Navidad y tradición
Pongamos el grito en el cielo porque el sátrapa (uno de tantos) Nicolás Maduro decreta el adelanto de la navidad al 1 de octubre. Callemos cómplices y miremos hacia otro lado ante el extermino que un Estado de criminales sionistas está llevando a cabo en Palestina, un continuo horror desde 1947, un genocidio desde octubre de 2023. Tengamos la fiesta en paz y afrontemos con alegría la cesta de la compra navideña y las temidas cenas en la entrañable compañía de jefes y compañeros de trabajo y/o de cuñados y demás parentela.
Lo de Maduro sigue la línea capitalista de la navidad que no es otra que el fomento del consumo, muy reforzada al mezclar la tradición de los Reyes Magos, sus camellos y sus pajes con la de Papa Noel, sus renos y sus elfos. Son dos tradiciones diferentes con un mismo objetivo. Desde final de octubre, los anuncios de colonia, con “Caguolina Heggüega” y “Paho R’ban” como estrellas decadentes, dan el pistoletazo de salida en las televisiones al desmadre, la locura y la subida de precios de todo producto tocado por la “magia” navideña.
Otra tradición reciente es “salvar la navidad”, un reclamo recurrente de la derecha radical que advierte de los enemigos de su fe y sus tradiciones como si alguien tuviese la tentación de descerrajar un tiro en la nuca a Melchor, secuestrar al niño Jesús o poner una bomba en el portal. Este repentino fervor por la tradición católica actúa como contrapeso del progreso social que la derecha ve contrario a los intereses sociales y económicos que representa. Lo mismo sucede con otros circos como los toros o la caza, antídotos para la carestía del pan.
Dar credibilidad al nacimiento de Jesús siempre ha suscitado controversias. Confrontando lo interpretado por teólogos y lo aportado por historiadores (fe y razón) hay un desfase de casi diez años. En el año 354, el papa Liberio zanjó la disputa decretando (otro como Maduro) el 25 de diciembre como la fecha del nacimiento, con la dolosa intención de dar carpetazo a la tradición romana y cimentar la hegemonía del cristianismo. En el siglo VI, al monje Dionisio el Exiguo le encargaron calcular la fecha de Pascua, estableciendo el Anno Domini (d.C.).
Las fiestas Saturnales en honor a Saturno, dios de la agricultura, celebraban el final de las faenas agrícolas desde el 17 al 23 de diciembre del calendario juliano. Eran encuentros sociales con banquetes, intercambio de regalos y encendido de velas y teas. Las Brumales y el Dies Natalis Solis Invicti celebraban el solsticio de invierno que da paso a días más largos que las noches. Así, vinculando las Saturnales y el Sol Invicto con los nuevos ritos cristianos, se apropiaron de las costumbres populares, la clave para propagar la nueva fe.
Si alguien pregunta cómo logra una religión sobrevivir miles de años sin actividad productiva conocida, la respuesta está en la Biblia, o en el Corán, o en la Torá. En la Biblia aparece la historia del Becerro de Oro que hace dudar si era el dios único y verdadero anunciado por el Mesías, el dios al que parece rendir culto el mundo en estas fechas donde mercaderes de toda laya y banqueros ocupan cada rincón del templo, conscientes de que ningún Salvador, látigo en mano, acudirá a echarlos, movido por la ira, de la casa del dios todopoderoso.
Cuando el ayusismo y la reata de Vox, tanto montan, acusan del delito o pecado, no queda claro, de no respetar la navidad, podríamos pensar que se refieren al mito del nacimiento del hijo de dios (de san José, mejor no hablar). Sin embargo, una lectura laica de lo que se respira en calles, plazas y centros comerciales, nos lleva a recordar al Becerro de Oro y los mercaderes del templo, a meter en el saco mercantil el adelanto de Maduro, la luminaria de Caballero, el árbol de Albiol, a Ayuso utilizando a Bisbal y a Mazón repartiendo ayudas.