Yo también soy woke

Si no hace mucho tiempo todos éramos, o decíamos que éramos, Charlie Hebdó, todos Ucrania, todos Palestina. Si a todos, o a casi todos nos concernían las injusticias, se produjeran donde se produjeran, las agresiones injustificadas, el racismo, la xenofobia, el machismo o la aporofobia, no puede ser que la llegada a la Casa Blanca de un sociópata de manual, pueda habernos convertido en unos cobardes, pusilánimes y timoratos, incapaces de mantener con un mínimo de coherencia y gallardía, lo que hace cuatro días defendíamos como nuestras seña de identidad.

Que el delincuente convicto que gobierna los Estados Unidos lo haya conseguido a caballo de más de 76 millones de votantes, no quita para considerar que esa elección pueda convertirse en unos de los mayores errores de la historia contemporánea de ese país. Los votantes también nos equivocamos y si no ahí tienen ustedes la célebre frase de «comamos mierda porque mil millones de moscas no pueden estar equivocadas». El que suscribe, queridos lectores no está dispuesto a comer mierda, por mucho a que a 76 millones de norteamericanos les pueda parecer exquisita… Ya veremos por cuanto tiempo.

La opinión es el vehículo dominante que permite interpretar la voluntad popular en democracia. Y, de hecho, nos hemos acostumbrado a que la opinión mayoritaria goce de legitimidad: desde el marketing hasta la política, las artes o el big data desafiando el rigor científico de los especialistas.

Es curioso (y peligroso) que la diferencia legítima entre la opinión como impresión que cada uno tenemos de algo en un momento dado y la verdad, que es universal y accesible por igual a todo ser reflexivo, resulte  quebrada en el ámbito político y el caso de Donald Trump y su banda se secuaces, encabezada por ese incapacitado social que es Elon Musk, es absolutamente paradigmático.

Que un matón se comporte como un matón, entra dentro de lo esperado, pero lo que sin duda es absolutamente patético, es que todo el mundo a su alrededor se conviertan en unos auténticos peleles, abjurando en segundos de aquellos “principios” que les hicieron llegar a donde han llegado.

El papelón de las grandes tecnológicas en estas semanas resulta absolutamente bochornoso, a la par que ridículo, casi tanto como el de algunos “líderes”, convertidos en monosabios del ególatra de Mar-a-Lago, experimentando orgasmos políticos, cuando semejante esperpento intenta mencionar su apellido, aunque la cosa acabe siendo carne de meme.

La cosa adquiere tintes surrealistas cuando incluso empresas, españolas como Iberdrola, retiran de su web contenidos que podrían molestar al inquisidor mayor del imperio. Vergonzante que la eléctrica haya suprimido de su página principal, una entrada sobre la celebración del Día Internacional del Orgullo LGTBIQ+ 2024 en medio de la ola antidiversidad emprendida por Donald Trump; dicen que lo hacen en el marco de una “reordenación” de contenidos “de carácter local”… Estaría bien que sus clientes también “reordenáramos” nuestros contratos energéticos y mandáramos a freír puñetas a tan cobarde compañía.

Pareciera que ser “woke” te convirtiera en un Satanás irredento, y no. A fuerza de intentar saber que es lo que Trump y sus sicarios consideran como woke y por lo tanto condenado a arder en el infierno por toda la eternidad, he de confesarles que yo soy woke, porque:

Si ser woke es estar contra el fascismo, yo soy woke.

Si ser woke es ser antiracista, yo soy woke.

Si ser woke es estar contra la xenofobia, yo soy woke.

Si ser woke es estar contra la desigualdad social, yo soy woke.

Si ser woke es estar a favor de la diversidad sexual, yo soy woke.

Si ser woke es estar por la igualdad entre hombres y mujeres, yo soy woke.

Si ser woke es estar a favor de la lucha contra el cambo climático, yo soy woke.

Si ser woke es estar a favor de la sanidad, la educación y las pensiones públicas, yo soy woke. Porque no estar a favor de todo lo anterior es sencillamente ser una mala persona.

¿Y ustedes, son wokes?

 

 

 

 

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