugaban la vida en el intento y de nuevo la miseria nos llevó a mediados del siglo XX a buscarnos la vida en Europa, ante la pobreza miserable en la que el franquismo había sumido a este país.
Al margen del exilio político que tras la victoria de los golpistas llevó a miles de españoles a América, Francia y el norte de África, el Instituto Español de Emigración (IEE) cifró en un millón de personas la emigración que entre 1959 y 1973 salió a Europa, el 70% de todos los españoles que en un breve periodo de 15 años partieron con destino al extranjero, sumando las cifras de irregulares los cálculos ascienden a dos millones de inmigrantes españoles, solo en esos 14 años y solo a los países centroeuropeos.
Para quienes intentan hacernos creer que la inmigración española era “ordenada” en origen, en lugar de impulsada por el hambre, baste recordar que según los organismos creados al efecto, hubo que legalizar un fenómeno que en los años 50 era clandestino o irregular. Así ocurrió en Suiza, adonde llegaron españoles desde finales de esa década y no fue hasta 1961 cuando el IEE tomó las riendas paulatinamente. Según sus cifras, más de 650.000 personas se desplazaron a trabajar entre 1964 y 1971 con un contrato anual, que podía renovarse cada año, o uno como temporeros por ocho meses.
Alemania, por su parte, recibió entre el 62 y el 77 a más de 350.000 trabajadores españoles, aunque las autoridades germanas elevaron la cifra a un millón de personas al incluir a quienes no formaban parte de esta ‘emigración asistida’. En 1968, Francia albergaba en torno a 600.000 españoles y casi un 50%, 284.000 concretamente, eran mujeres. El reagrupamiento familiar de los emigrados durante los años 50 y la llegada de estas mujeres pioneras dieron pie al mito de ‘Conchita’ en Francia.
Soy de la generación acostumbrada a escuchar que España no era racista… Y no lo era, por la sencilla de razón de que nuestra calamidad económica hacía que este país no fuera apetecible para nadie que buscara mejorar sus condiciones de vida fuera de su tierra. Fue cambiar nuestra realidad, merced a la democracia y a Europa, y los inmigrantes comenzaron a llegar y el racismo a aparecer.
Este martes arrancaba el nuevo curso político en el Congreso de los Diputados con la cuestión migratoria como uno de los temas centrales del debate. El PP pedía la comparecencia extraordinaria del Presidente del Gobierno, rechazada al recabar tan solo los apoyos de VOX y de Junts.
Es curioso que España, que ha recibido en los cinco primeros meses del año 2024 a 33 millones de turistas extranjeros y que ha acogido a más de 200.000 personas ucranianas en los últimos dos años, sin que a la derecha esto le haya parecido un problema, ahora le parezca un problema de primer orden las poco más de 50.000 personas en situación administrativa irregular que llegaron en 2023.
En base a esos datos, como asegura la líder de Unidas Podemos, «España no tiene un problema con la inmigración sino que tiene un problema muy serio de racismo que están extendiendo el PP, VOX, Alvise, Vito Quiles y todos sus satélites mediáticos a través de bulos como el de Mocejón». Y es que, por mucho que nos pese, todo ese universo racista y xenófobo busca que pase en España lo mismo que ha ocurrido en Reino Unido, donde un bulo racista ha provocado que los fascistas salieran en masa a la calle a vandalizar espacios públicos y propinar palizas a personas racializadas.
Que no se nos olvide que, a pesar de que hasta el Banco de España cifra en 24 millones de inmigrantes los que este país necesita, simplemente para sostener su sistema de pensiones, líderes políticos de la importancia de Feijóo, siguen criminalizando la inmigración, con el efecto arrastre que esos discursos suponen para gran parte de la población de este país.
Que no se nos olvide que muchas de las personas a las que semejantes “compatriotas” desprecian, criminalizan e insultan, son tan españolas como los que les dicen que se vayan a su país, porque a día de hoy, España hace tiempo que es latina, negra y mestiza aunque no lo quieran ver, porque lamentablemente este país no tiene un problema de inmigración, sino de racismo, puro y duro.