La desaparición del otro
Todo principio/no es más que una continuación,/y el libro de los acontecimientos/ se encuentra siempre abierto a la mitad (W. Szymbborska)
Las críticas a las situaciones vigentes se suelen hacer desde un modelo alternativo y a partir de una subjetividad antagónica. Las criticas socialista y comunista clásicas se hacían desde un modelo de socialismo o comunismo como modelos de sociedad alternativas al capitalismo y se basaban en un sujeto colectivo: la clase obrera organizada en sus partidos y sus sindicatos. Tras la Segunda Guerra Mundial y con el surgimiento del Estado de Bienestar que supuso la integración política y social del proletariado en los países capitalistas más avanzados y la crisis del socialismo como modelo alternativo el antagonismo se buscó en otros sujetos como las mujeres, los jóvenes, el Tercer Mundo, etc. Desde un punto de vista ontológico se pensaba que las transformaciones de lo Uno se tendrían que realizar a partir de un Otro exterior y completamente extraño al Uno. Pero actualmente una alternativa basada en lo Otro no es ya factible, porque no hay Otro alternativo. Todos los sujetos alternativos potenciales han sido incorporados al ámbito de lo Uno, el Capitalismo Mundial Integrado como lo llamaba Guattari, sujeto y ámbito de la actual Globalización. La caída de la URSS y la de los países del Este junto con el paso al capitalismo de China y los demás países comunistas del Extremo Oriente han hundido el llamado “socialismo real” como modelo alternativo al capitalismo. Un modelo que fue visto hasta los años setenta como “la corrección de la realidad en nombre de las cosas como deberían ser, la instauración de la justicia y la igualdad, la imposición del significado sobre la agitación del acaecer”, frente a un capitalismo considerado como el poder de los procesos económicos y de las cosas tal como son, como nos recuerda Claudio Magris en su espléndida obra sobre el Danubio. Por otra parte, los posibles sujetos alternativos como las mujeres, los jóvenes, el llamado Tercer Mundo, etc. han sido integrados también de forma subalterna en la globalización capitalista.
Esta desaparición del Otro con mayúsculas junto con la pérdida de una sociedad alternativa socialista como referente válido supone que los posibles cambios en el capitalismo tienen que ser endógenos y no exógenos. Ya no hay bárbaros del Norte o del Este o están ya aquí. Como dijo Kavafis en su poema “Esperando a los bárbaros” esperamos en vano a los bárbaros porque los bárbaros no existen, llega la noche y no vienen los bárbaros, lo cual es un problema para nosotros porque al fin y al cabo los barbaros podrían haber sido una solución. Ya no hay un Otro radicalmente Otro, pero cada uno de nosotros conserva parte de su potencia, de su deseo, no completamente dominado por el capitalismo. Como decía Foucault, donde hay poder hay resistencia y se trata precisamente de descubrir esas potenciales resistencias, esas líneas de fuga creativas, de articularlas y de potenciarlas generando sujetos alternativos, otros parciales, con minúscula, no idealizados, que no nos van a salvar del todo, pero que pueden contribuir a hacer la vida un poco más soportable para todos.
La actual crisis de civilización nos remite a la crisis que aquejó a Europa y especialmente a Centro Europa, (Mitteleuropa), a finales del siglo XIX, la crisis fin de siécle, o Finis Austriae. Una crisis del Estado liberal y de la Kultur burguesa patricia que tuvo su culmen tras la Gran Guerra con la desaparición de los tres imperios: el austrohúngaro habsbúrgico, el ruso zarista y el turco. Analizando dicha crisis Robert Musil en su magna obra El hombre sin atributos hace un análisis de las tendencias que se enfrentaban en aquellos años y que no se distinguían demasiado de los actuales. Frente a la crisis del Estado liberal surgen en primer lugar los fanáticos, los entusiastas, los soñadores que buscan la redención del mundo, la realización del deber ser, sin atenerse a la realidad, sin aceptar ningún compromiso y para ello mueven las masas; son los extremistas, en aquella época los fascistas y los bolcheviques, que lo único que comparten es su radicalidad ya que sus objetivos son radicalmente opuestos, un objetivo racial de pureza de sangre en beneficio del capitalismo y un proyecto de liberación universal truncado por los condicionamientos políticos, económicos y culturales en los que se desenvolvió el inicio de la revolución rusa. En segundo lugar están los conservadores, reaccionarios que no ven la necesidad de la innovación, ‘realistas’ pragmáticos que no quieren ir más allá de la realidad presente intentando contener todas tendencias disgregadoras del estatus quo, sin hacer ninguna concesión a los ideales; estos conservadores son incapaces de ver, por un lado, la necesidad de cambio y por otro tampoco son capaces de comprender los motivos y razones de los fanáticos que quieren romper los equilibrios existentes; su conservacionismo no es menos utópico en el sentido de irreal que el de los fanáticos a los que se oponen, piensan que siguen viviendo en un mundo ya desaparecido. En el centro los burgueses moderados que buscan la conciliación, la mediación, la síntesis del capital y la cultura, capitalistas cultos. Por último, los melancólicos resentidos, impotentes que se retiran a la soledad porque piensan que no es posible hacer nada frente a una realidad que ven solo como ruina, generando una solución gnóstica que, ante el fracaso de la revolución total o su retraso continuo, considera el mundo irreformable y se refugian en las soluciones individuales abandonando el proceso colectivo. Para estos abstencionistas recluidos en su pureza impotente, que tienen las manos limpias al precio de no usarlas como decía Sartre, la historia, es decir el mundo real, no tiene salvación posible , y la salvación ,individual, no se da por la historia.
Frente a todas estas tendencias, el desencanto desesperado del protagonista que no encuentra su sitio en el tablero político y que en la segunda parte de la novela se encierra en la mística, en la búsqueda del paraíso a través del amor incestuoso con la hermana. Curiosamente la mayor parte de las tendencias en liza carecen de sensibilidad para lo posible, los conservadores porque niegan todo cambio, los fanáticos porque no tienen en cuenta las condiciones que dichos cambios requieren, los reformistas porque carecen de fuerza para hacer posibles sus reformas, los melancólicos que se ausentan porque para ellos no existe ninguna posibilidad. La solución del protagonista : un pensamiento conjetural, experimental, ensayístico, abierto a la exploración de lo posible, no logra una dimensión política por falta de una fuerza social capaz de encarnarlo.
Los paralelismos con la realidad actual son obvios: los conservadores y los fanáticos de ultraderecha impiden el desarrollo de un reformismo capaz de articular capitalismo y cultura, riqueza y valores, y se enfrentan con los fanáticos de izquierda que son incapaces por su parte de arrastrar a su campo a los melancólicos abstencionistas y de conectar con el centro burgués reformista, siempre muy débil en la actualidad, para explorar con prudencia y lucidez la variada gama de los posibles.
Un punto esencial de la situación política de nuestro tiempo es el olvido de los intentos de desplegar una racionalidad alternativa a la capitalista y el abandono a los aspectos emotivos y sentimentales, ‘irracionales’, en la acción política. La pedagogía racionalista , base del proyecto ilustrado liberal y del socialismo en tanto que sucesor suyo, se abandona en beneficio de la seducción y la inducción como bases de la conducción de las masas y de su reducción a la pasividad conformista. El viejo proyecto de Gramsci de elaborar un nuevo sentido común combinando la ciencia y el socialismo capaz de sustituir al viejo sentido común dominado por la religión y la burguesía como base de una hegemonía alternativa se ha abandonado al eliminar los aspectos racionales del mismo y hacer hincapié solo en los aspectos emotivos y sentimentales. Los argumentos se ven sustituidos por el insulto, la denigración y la agitación. Ya el vienés Hofmannsthal a fines del siglo XIX veía el triunfo del irracionalismo en la política: ”La política es magia. Quien sepa apropiarse de las fuerzas de lo profundo será seguido”. Frase opuesta al credo liberal austriaco que decía: “Podemos esperar. El saber hace libre”. Se produce el paso de la política de la razón a la política de la fantasía. Los fanáticos de derecha, toda la amplia panoplia de las derechas postfascistas y filofascistas actuales, han captado muy bien la importancia de agitar los sentimientos profundos de las masas y de prometer soluciones mágicas a los grandes problemas actuales, pero a su vez han sido sensibles respecto de algunas realidades psicosociales que el liberalismo no puede captar y que despliegan distintas rebeliones contra la ley y la racionalidad dominantes y en su ideología han logrado combinar fragmentos de modernidad, especialmente en el campo de la tecnología y de la economía, destellos de futurismo maquinista y residuos de pasados semiocultos que no acaban de desaparecer.
Respecto a los fanáticos de izquierda podemos decir que frente al reformismo que pretende hacer lo que se puede enarbolan un concepto de revolución entendida como la puesta en acto de lo que se debe. Estas concepciones izquierdistas consideran que las obras no salvan, que lo fundamental es el ideal, la centralidad del deber. Olvidando el proyecto colectivo y amplio de la izquierda tradicional se articulan como una serie de grupos de presión ,preocupado cada uno por un objetivo único, y despliegan una política basada en una pluralidad de identidades fuertes y cerradas de difícil articulación entre sí. Acudiendo a los títulos de los poemarios de Luis Cernuda podemos decir de ellos que confunden la realidad con el deseo y que en búsqueda de Los placeres prohibidos, se quedan como El que espera el alba y corren el peligro de acabar recluidos Donde habita el olvido. El resumen de su actuación responde a la Desolación de la Quimera en los dos sentidos del genitivo : sus quimeras solo producen desolación y al final sus quimeras se encuentran desoladas. Como los títulos de la genial trilogía de Italo Calvino, estos fanáticos empezaron como El Barón rampante, queriendo escalar los cielos y quedándose al final viviendo en los árboles sin bajar nunca a tierra, continuaron como El Vizconde demediado, radicalmente escindidos en una dispersión cainita, y han concluido como El caballero inexistente, como una voz que resuena en una armadura vacía que arrastra una vida tras la muerte (Nachleben) que los convierte en muertos vivientes, en zombis, que sin embargo no se resisten a morir y vuelven una y otra vez como espectros, revenants en francés, intentando reinar después de morir, expandiendo una luz espectral como la de las estrellas muertas hace tiempo pero cuya luz aún llega a nuestra galaxia.
Una izquierda no extrema, reformista, posibilista, al contrario, se mueve también por el deber pero por un deber fundamentado en la realidad, no voluntarista. Busca utopías efectuales, capaces de ser instauradas y para ello se esfuerza en construir un sujeto político y social que dote de fuerza efectiva al deber. Es preciso un sujeto que haga potente mi deber, que dote de eficacia al deber. En ese sentido, y frente a los extremismos izquierdistas en boga, hay que recordar y resaltar una vez más que los profetismos y mesianismos no tienen nada que ver con la utopía concreta marxista, ya que su sujeto es Dios, no el hombre, y además no se puede preparar, simplemente sucede. El deber necesita una subjetividad que lo sostenga. Frente a la centralidad del mito que los fanáticos, en la estela de Sorel, defienden esta política transformadora es consciente de que hay que conjugar lúcida y prudentemente el entendimiento y la voluntad basando las decisiones en la deliberación colectiva y no en la seducción del líder mesiánico. Se podrían rescatar como ideas rectoras de esa política los cuatro valores que la Acción Paralela de Musil intentó en vano poner en pie para, por un lado, celebrar la exaltación del Emperador y, por otro, poner límite a la creciente crisis. Estos valores , paz, multinacionalidad, capital y cultura, tomados en serio y no como meros eslóganes vacíos, pueden ser relanzados como guías de una acción política consciente, realista y eficaz. Se trata de construir una armonía, un orden justo, no como un ideal eterno y universal sino como valores activos que a pesar de la conciencia de su caducidad, su falibilidad y su contingencia, pueden servir en un intervalo de tiempo suficiente para iluminar la acción , para componer, articular, componer las diferencias en una unidad nunca cerrada, nunca clausurada, siempre abierta y dinámica, fruto de tensión y articulación a la vez.
Una política transformadora coherente parte de la idea de que la jaula de hierro weberiana que nos constriñe se puede abrir, dado que el ente no está clausurado en lo que es sino que se abre a lo posible. Esa política reformista fuerte, creadora de utopías concretas, parciales, se conjuga en subjuntivo, el modo de la posibilidad, y no meramente en indicativo, el modo de lo actualmente real. Habría que retomar un situacionismo activo comprometido con la construcción de situaciones vitales, habitacionales, productivas alternativas entendidas como utopías locales mediante las técnicas de détournement, de desvío y de transgresión de elementos reales dados que se cambian de uso subvirtiendo sus funciones habituales. No se puede dar un teorema de clausura de la realidad que siempre está abierta. La hierba crece, como decía Deleuze. La corriente por algún sitio surgirá y se dirigirá al gran océano. La fantasía creadora, y no la imaginación meramente reproductiva de lo actual, y el sueño diurno blochiano pueden generar un deseo que mueva la voluntad y genere un poder capaz de domar la realidad social refractaria a los cambios. Se trata de elaborar mapas cognitivos capaces de reproducir la realidad y de dar pautas para transformarla. Esa política reformista fuerte ha de intentar generar reformas persistentes que se sedimenten y creen un nuevo suelo social capaz de resistir los reflujos de la reacción, produciendo una irreversibilidad relativa de las mismas, y superando la mera “política de entreacto” que decía Ortega y que es aquella que pretende imponer, basándose en una exigua mayoría política puramente coyuntural, medidas contra el sentir y los intereses de la mayoría social. Ese sujeto político y social capaz de este reformismo fuerte no puede constituirse solo a partir de los más militantes sino que tiene que buscar el “apoyo de la parte quieta de la sociedad”, ya que es un proyecto colectivo de amplias mayorías y no de reducidos grupos de militantes convencidos. Este proyecto reformista fuerte articula y combina de forma convergente devenires revolucionarios, líneas de fuga, plurales y diferentes, en totalidades concretas parciales y contingentes que no tienen nada que ver con una idea totalizadora y única de revolución , necesaria e irreversible. La revolución ya ha sucedido, se trata ahora de construir devenires revolucionarios.