La canción del verano
Una de las formas de aprendizaje más primarias es la repetición, con ella se adquieren los rudimentos de la lectoescritura, transmiten tradiciones los pueblos y se inculcan doctrinas a colectivos iletrados. La publicidad consiste en repetir eslóganes, sonidos e imágenes que son relacionados con productos, servicios y marcas y su eficacia está demostrada: es más fácil repetir que razonar, lo que supone un ejercicio de economía intelectual que allana el camino a productos y servicios de dudosa calidad y utilidad cuestionable en los mercados.
Un ejemplo de lo exitoso del método es la “canción del verano” que, durante décadas, ha situado simplezas musicales tipo “Aserejé”, “La Ramona”, “Bomba” o “El venao” en lo más alto de las listas de éxitos, generando ingresos muy superiores a los de temazos de incuestionable calidad. La mercadotecnia invierte para que el producto suene repetidamente en todos los canales disponibles a su alcance, propiciar así su aprendizaje y generar una sensación de demanda que induce a tararear y cantar el disparate de forma inconsciente.
La técnica se cimenta en lo desarrollado por Pavlov en la teoría del reflejo condicionado, en el campo de la psicología, y por Goeebels en los 11 principios de la propaganda nazi, en el de la sociología. Con internet, cambian los medios, pero la fórmula y el fin son los mismos y el resultado refleja mayor repercusión en el público. En efecto, el DRAE define el término “viral”, aplicado a un mensaje, como el “que se difunde con gran rapidez en las redes sociales a través de internet”. Las campañas son instantáneas y la inversión es mínima.
En unos tiempos en los que el reguetón se considera música, no debe extrañar que triunfe la idea de la migración como primer problema para los españoles en los 40 principales que elabora el CIS. Repasando la última década, el mensaje racista –ajeno a la realidad y exento de verdad– es repetido por la extrema derecha española, europea y mundial, por la mayoría de los medios de comunicación y, finalmente, por la derecha “moderada” y la socialdemocracia, copando los primeros puestos en las redes sociales los bulos al respecto.
La competencia es dura, pero la orquesta de la FAES afina los instrumentos para imponer la llegada de migrantes por encima de la okupación de viviendas o Venezuela. Muy por debajo quedan minucias como el acceso a la vivienda, el letal terrorismo machista, la especulación alimentaria, el deterioro alarmante de la Sanidad Pública, la sempiterna corrupción o cualquiera de los aullidos neoliberales que parecen no afectar a la ciudadanía, con toda seguridad, por no aparecer en las portadas de los medios un día sí y al siguiente también.
En los dos últimos veranos, ultraderecha y medios de comunicación afines han logrado, repitiendo hasta la saciedad la canción del verano, que tres de cada cuatro fachadas de cualquier ciudad luzcan placas de empresas de seguridad y que una de cada tres pólizas de seguros cobren una propina por una inútil y engañosa cláusula antiokupa. Es el tributo que gustosa paga la audiencia a quienes ejercen de artistas sin serlo por tal de estar a la moda. La canción se tararea a nada que se tiene ocasión sin atender a la falsedad de la letra.
En la vorágine populista y negacionista de la Democracia en que se ha instalado la derecha, una canción del verano racista y xenófoba triunfante hace presagiar que cualquier cosa pueda coger el relevo a base de repetirla mil veces. Tal y como muestran los medios a nivel global, todo parece indicar que se están recuperando los clásicos más lúgubres haciendo scratch de infausto recuerdo con la Historia y sampleados individualistas que amenazan con destruir los cimientos de la sociedad como hicieron las dictaduras recientes en el siglo XX.