Abrazafarolas, palmeros y palmeras
El ingenio popular es único a la hora de definir conceptos y situaciones en una sola palabra con gran precisión, a veces con cierta retranca jocosa, sin tener que recurrir a circunloquios y perífrasis. “Abrazafarolas” es un insulto liviano, no admitido aún por la Real Academía, que la Fundación del Español Urgente registra con validez para definir a quienes van muy borrachos y a quienes muestran una afabilidad impostada a todo el mundo en espera de obtener algún beneficio. El segundo caso encaja, no exclusivamente, en el ámbito político.
El tránsito de persona normal a abrazafarolas es tan evidente como perjudicial para la estima que la sociedad tiene hacia el personaje en cuestión. Previa a esta mudanza, el aspirante pasa por una fase en la que comienza a incubar el virus de la notoriedad pública, habitualmente en la barra del bar o en la cola del Mercadona, rodeado por otra especie conocida como “palmera”. En esta fase, quien se postula para abrazafarolas muestra mayor agresividad, emulando a sus ídolos tertulianos de la televisión, que habrá de ir puliendo.
Dominar las pulsiones agresivas es básico para sus aspiraciones en el seno de la manada, así como convertir las zarpas en aterciopelados guantes. Conseguido esto, se puede decir que empieza la nueva vida del abrazafarolas centrando su actividad moderada en eventos públicos concurridos de público y medios de comunicación previamente convocados: teatro, conciertos, deportes, exposiciones (sólo inauguraciones), pregones, procesiones, romerías, bodas, bautizos, comuniones, entierros y un etcétera tan largo como ansia de poder tenga.
Especialmente activo se muestra el abrazafarolas cuando se fija como meta conseguir o conservar el poder, ya sea poder público o privado. Son momentos en los que recupera la agresividad contenida durante mucho tiempo para hacer daño a sus oponentes como forma primitiva de supremacía. La ciudadanía lo contempla con el apasionado fanatismo de quien ha tomado partido y exige sangre con el pulgar hacia abajo, como en el circo romano, a lo que responde con una panoplia argumental a la medida de un público con sed de violencia.
Durante el proceso de transformación, estas personas adquieren una súbita inmunidad que las faculta para renunciar a la modestia, el decoro, la honestidad y/o la decencia. No les importa mentir, desvariar, disparatar o medrar, se ejercitan para ello y cuentan con asesores y voceros para sostener una cosa y la contraria. Sus abrazos todo la sanan, todo lo blanquean, todo lo justifican, de todo los redimen, de todo los exculpan, hasta tal punto que hay ejemplares que se abrazan a otro partido si no encuentran acomodo en el que militan.
La escuela es la misma para toda esta fauna, habite el corral que habite. Así, no es extraño que un alcalde saliente y otro entrante compartan los mismos argumentarios desde el poder o la oposición en temas que afectan gravemente a la ciudadanía, abrazada por ambos en momentos diferentes, a los que nunca dieron solución. Tampoco extrañe verlos compartir atril y palio, tal vez con sincera devoción hacia los ídolos procesionados, en representación de un estado laico y aconfesional como hacían y hacen a título privado, que sería lo suyo.
Es lo que hay. Unos más, otros menos, unos con agresividad, otros con vaselina, unos de forma discreta, otros descaradamente, la mayoría está siempre presta a estrechar entre sus brazos a cualquiera que se cruce en su camino, ilumine o no, que no hacen ascos a nadie. Lo mismo se aplica a ellas, a las candidatas al ascenso político y a las que pretenden mantener la cota alcanzada. Por su parte, muchas farolas gustan de dejarse abrazar por estos sucedáneos de famosos, hacerse la foto y exhibirla: son los palmeros y las palmeras.