Medio pan, un libro y la hoguera
Existen muchas más, pero una tendencia interesada es reducir España al maniqueísmo del bueno o malo, del conmigo o contra mí, al guerracivilismo que los patriotas de hojalata inoculan hasta la sobredosis. Hay más evidencias, pero la relación con los libros nos sitúa ante dos Españas: la de Lorca (“Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro”) y la de Falange, (“¡Camarada! Tienes obligación de perseguir al judaísmo, a la masonería, al marxismo y al separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas…”).
La segunda España hunde sus raíces en la hoguera inquisitorial, pero ha habido casos en el mundo a lo largo de la historia: China (212 a.C.), Alejandría (292), Constantino I (333), Teodosio II (448), Córdoba (979), París (1242), Bagdad (1258) Florencia (final del s. XV), Granada (1499–1500), Yucatán (1562), París (1599), Alemania (1933–1945), La Coruña (1936), Madrid (1939), Argentina (1943), Cuba (1954), Argentina (1976); Valencia (1979); Paraguay (2017). Casi todos los casos registrados responden a ideologías autoritarias y dictaduras.
En la España dictatorial hubo atentados contra librerías a manos de facciones de extrema derecha y otros radicales, con métodos entre los que destacó la pedrada al escaparate para abrir camino al cóctel molotov. “Allí donde se queman libros, se acaba quemando a personas”, profetizó Heinrich Heine en el s. XIX. La descendencia ideológica de los adictos al olor a tinta y carne humana quemadas exige hoy censura con el apoyo de los de Fraga, el mismo que quitaba hierro a los atentados contra librerías porque no causaban víctimas mortales.
Corren malos tiempos, malos en extremo, para la Cultura y la Humanidad. El fascismo 5.0 rearmado está aplicando la llama de la invisibilidad a todo lo que sobresale de su angostura mental. Tras la apuesta incendiaria de Musk y Zuckerberg por el bulo y la desinformación, Google va a eliminar de su calendario oficial las fechas del Orgullo LGTBI, de la Historia Negra, del Recuerdo del Holocausto y las alusiones al feminismo, al activismo climático, la Memoria Democrática o los pueblos indígenas. Apple irá detrás: “lo que no está en internet no existe”.
El fuego virtual es un ataque a la Historia, la Cultura, el pluralismo, la verdad y la libertad, a la Democracia en definitiva. No falta mucho para que el fuego real envuelva a la sociedad en lenguas de fuego de napalm, fósforo, sarín y uranio. Han hecho la prueba piloto en Gaza, con éxito notable, logrando el silencio cómplice de la humanidad y los relinchos de aprobación de la extrema derecha política, económica y sociológica del mundo a Netanyahu y Trump, la transmigración de satanás al amorfo cuerpo de un nuevo führer tan o más peligroso que Hitler.
Cuando arden libros, cosa difícil de conseguir, la indiferencia se instala en la sociedad con la misma facilidad que se mira hacia otro lado cuando arden palestinos en Gaza, se cambia de opinión respecto a Ucrania o se quema el recuerdo de la muy reciente historia negra de España, Italia, Alemania (y Europa), Chile o Argentina. Quemar libros no es otra cosa que un vano intento de quemar los rastros, las pruebas, las evidencias de los desastres padecidos por la humanidad a manos de los pirómanos a quienes no les interesan más libros que los de contabilidad, en A y en B.
En un mundo abocado al retroceso sectario, los libros son ventanas abiertas al futuro, a la esperanza, de ahí que su eliminación sea el histórico objetivo prioritario de la ideología conservadora a la hora de imponer un modelo de sociedad basado en autoritarismo, miedo, silencio y pensamiento único. El fuego eterno, la amenaza del infierno, se cierne sobre un planeta en extinción en el que uno simio mal desarrollado, putero, delincuente y golpista, está imponiendo la ley del más fuerte al conjunto de la humanidad. Sólo queda la esperanza de salvar los libros de la hoguera.