Los orígenes «eróticos» del sujeto moderno

Una concepción estratificada de la realidad considera que el individuo humano es un cuerpo dotado de características físicas y químicas que comparte con el resto de los cuerpos, y de propiedades biológicas que comparte con los demás seres vivos. En concreto ,el cerebro humano es una superposición de estratos, algunos muy primitivos , el llamado cerebro reptiliano, que el hombre comparte con animales menos desarrollados y que en algunas ocasiones, por ejemplo ante la necesidad de defensa, toma el mando inhibiendo las facultades superiores racionales. Sobre estos estratos físicos y biológicos se sitúa como una segunda naturaleza la cultura que modula y regula los componentes naturales. La cultura despliega una tasa de evolución muy superior a la evolución biológica lo que hace que las diferencias entre los individuos se deban fundamentalmente a los factores culturales que son históricos.

En el caso concreto del sujeto moderno este surge sobre un zócalo en el que las herencias griega y hebrea se articulan. Mientras que el anhelo de saber está en la base de la definición del ser humano ya desde la raíz indoeuropea Seth que significa sed, la interioridad se debe más a la tradición hebraica que construye un interior a partir del exterior. La voz de la conciencia es la invaginación de la palabra divina en el alma humana. En este sentido la aportación de Agustín de Hipona es esencial.

Aquí vamos a esbozar una genealogía del sujeto moderno destacando el aspecto erótico, voluntarista, deseante, del mismo en detrimento del aspecto epistémico, cognoscitivo, que desde Platón a Hegel, pasando por Descartes, ha predominado en el análisis de dicho sujeto. Pondremos, pues, el acento en la voluntad, en el deseo, para caracterizar al sujeto moderno. El aspecto erótico de dicho sujeto se puede evidenciar si recordamos el papel que en su configuración ha tenido la lirica amorosa a partir de la lirica árabe de gran influencia sobre el amor cortés provenzal y sobre la lírica de Dante. La lirica de los trovadores provenzales con su contribución a la noción de amor occidental ha sido básica para la constitución erótica del sujeto moderno. El dolce stile nuovo de Dante y posteriormente la poética de Petrarca fueron también elementos esenciales en la constitución de dicho sujeto moderno. Por otro lado, el escepticismo tardorenacentista de Montaigne y Rabelais se pueden oponer al cogito cartesiano, con su idea más móvil, más fluida del sujeto, un sujeto plural, que compagina el entendimiento con la voluntad y que concede gran importancia al deseo y al movimiento. Este aspecto erótico del sujeto moderno sufrió un cierto eclipse tras el humanismo renacentista y la lirica barroca con los aspectos más racionalistas de la Ilustración , pero renació  con fuerza en el romanticismo que es la base  inmediata  de nuestra concepción del sujeto. La concepción erótica, afectiva, voluntarista, deseante del sujeto recibió un gran impulso con el surgimiento de la estética como disciplina autónoma a finales del siglo XVIII que sitúa lo bello como alternativa a lo verdadero, resaltando los aspectos sensibles e imaginativos del sujeto y de la experiencia frente a sus aspectos meramente cognoscitivos, epistémicos.

En la base del sujeto moderno se encuentra la restauración de la centralidad de la curiosidad que el cristianismo a partir de Agustín de Hipona había condenado como una diversión respecto del esfuerzo por salvarse que había de ser el centro de las preocupaciones humanas. Este anhelo de saber se articula en los descubrimientos geográficos ,en los esfuerzos del humanismo por construir una imagen autónoma del hombre en los niveles antropológico, ético y político, y, por último, en el surgimiento de la ciencia moderna.

El sujeto renacentista y barroco es una de las bases esenciales del sujeto moderno. Como transición entre el medioevo y la ilustración este periodo histórico supone por un lado la recuperación de la tradición clásica, puesta al servicio del cristianismo, pero también el inicio de  lo que Max Weber definió como “el desencantamiento del mundo”, con el surgimiento de la ciencia moderna. Esa transición se puede ver , según Cacciari, en la última obra de Shakespeare, La Tempestad, en la que ,por última vez, se muestra el poder conciliatorio de la magia buena como medio a través de la música y la palabra para conseguir el arrepentimiento y la reconciliacion de los enemigos a través del enlace de los hijos, de manera que la segunda generación reconcilia los enfrentamientos de la primera. Próspero, al romper su varita mágica, reconoce el fin de una época y la llegada de otra en la que los aspectos realistas, políticos, científicos, se imponen sobre los relatos históricos y mitológicos. Shakespeare con esta última obra renuncia a su obra anterior de ficción y reconoce que una nueva época emerge, en la que el realismo político y el naturalismo científico se impondrán sobre la ficción y la magia.

En el siglo XVIII la burguesía empieza a configurarse como clase ascendente y el individuo empieza a identificarse con el burgués. En este despegue de la modernidad el sujeto, por una parte se consolida como homo faber, como transformador de la naturaleza, por la ciencia y la industria modernas, pero al mismo tiempo se estetiza. El burgués capitalista tiene como su  contrapartida al hombre culto que se reúne en Academias y tertulias, y se comunica por medio de revistas especializadas. La importancia de la vida cotidiana, santificada por el protestantismo puritano, pone en esta época en primer plano al trabajo y a la familia como valores esenciales del despliegue del individuo, pero a la vez surgen los intelectuales como portavoces de la Ilustración. Esta Ilustración , en sus aspectos estéticos, genera dos conceptos e instituciones claves: el gusto y la critica. El individuo moderno es un individuo que pretende tener gusto y las Academias y la naciente prensa procuran orientar y educar ese gusto mediante la crítica. El neoclasicismo será el estilo dominante  de esta época con su recuperación de una antigüedad idealizada basada en el ideal de una belleza considerada intemporal. La naciente burguesía exhibe en el neoclasicismo su anhelo de perennidad.

A partir de este momento de plenitud, el romanticismo por un lado y el positivismo por otro ponen en cuestión el ideal de la Kultur burguesa expuesto en la idea de gran estilo y de clasicismo. El fin de siécle supone la fragmentación del clasicismo y del gran estilo debido a la crisis de fundamentos de la matemática, la lógica y la física, al experimentalismo del arte y la literatura que rompen la idea de sujeto y ponen en cuestión la noción de realidad, y a los experimentos políticos desplegados como consecuencia de la crisis del estado liberal que dieron lugar al fascismo, al nazismo, al bolchevismo y a la socialdemocracia nórdica. Esa crisis ligada al final del siglo XIX, el siglo moderno por excelencia, como decía el joven Ortega al confesarse “nada moderno y muy siglo XX”, es el humus sobre el que surge la actual postmodernidad, ultramodernidad, transmodernidad o como se quiera definir nuestra época. Lyotard retoma unas décadas después esta crisis del clasicismo: “El clasicismo parece interdicto en un mundo en el que la realidad está tan desestabilizada que no brinda materia para la experiencia, sino para el sondeo y la experimentación”. La realidad contemporánea impide su totalización, no puede ser captada a través de la experiencia tradicional y solo es posible acercarse a ella mediante la experimentación, puntos en los que el autor francés coincide con Musil y las nacientes vanguardias de los años veinte del pasado siglo. La realidad es sublime en el sentido de que no puede ser ya representada a través del concepto y solo aludida, indicada, a través del arte que no hace más que constatar su radical irrepresentabilidad conceptual.

La cultura centroeuropea del fin de siglo pone en cuestión las nociones de realidad y de sujeto disueltas en una miriada de átomos inconexos como defiende la física de Mach que tan importante fue para el ingeniero Musil y otros escritores de la época. El sujeto, en la línea humeana, queda reducido a un mero agregado de relaciones psíquicas cuya unidad es siempre problemática. Para Musil la personalidad es “un conjunto de ganglios” sin un centro unificador, el resultado del “oscuro sentimiento común” de las miríadas de células que componen el individuo. El sujeto de las novelas de Musil es ,pues, plural, y además más pasional y volitivo que cognoscitivo. La personalidad no es más que un punto de encuentro de fuerzas impersonales. El sujeto del “hombre sin atributos” , título de la principal novela de Musil, es un conjunto de atributos sin hombre total que los unifique. Ese hombre sin atributos, sin propiedades propias, se expresa más que en indicativo , el modo de las afirmaciones absolutas y definitivas, en subjuntivo, el modo de lo posible. El acento puesto en lo posible devalúa lo real en el mar de posibilidades abiertas y considera la realidad como una tarea y una invención del sujeto, más que  como algo dado previamente. La primacía del subjuntivo ,de lo posible, difumina el sentido de identidad fija de las cosas y destaca su carácter fluctuante sometido al principio de indeterminación.

Si las novelas de Thomas Mann proyectan una mirada distante y nostálgica sobre el fin de la Kultur burguesa y patricia a manos de una Zivilisation cientificista y positivista, obras como las de Robert Musil, Rilke y el joven Joyce son como unos sismógrafos supersensibles capaces de captar la menor vibración de la época, como nos recuerda sagazmente Jarauta. Las tribulaciones del joven Thörles, Los cuadernos de Malte Laurids Brigge y el Retrato del artista adolescente son obras que exponen cómo los jóvenes de esos años se enfrentan a la fragmentación y la dispersión de la Kultur burguesa y cómo intentan generar una nueva cultura que haga las cuentas con dicha crisis del clasicismo y el gran estilo y se adapte a las nuevas condiciones impuestas por la Zivilisation capitalista. El surgimiento de una nueva experiencia que ya no puede ser analizada por la cultura clásica exige la necesidad de innovar, de generar un tipo de pensamiento experimental y ensayístico, capaz de adaptarse a las nuevas condiciones  azarosas y contingentes de los tiempos modernos tras el final de la Gran Guerra que trastocó completamente la vida europea con la caída de los grandes Imperios: el habsbúrgico, el ruso y el turco .Las nuevas condiciones de vida de unas masas europeas de origen campesino que se ven enfrentadas a la técnica moderna en la guerra y que abandonan el campo en dirección a las nuevas metrópolis producen una miriada de vivencias incapaces de convertirse en experiencias es decir, incapaces de incardinarse en la memoria colectiva de los europeos. Se produce una nueva experiencia que genera una crisis de lenguaje y el arte y la literatura de la época se ven enfrentados a la necesidad de generar nuevos lenguajes, dispersos, tentativos, abiertos a la contingencia, capaces de dar una voz plural y multiforme a esas experiencias inéditas. Las vanguardias artísticas y literarias de la época, el expresionismo, el futurismo, el constructivismo, el cubismo, el surrealismo, etc. son los intentos de dar voz a estas experiencias inéditas. El actual sujeto postmoderno es el último avatar de esta dispersión producida por “el ocaso de la mirada burguesa” que Jacobo Muñoz retrata de forma magistral en el libro del mismo título.

El sujeto postmoderno o tardomoderno de nuestros días es el último ejemplar histórico de este sujeto moderno en el que los aspectos ‘eróticos’, afectivos, pasionales, deseantes, se imponen a los aspectos cognoscitivos y epistémicos. Dicho sujeto , individualista , desarraigado y estetizado, producto de la metrópolis capitalista neoliberal, se basa en el gusto individual pero rechaza la idea de critica en tanto que articulación y encauzamiento de los diversos gustos según una cierta norma. Para él el canon normativo único se ve sustituido por el Atlas plural y antijerárquico, como nos recuerda Jarauta. Este sujeto postmoderno es fundamentalmente un espectador, pero no el espectador activo y critico que pretendía ser el joven Ortega , sino un espectador fundamentalmente receptivo y pasivo, un consumidor de mercancías de todo tipo, muchas de ellas producidas por la industria cultural, que en países como Estados Unidos, compite con la industria armamentística en cifras de producción y de beneficios. Ese sujeto deseante, cuyo Yo racional se ve supeditado a un Ello hipertrofiado, tiene rasgos infantiloides como el capricho continuo y la irascibilidad ante la frustración. Es un sujeto esencialmente ansioso, como nos recuerda Jarauta siguiendo a Harold Bloom, movido por una miríada de excitaciones que generan en él más que respuestas racionales, acciones impulsivas. Es un sujeto contradictorio y ambiguo que a pesar de su pretendida apuesta radical por la diferencia se basa en una identidad fuerte, una identidad segura de sí, que afirma con rotundidad su identidad sexual, ideológica, consumidora, sin atisbo alguno de aquellas dudas que filósofos como Marx,  Nietzsche o Freud , los filósofos de la sospecha,  introdujeron como cautelas frente a las opiniones dominantes. El sujeto postmoderno consolida su identidad consumiendo solo lo que le parece compatible o reforzante de la misma, sin admitir duda o autocritica. Una de los principales déficit que este tipo de sujeto tiene respecto al sujeto moderno clásico es el abandono del sano escepticismo y de la duda metódica aplicada a las creencias y a las costumbres. Este tipo de sujeto sometido a la estetización difusa continua del diseño que obvia la función y que le marca cómo tiene que vivir, y qué tiene que pensar, abandona los imperativos ético-políticos y la referencia a la comunidad, a lo común, recluido en su individualismo pertinaz.

Frente a este sujeto dominante dotado de identidades fuertes y estancas habría que construir nuevas formas de subjetivación postidentitarias, conscientes de que el mestizaje, el hibridismo y el nomadismo son elementos constituyentes de cualquier identidad que pierde así su carácter rígido y excluyente. Estos sujetos a construir son sujetos ontológicamente débiles en el sentido de que no piensan tener un fundamento fuerte que les proteja contra todo desafío , y que frente al mero y superficial esteticismo del sujeto postmoderno intentan combinar la estética con la ética, la poética con la política, desplegando la fantasía como la facultad de lo posible que posibilita de nuevo una cierta tensión utópica basada en una idea fuerte de humanidad, fuerte en el sentido ético y político no en el ontológico. Esta tensión utópica busca generar micro utopías, utopías locales, capaces de desplegar unos nosotros parciales susceptibles de irse ampliando, unas constelaciones sociales desplegadas como redes. Dichos sujetos nacientes buscan ,más que la Revolución con mayúscula como cambio total y súbito de la realidad, una serie de devenires revolucionarios, de líneas de fuga, que cambien poco a poco y de forma parcial la vida de la gente. Estos sujetos combinan los aspectos positivos de la  postmodernidad, la conciencia de la falta de un fundamento ontológico fuerte y autosuficiente, la conciencia de la fragilidad y labilidad de la vida, el carácter experimental y ensayístico de la vida, etc. con los aspectos esenciales de la modernidad que no son los meramente científicos y tecnológicos sino sus aspiraciones a una moral universal y a una política democrática.

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