¿Activismo o terrorismo ecológico?

El pasado día 18 de noviembre se clausuró la última cumbre contra el Cambio Climático (COP27) que se ha celebrado, en este caso en Egipto.

Desgraciadamente debido a las circunstancias, no se han producido grandes acuerdos ni avances en la toma de medidas de mitigación del Cambio climático, incluso en algunos casos, se puede hablar de retroceso. Esto es consecuencia, por un lado de la ausencia de dos de los grandes contaminadores del planeta (China e India), por otro lado del impacto de la Guerra de Ucrania en las políticas energéticas de la Unión Europea y Estados Unidos, y a todo esto se añade los problemas económicos de los países más pobres para poder hacer frente a los gastos derivados del cambio, para lo que solicitan asistencia y ayuda técnica y económica del Primer Mundo.

También se puede hablar de postureo en estas cumbres. Personalmente me parecen un dispendio no aceptable y una falta de coherencia con el fin buscado. Reunirse en un complejo hotelero de alto lujo situado en mitad del desierto, con abultados séquitos de políticos y “consejeros expertos”, llegando en grandes flotas de aviones particulares, usando un número ingente de coches,… no parece el mejor ejemplo para pedir a los ciudadanos que acepten medidas de ahorro energético. Como decían los romanos, “la mujer del César no solo debe ser honrada, sino también parecerlo”.

Como medidas de presión, en muchos países se ha producido movilizaciones y actos por parte de grupos ambientalistas para exigir la toma de medidas más ambiciosas en la lucha contra el Cambio Climático.

La inmensa mayoría de estas manifestaciones han sido absolutamente normales y pacíficas. El ejercicio de las libertades de expresión y manifestación, es un elemento fundamental de la democracia.

No obstante, en el marco de estas movilizaciones se han producido también una serie de ataques al patrimonio artístico de la Humanidad, escudándose en que son activistas contra el cambio climático. Es inadmisible.

Tenemos que diferenciar a los activistas (quién participa activamente en las actividades en favor de cambios sociales o políticos) de los terroristas (personas que pretenden crear alarma social e inducir al terror con fines políticos). Sin duda, los autodefinidos “activistas” son simplemente terroristas, y como tal deberían ser considerados desde un punto de vista penal.

Estos terroristas denotan una falta de conocimiento tremendo, pues el patrimonio cultural es un elemento central del concepto de Medio Ambiente, y como tal debe ser respetado y protegido. Demuestran una capacidad de sentimiento y empatía hacia la Humanidad más cercano a las piedras que a las personas.

En ningún caso, el patrimonio artístico es un antagonismo de la naturaleza, ni es el causante del Cambio Climático. Pretenden contraponer elementos sin relación mutua.

Pero este terrorismo tiene unas raíces más profundas.

El variopinto colectivo de asociaciones y entes ecologistas “beben” de dos fuentes ideológicas principales: una de tipo político, que surge de las ideas de Jean-Jacques Rousseau en la Revolución francesa (el buen salvaje), y otra de orden religioso (el neoplatonismo cristiano y las religiones orientales como el budismo o el hinduismo). El planteamiento de ambos mundos es el mismo: el hombre vivía en libertad y felicidad en un mundo idílico primitivo, y la civilización lo ha corrompido. Debemos volver a vivir en armonía con la Naturaleza para recuperar nuestra felicidad.

Desgraciadamente, desde mi punto de vista, la realidad es mucho más dura. Los individuos y las especies en su conjunto, están en una lucha constante de supervivencia, Si los 8.000 millones de personas que habitamos este mundo, volviésemos a las condiciones de subsistencia del Paleolítico o el Neolítico, desaparecerían más del 80% de la humanidad por hambrunas, y el impacto sobre los recursos naturales renovables (no los contaminantes combustibles fósiles, sino los bosques, animales cazados, aguas, etc) sería mucho más brutal que la actual situación.

Para el grupo de iluminados-terroristas, la civilización humana, de la que el arte representa su máxima expresión, es la culpable de todos los males de este mundo, y, por tanto, hay que acabar con ella. Simplemente son nazis pintados de “verde”.

Afortunadamente son un grupo extremadamente minoritario y la inmensa mayoría de los grupos ecologistas y de las personas implicadas en las luchas medioambientales no son de este tipo.

A todo esto, se debe añadir el componente egolátrico de los jóvenes que han ejecutado los ataques a los cuadros. Sin duda, su fanatismo se ha trufado con sus ansias de popularidad y divismo. Es una forma mal entendida de conseguir los cinco minutos de gloria al que tiene derecho toda persona, según decía Andy Warhol. En su inconsciencia, piensan que es solo un juego, cuando en realidad es un ataque a toda la Humanidad.

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