Llora el olivar
Leo en la prensa «Los productores alertan que la inesperada bajada del precio del aceite convierte en inviables algunos cultivos» debido a que «…el valor del aceite en origen se desploma alrededor de los 4 €/kilo…». Me pierdo en la economía y sus fundamentos, ya saben, aquello de que si llueve, si no llueve, si sale el sol, si nieva, si hace frío, si hace calor, si sopla el viento, si no sopla… son factores que explican las subidas en la factura de la luz. Si a los factores ambientales se suman los geopolíticos, entonces apaga y vámonos.
Algo similar ocurre con el aceite de oliva. Entre 2019 y 2020, el precio oscilaba entre los 3 y los 4 €/litro. Desde 2021, ha experimentado una subida del 204,8%, hasta superar la barrera de los 9 €/litro en 2024. Las causas, ya saben: lluvia, sequía, frío, calor, covid, volcán de La Palma, Ucrania, Gaza y un mal resultado en Eurovisión. Para explicarlo, amén de expertos en economía de la especulación, hay numerosas organizaciones agroalimentarias que velan por el interés, no tanto de los productores y los consumidores como de los intermediarios.
De pronto, da la impresión de que la viabilidad del olivar, como la de sectores estratégicos tipo energía o vivienda, debe rentar lo suficiente para que algunos tengan casoplón en la costa, Lamborghini en la puerta y, ¿por qué no?, un viaje espacial en cohete de Elon Musk pagado en bitcoin. Volver a los precios de hace 3 (tres) años es inasumible para quienes se han forrado durante este tiempo sin escrúpulos ni pudor mientras los sufridos consumidores aportaban de su bolsillo para el viaje galáctico renunciando a veces a la dieta mediterránea.
El kilo de aceituna en almazara se pagaba al agricultor a 0,50 € en 2020 y a 1,60 en 2024. El jornal de los aceituneros era de 54,50 € en 2020 y de 59,04 en 2024. Tal parece que el productor y el jornalero no podrán viajar al espacio. Resulta muy complicado conocer los márgenes con los que juega el intermediario, ya que cuenta con la ingeniería financiera para borrar las huellas que el dinero deja en el camino y con un aparato de propaganda capaz de convencer al consumidor de que toda escalada de los precios es poca y mucho el sacrificio.
Llora el productor y se resigna el peón cuando la botella de litro de aceite posa coqueta en el súper con alarma en el gollete y la etiqueta del precio apuntando a la estratosfera. Al intermediario que copa la distribución alimentaria, ni le tiembla el pulso para especular con los precios a su capricho ni duda a la hora de colar en el tique de caja la rebaja del IVA. Despreciando el producto local, ofrece naranja israelí, banana ecuatoriana, aceite italiano y tomate marroquí. Este intermediario blanquea su codicia haciendo populistas donaciones.
Ni unos ni otros escuchan el quejío de las raíces de decenas de miles de olivos arrancados en beneficio de unos huertos solares más rentables para empresas y fondos buitre que los milenarios troncos retorcidos, paisaje patrimonial de Andalucía y sustento de su gente. En la Andalucía tercermundista, grandes terratenientes e inversores exprimen sus recursos, se apropian de su riqueza y reparten la miseria con el decidido apoyo de bipartidismo, medios de comunicación y una Justicia parcial cuando del interés de las grandes fortunas se trata.
Desertores del verdeo, el ordeño, la vara, la cisca, el fardo y la zaranda, andaluces de Jaén, Córdoba, Granada, Málaga y Sevilla, aceituneros altivos, no preguntéis de quién son los olivos. Sus amos juegan en el casino donde os exprime la hostelería, donde especulan con la vivienda los casatenientes, donde migran las fortunas a paraísos fiscales. Son gente a la que el PP baja los impuestos, la clase que puede pagar una sanidad privada, parásitos que esquilman los acuíferos de esta tierra, meapilas paganos que rezando redimen sus delitos.