“Días horríbilis” para la política
La recientemente desaparecida reina Isabel II de Inglaterra celebró el 40º aniversario de su reinado con un discurso sorprendentemente vulnerable. La monarca, habitualmente taciturna y tranquila, se puso de pie frente a 500 invitados en un almuerzo de la Corporation of London Guildhall el 24 de noviembre de 1992 para declarar que el año pasado había sido el punto más bajo de su mandato.
“1992 no es un año que recordaré con absoluto placer”, dijo. “En palabras de uno de mis corresponsales más comprensivos, ha resultado ser un ‘Annus Horribilis’” en el que tres de sus hijos se separaron de sus cónyuges; la familia se vio acosada por el escándalo en los tabloides; y su amada casa de la infancia se incendió. Los escándalos y los contratiempos destrozaron el mito real. Pues bien la presente semana, también se puede considerar como la “Semana Horríbilis” para la política y me temo también que para la democracia.
Todo lo que estamos padeciendo esta semana, en el Congreso, en el Senado, en Valencia, en Extremadura, en los juzgados, en la Fiscalía General, en el PSOE de Madrid y en Ferraz, son el perfecto caldo de cultivo para la eclosión de la antipolítica. El lamentable espectáculo que políticos, delincuentes, jueces, militares y periodistas, estamos dado estos días, son el abono idóneo para que el hartazgo de la sociedad dé un paso más hacia el precipicio de la antipolítica y el populismo.
Un delincuente preso disparando a todo lo que se menea con tal de conseguir salir del trullo; un fiscal con ADN del PP, solicitando y consiguiendo esa libertad; un secretario regional del PSOE de Madrid yendo al notario con unas conversaciones de whatsapp de sus propios compañeros que le han llevado a la dimisión; una comparecencia del presidente del Gobierno sobre el papel de su ejecutivo en la DANA de Valencia que se convirtió en la batalla de Stalingrado; una jueza que llama a declarar como imputado al hermano del Presidente del Gobierno, por una denuncia de ciencia ficción del pseudo sindicato Manos Limpias; dos generales que llevan días proclamando su vocación de servicio en la reconstrucción de la zona arrasada por la riada, pero previo pago de su importe; un Gobierno valenciano que sigue pareciendo el camarote de los hermanos Marx… Y algunas otras cosas más han llenado de náuseas nuestros hogares y abocado a buena parte de la ciudadanía renegar de la política. Mala cosa.
Como muy acertadamente describe Andrés Marco Lou en su blog “Aprendiz de utopía”, la antipolítica es el relato perverso que se hace de la incapacidad de la política y de sus instituciones, de no hacer cambios en la sociedad, generando descontento y apatía entre la ciudadanía, culpando a la política como causa de esa incapacidad. El relato antipolítico tiene unos riesgos contra la democracia y favorece el populismo, tanto de extrema izquierda como de extrema derecha. Donde se cae en el error, de emplear siempre los mismos tópicos en el relato de la antipolítica: querer igualar a todos por igual, hablar de corrupción, de clientelismo, de falta de transparencia, de incapacidad de cambio y minar poco a poco la confianza de la ciudadanía en las propias instituciones democráticas. La antipolítica, busca dentro del descontento y la apatía, entre los que no se sienten representados. Jugando con las emociones y pretendiendo cambiar las reglas del juego, sin consultarnos al respecto, olvidando que la democracia puede ser imperfecta, pero que la solución no es buscar un proyecto alternativo donde impere la anarquía, el autoritarismo o la democracia restringida. Hemos de recuperar el interés de los ciudadanos, los movimientos sociales y los partidos políticos por la política: de encontrar nuevas tendencias de desarrollo de esta sociedad, creando escenarios de igualdad. Intentando derrocar a los «mercados», como únicos responsables de la desigualdad y del discurso antipolítico.
Donde cada día, hay más personas que creen en los outsiders, en las promesas de las salidas a los problemas que agobian a la población, aunque sea perdiendo la democracia. La antipolítica desarrolla un discurso peligroso, que se aprovecha de la crisis económica y de los conflictos para ganar adeptos. Creando una sensación de aborrecimiento en la política, de no sentirse representados y de tener a sus opositores como enemigos. No existe una vieja y una nueva política, intentan legitimar la antipolítica para hacer cambiar las cosas, pero no para beneficiar a todos. Buscan a los indignados, los desencantados, a los que en el descontento social ya no tienen trabajo, los que han perdido su vivienda, los que han agotado sus recursos o los que ya no tiene ninguna esperanza. La antipolítica solo busca cambiar de personajes, pero su proyecto está más cerca de los mercados, que de la igualdad de todos los ciudadanos, intentos de distracción para llegar al poder.
Necesitamos creer en la política, de la cual reniega la antipolítica. Pero, los políticos deben se ponerse las pilas, deben de reaccionar ante el peligro del populismo de los extremos, nos estamos jugando la democracia y la libertad, todo por lo que lucharon nuestros mayores. Aceptar la antipolítica, es casi lo mismo que aceptar que la dictadura franquista era mejor que la democracia en muchos aspectos. Tenemos el peligro en nuestras calles, en los medios de comunicación, en las redes sociales, dentro de nuestras instituciones y les estamos ayudando a crecer. Solo nos queda reflexionar si es acierto suyo o fallo nuestro. La responsabilidad es de cada uno de nosotros…